Un maestro de la guerra híbrida y una alianza occidental que corre detrás de una guerra que aún no estalló, la crisis entre Rusia y Occidente tiene el perfil de una comedia trágica cuyo origen, sin embargo, se viene gestando desde hace décadas. La escalada verbal entre las partes va pegada al fracaso de los diálogos que se fueron llevando a cabo desde finales de 2021 hasta enero de 2022. A principios de año, Estados Unidos y Rusia mantuvieron un encuentro en Ginebra a propósito de la extensión hacia el Este de la Alianza Atlántica sin que, una vez más, se llegara a un resultado. Esa negociación en torno a la estabilidad estratégica fue la antesala de la crisis actual. Para los analistas, la estrategia de Vladimir Putin responde a una de las prácticas más antiguas: la guerra hibrida. Es como una guerra sin guerra o antes de la guerra con la que una de las partes, sin disparar un solo cañonazo y mediante maniobras de intimidación, exhibicionismo y uso de tecnologías civiles y militares de perfil bajo obtiene una ventaja considerable sobre sus adversarios.
En este contexto, Vladimir Putin se ha mostrado como un eximio ejecutante de esa disciplina y los miembros de la Alianza unos obsecuentes conflictivos. Si bien es cierto que el conflicto entre Ucrania y los separatistas del Este del país ha trabado las conversaciones actuales, el antagonismo nació y se arraigó a causa de la provocativa política de extensión de la OTAN a la cual Moscú se opone desde hace décadas. El 17 de diciembre de 2021 Rusia le presentó a Occidente un pliegue de condiciones –también llamadas “garantías”—para alejar sus tropas de la frontera con Ucrania. Además de exigir que se termine de una vez la ampliación continua de la OTAN hacia los países de Europa del Este que antes de la caída del Muro de Berlín –1989—formaban parte del pacto de Varsovia, Moscú exigió también el retiro de las tropas y las armas de la Alianza Atlántica presentes en los países que integraron la Alianza luego de 1997, así como la prohibición de cualquier acción militar en Ucrania por parte de los occidentales, la instalación de bases militares en los Estados que antes formaban parte la Unión Soviética y la prohibición de “desarrollar” cooperaciones militares bilaterales con ellos.
Washington y sus aliados rechazaron los dos documentos rusos y a cambio plantearon una serie de “medidas de confianza” de poca seriedad, o sea, más cosméticas que otra cosa. Occidente es, en gran parte, responsable de todo lo que ha ido ocurriendo desde los años 90. La asimetría de las fuerzas ha puesto a Rusia en una situación vulnerable y bajo amenaza. En cifras, esa disparidad revela que el presupuesto militar de Rusia equivale al 12% del presupuesto norteamericano y cerca de 17% del presupuesto de la OTAN. Jean de Gliniasty, especialista de Rusia en el Instituto de Relaciones Internacionales estratégicas (IRIS), destaca que la obsesión de Moscú consiste en evitar que los antaños países del bloque soviético “se conviertan en depósitos de armas para los occidentales”. La política de la Alianza Atlántica ha ido siempre en sentido contrario. Una vez más, las cifras demuestran que lejos de ser un “capricho” o una “provocación” de Putin, la extensión de la OTAN le plantea a Moscú un verdadero problema de seguridad, tanto más cuanto que esa ampliación se hizo en contra de lo que se acordó en 1989, cuando se cayó el Muro de Berlín. En los años 90 se forjó una suerte de pacto según el cual la OTAN no iría más allá del territorio de la ex República democrática alemana, la RDA. No fue así. La OTAN empujó su expansionismo de forma desmesurada. Cuando se cayó el Muro la Alianza Atlántica contaba con 16 miembros y hoy son 30. En 1999 se sumaron Hungría, Polonia, y la República Checa y en 2004 entró otro pelotón compuesto por Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia. En 2009 la OTAN aspiró a Croacia, en 2017 a Montenegro y en 2020 a Macedonia. Jean de Gliniasty explica esta situación por el hecho de que, en los anos 90,” Rusia estaba muy debilitada como para entablar negociaciones más equilibradas. Ha sido, a su manera, un error estratégico de Rusia”.
Para Moscú, la línea roja es Ucrania. Cuando fue electo en 2019, el presidente ucraniano Volodymyr Zelenski se fijó dos objetivos: la paz en la región de Donbass e integrar la OTAN. Al año siguiente, el mandatario adoptó con la OTAN un protocolo con vistas adherir a la Alianza Atlántica. Ese protocolo se parece más a una provocación dirigida a Moscú que a un auténtico proyecto de integración. El experto francés explica que “en realidad, nadie está realmente convencido de que Ucrania ingrese a la OTAN en lo inmediato. No hay fecha y, además, si Ucrania se mete dentro de la alianza militar, eso equivaldría a que habría que entrar en guerra con Rusia”. En suma, la base, el fomento del colapso de 2021 y 2022 es una traición occidental, un abuso que se produjo en el momento en que Rusia estaba en una posición muy frágil.