«No hay más tiempo», aseguran dentro del propio oficalismo, frente a un Gobierno que parece un espectador o un opinólogo. Más allá de las operaciones mediáticas y políticas de la oposición, la dirigencia del Frente de Todos tiene que mostrar día a día en la gestión para qué fue elegida.
Lo dijo Gabriel Katopodis, sobre quien es unánime la consideración de ser uno de los pocos funcionarios que funcionan: “No hay más tiempo”.
En diálogo radiofónico, este sábado, fue el único ministro capaz de poner la cara para referirse a un escenario dramático ante el que, en percepción popular, ya no cuentan las cifras beneficiosas de la macroeconomía ni el país de la otra velocidad (restaurantes pletóricos, plazas turísticas a tope, teatros y espectáculos artísticos con demanda plena; para no hablar de la fiesta de lo que el triunfo cultural de la derecha denomina “el campo”, en todas sus ciudades y pueblos).
“No hay más tiempo y debe construirse una última oportunidad, que es reencauzar esta situación. Hay que tomar tres o cuatro medidas por día. Tiene que haber una mesa política más fuerte, desde un Frente de Todos y un peronismo más serio, más ordenado, más compacto, más enfocado, que deje lo secundario en otro lugar”, siguió Katopodis además de puntualizar las realizaciones concretas de obra pública que se esparcen en casi toda la geografía nacional y que, claro, en este momento no semejan interesarle a nadie.
A la hora de cerrarse esta columna, sigue siendo una incógnita si el largo encuentro del Presidente y CFK, también este sábado, redundará en algún hecho específico de unidad en acción rumbo a qué.
Mientras eso no ocurra, lo irrebatible es que juegan todos menos uno.
En medio del desconcierto prácticamente absoluto, ésa quizás no sea la única seguridad pero, con certeza, es la mayor.
Juegan las patronales agropecuarias y todos los actores de la extorsión devaluatoria.
Juega el Partido Judicial, que, como toda la vida cuando huele sangre, es un carroñero acercado a avalar las movidas desestabilizantes.
Juega el Partido Mediático, que acentúa golpear en forma salvaje al Presidente que a veces se delarruiza solo.
Juegan los dueños de los colectivos porque tienen atrasado el pago de subsidios.
Juegan los grandes remarcadores de precios, hasta límites que preanuncian una inflación más siniestra todavía, porque a) tienen en qué ampararse debido al dólar incontenible (salvo, desde ya, persistir en los versos ridículamente eternos de la operatoria “marginal” que no incide en las transacciones comerciales y financieras del Mercado Único -???- y Libre de Cambios); y b), porque tampoco hay, siquiera, la más mínima amenaza técnica, o gestual, de sanciones o disposiciones efectivas.
Juega remarcando el bolichero de la esquina porque, con toda lógica defensiva, se ampara en que desconoce los costos de reposición.
Juegan los movimientos sociales, o los dirigentes de ese sector no importa si con algún exabrupto, y está bien porque lo único que falta es que se queden inmóviles.
Y de paso: la parte de la sociedad y de lo que quede de la militancia frentetodista, o cristinista, o de los sectores medios conscientes del verdugo peor tal vez a punto caramelo, ¿seguirá asimismo inmovilizada?
Hasta podría decirse que juega la inexpresividad de la CGT, con una marcha para mediados de agosto que, según aclara la otrora central obrera, no es para apoyar ni oponerse al Gobierno sino todo lo contrario.
Y junto con eso último también podría afirmarse que juega la insulsez del Congreso Nacional, para solaz y esparcimiento del discurso fascistoide de la antipolítica, porque en las dos Cámaras están a la espera de que el Ejecutivo muestre cierta dirección, o apenas un alguito, respecto de alguna cosa. Pero no. Nada. Nada de nada, acerca de los que pudieran considerarse proyectos o iniciativas enmarcadas con apunte estratégico. O al menos táctico. Lo de la imposición a la renta inesperada, por ejemplo. No se volvió a hablar.
El aporte extraordinario de las grandes fortunas, por caso, fue un movimiento creativo y eficaz que representó la última “épica” del Frente de Todos.
