El extremismo de derecha disfrazado con buenas maneras volvió a descabezar el sistema político francés. La líder de la extrema derecha francesa, Marine Le Pen, disputará la segunda vuelta de las elecciones presidenciales ante el mismo rival que la derrotó hace cinco años: el presidente saliente Emmanuel Macron. El actual jefe del Estado se impuso por 28,5 por ciento de los votos, cuatro más más que en 2017, ante Marine La Pen con sus 23,2, dos más que en ese entonces. En tercer lugar, con diferencia de décimas, se ubicó la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon. 

Los desesperados llamados al electorado progresista para que se decidiera por un “voto estratégico” o “voto útil” lanzados por Mélenchon no bastaron para que la izquierda impidiera que por tercera vez la segunda vuelta de una elección presidencial se resolviera sin ella. Entre el domingo y este lunes una nueva Francia política fue diseñada en las urnas. Por segunda vez consecutiva Macron y Marine Le Pen barrieron la tradicional confrontación izquierda / derecha. El Partido Socialista y la derecha de Los Republicanos terminaron en las catacumbas. La candidata del PS y actual Intendenta de Paris, Anne Hidalgo, obtuvo una propina electoral con un 1,7 por ciento mientras que Valérie Pécresse, la candidata de la derecha, sumó un humillante cinco por ciento. Estos dos partidos de gobierno que asumieron la alternancia política en el siglo XX y XXI salen de la escena sin reconocimiento ni gloria. El socialismo conoce una de las más violentas despedidas del espacio público. Su largo descenso hacia el vacío es una construcción en la que puso mucho empeño y en la cual la última presidencia socialista de François Hollande (2012-2017) fue la sinfonía fúnebre que anunció el final. La derecha no sale mejor parada. Los Republicanos llevan diez años fuera del poder. El papel que desempeñó en este desastre el ex presidente Nicolas Sarkozy (2007-2012) ha sido fundamental.

Ganadores

Hay, esta noche, tres incontestables ganadores de primer plano y otro marginal. El primero es Macron. Pese a cinco años de una presidencia trastornada por el movimiento de los chalecos amarillos, por la reforma de la jubilación, la pandemia y la guerra en Ucrania, Macron obtiene cuatro puntos más que en 2017. Su popularidad ha sido de una constancia inalterable y esta vez ni siquiera necesitó hacer una campaña intensa para revalidar su legitimidad. El mandato no lo desgastó. Su caudal es incluso superior al de 2017. 

La segunda es Le Pen. La jefa de la ultraderecha superó el trastorno de la derrota de 2017, el papelón que hizo en el debate con Macron, los cuestionamientos internos, la irrupción de un competidor en el seno de la extrema derecha como Eric Zemmour, la fuga hacia el zemmourismo de personalidades importantes de su partido y la mala imagen de su movimiento. En cinco años limó las aristas, bajó el tono de sus intervenciones, vendió la imagen de una mujer sensata, posada, sentada en sillones mullidos y rodeada de gatos, más interesada en la “concordia y los problemas de los franceses” que en el poder. Le Pen disimuló con pétalos de rosas un programa brutal y violatorio de la Constitución y de los convenios internacionales. Hasta se dio el lujo de aparecer, hoy, como la personalidad política más apta para mejorar la vida cotidiana de los franceses. Es, desde luego, un despropósito, pero los electores le creen. 

Le Pen y el presidente jugaron por cinco años al jueguito de “atrápame si puedes” y ganaron los dos. Se atraparon para un nuevo duelo. No hay, en ello, ninguna novedad. Desde 2017, Macron y Le Pen lideraron todos los sondeos y los resultados de este domingo son los que fueron saliendo año tras año. 

El tercer triunfador es, sin lugar a dudas, Mélenchon. Sus más de 21 puntos (19,58 en 2017, cuarto lugar) lo dejaron muy, muy cerca de la clasificación para la segunda vuelta. Le faltó tal vez un par de semanas más de campaña y un acuerdo previo con las otras listas de la izquierda. Sin Mélenchon, la izquierda habría dejado existir: 2,1 por ciento del PS, 3,2 del Partido Comunista y 4 de los ecologistas, los tres suman menos de la mitad de lo que obtuvo Mélenchon. Anoche, en su primera aparición pública, Mélenchon dijo: “Si no estívesenos ¿qué quedaría?”. La pregunta tiene ya una respuesta en el pobre desempeño de las otras listas progresistas. 

El Polo Popular de Jean-Luc Mélenchon es la fuerza política en torno a la cual se recompondrá la totalidad de la izquierda. ”La lucha continua”, dijo antes de retirarse. No todo es rosa, sin embargo. Pese a su éxito personal, la izquierda ha fracasado colectivamente en su confuso intento de frenar al fascismo. A su vez, la derecha gaullista y su candidata también llevan una responsabilidad por haber sobrepasado las fronteras ideológicas de su movimiento e ir a cazar a los votos de la ultraderecha. La oposición y muchos analistas acusan a Macron de haber alimentado a la extrema derecha durante su mandato con el objetivo prioritario de volverla a enfrentar y ganar fácilmente la elección. También le reprochan que él mismo se presentó como el antídoto contra los extremos, pero cinco años más tarde los mismos extremos siguen allí y más reforzados. No hay dudas. 

La izquierda

Con todo, la izquierda, como conjunto de fuerzas políticas históricas contra el fascismo, tiene una incalculable responsabilidad en lo que acaba de ocurrir. Sus egoísmos, sus traiciones, su inmadurez, la lucha a cuchillo afilado entre sus componentes y la batalla de egos le abrieron un boulevard a la ultraderecha para que repita lo que ocurrió en 2002 y 2017. No fueron Macron ni los conservadores quienes le regalaron al lepenismo su más sonada victoria sino la misma izquierda y su incurable psicosis. Si la gauche se hubiese puesto de acuerdo en una lista común tenía con qué armar una barrera para cortarle el paso al lepenismo. Pese a los sondeos y a los análisis que señalaban ese camino prefirió la dispersión de sus votos, confundir al electorado pidiendo, al mismo tiempo, que se optara por un “voto útil”, que se apoyara al ecologismo para darle una perspectiva futura y además, que sus simpatizantes también dieran el voto a las listas socialistas y comunistas para que estos dos partidos no desaparecieran. En 2002, cuando el padre de Marine, Jean Marie Le Pen, superó al socialista Lionel Jospin en la primera vuelta y pasó a disputar la segunda ante el presidente saliente Jacques Chirac se originó un escenario similar: un montón de listas de izquierda debilitaron al candidato y entonces Primer Ministro socialista Lionel Jospin y Le Pen dio un paso histórico que su hija renueva por segunda vez. La pesadilla de 2002 refundó a la extrema derecha y es muy probable que la de 2022 la lleve pronto al poder.

Contrariamente a 2002 cuando se formó un frente republicano contra Jean Marie Le Pen, en 2022 ese frente no existe de forma tan tajante. Más bien, se levantó un muro fascista sostenido este año no por un partido de ultra derecha sino por dos. Zemmour, con su siete por ciento de votos, termina en cuarta posición. Zemmour es el ganador marginal de esta elección. Con apenas un par de meses de campaña, el panelista y periodista de ultraderecha enterró a Los Republicanos. Además del socialismo, la otra gran derrota de la noche recae sobre el candidato ecologista Yannick Jadot. Su modesto 4,70 está muy lejos de las expectativas que generó y de la importancia retórica que tiene hoy la ecología. Jadot llamó a los electores a votar por Macron, lo mismo hizo el candidato comunista Fabien Roussel, la conservadora Valérie Pécresse y Mélenchon, quien exclamó en la tribuna “ni un solo voto para la señora Le Pen”. Zemmour, en cambio, dijo que “Frente a Le Pen hay un hombre que hizo ingresar a dos millones de inmigrados. Por esa razón llamo a mis electores a votar por Le Pen”.

La participación electoral del 73,3 por ciento es la más baja registrada en los últimos veinte años y muestra una vez más un desinterés del electorado, incluso ante una elección como esta llena de interrogantes y desafíos. Quedan dos semanas antes de la segunda vuelta del próximo 24 de abril. Macron es aun el favorito, pero Le Pen y su movimiento de ultraderecha nunca tuvieron una configuración tan favorable. Las dinámicas están más de su lado que de el de Macron. La reserva de votos de que cuenta Le Pen es amplia. Están los votos cautivos de Zemmour y ese 40 por ciento del electorado conservador que se identifica con la las narrativas de los Le Pen. El presidente saliente parece haberse llevado todos los votos del PS y ahí no tiene muchas reservas, como tampoco en el triste 4,7 de Pécresse. Esa misma derecha de gobierno obtuvo en 2017 20,1 por ciento, o sea lo mismo que Mélenchon en 2022. Ni el PS ni Los Republicanos tienen mucho que dar. 

Macron destrozó a la social democracia y a la derecha gaullista y ya no tiene, en esos dos sectores, quién le proporcione un respaldo seguro. Por absurdo que parezca, su salvación está en los votos de Francia Insumisa. Si gana, no podrá ser esta vez por el 66,10 por ciento como en 2017. Los sondeos anticipan, por ahora, una diferencia que oscila entre los 2 y los 4 puntos a su favor. En 2017 hubo un candidato “de extremo centro”. Entre 2017 y 2022 un presidente que gobernó a la derecha. Entre marzo y abril de 2022 habrá un presidente candidato que necesitará de la izquierda de Francia Insumisa para ganar. Macron y Le Pen dejaron un territorio político asolado donde los extraños movimientos de la historia pusieron a la izquierda de Mélenchon como la ultima fortaleza antes del fascismo.