¿No hay más?
¿Hay que resignarse a que, definitivamente, el Estado obedece a “los mercados” y no al revés?
Y si es así, que bien puede serlo en función de la victoria epocal del neoliberalismo, ¿el Estado -su gobierno administrador- no se anima ni tan sólo a proponer una salida consensuada, siendo que no están dadas ni de lejos las condiciones sociales objetivas y subjetivas para imponer una de izquierda?
Ahí es cuando vamos al único que no juega: el Gobierno.
Parece un espectador. Un opinólogo. Un deprimido.
Dejemos de lado si hay en ejercicio un operativo desestabilizador por obra de que el Poder real tiene un plan sustituto para ya mismo (Alberto igual a Alfonsín, elecciones anticipadas, un Cavallo redivivo, etcéteras obvios).
O si se trata de dejar que el Gobierno continúe desgastándose más y más, para permitir con consenso social amplificado que, llegada la instancia precisa, quede el camino expedito a fines del ajuste bruto y descomunal.
Discutir sobre eso deviene abstracto porque el resultado es invariable más temprano o más tarde.
Lo que desespera es que el Gobierno no reacciona, y que eso involucra tanto a sus cabezas ejecutivas como a las referenciales. Alberto, Cristina, Massa. Y de ahí para abajo los mandatarios provinciales, los intendentes del conurbano bonaerense, La Cámpora, su ruta.
¿Es justa la soledad de Silvina Batakis, a la que el ignoto Juan Manzur no pudo armarle ni una mesa redonda de gobernadores?
¿Es concebible una reunión de Gabinete a la que la propia foto oficial muestra sin nadie en las dos puntas cabeceras?
¿Es una locura que el Presidente, CFK, Massa, todos los ministros, y todas las caripelas que hagan falta producto de alguna muñeca consensual, aparezcan anunciando medidas susceptibles de demostrar que todavía hay Gobierno en su sentido operativo?
Y si es una locura, ¿hay alguna idea mejor?
De nuevo: algo para dejar claro que el egoísmo es de la derecha tras notificar, pongámosle, que se toman tales y cuales determinaciones de algún paquete que no sea a la bartola, incluyente de reasignación de partidas presupuestarias para asistir con urgencia a las franjas populares devastadas por la inflación.
Las probabilidades implementativas de ideas como ésas, u otras, no están en manos de comentaristas.
Correcto.
A los comentaristas políticos, o generalistas, se nos endilga la comodidad de no estar comprometidos con el ejercicio estresante de la función pública. Lo del Teorema de Baglini: la dureza de los discursos tiene relación inversamente proporcional a la cercanía con el poder. O el Poder. Correcto.
Pero quienes sí tienen funciones de poder o Poder deben, asimismo, hacerse cargo de que por y para algo asumieron responsabilidades ejecutivas, o de compromiso con sapiencia profesional: si “técnica” y políticamente -o viceversa, en rigor- no son probables tales medidas, que presenten otras porque para eso se los eligió u optó.
Si no, que directamente les den todas las llaves a “los mercados” porque un sistema demoliberal no deja espacio para más que eso.
Es insoportable que la eventual carencia de fuerza gubernativa para resistir el embate del Poder sea, encima, acompañada por la decisión de no decidir nada de (cierto) fondo.
Eso, como se comentaba en estas horas en rueda de colegas (del palo), podría llamarse ausencia de vocación patriótica.
No debería poder creerse que los resentimientos personales lleguen al extremo de suicidar al país, no al Gobierno.
Esa sentencia suena escolar. Pero, a esta altura, incluso las definiciones o diagnósticos silvestres son o parecen más sensatas que las chiquilinadas de quienes, según es evidente, supieron armar una coalición para ganar elecciones. No para gobernar.
Todavía están a tiempo objetivo.
Todavía les queda que esta sociedad, aun frente a sus momentos más oscuros y terroríficos, terminó exhibiendo capacidad de resistencia.
Todavía hay un montón de huecos por donde queda o debiera quedar fresca la memoria de que Macri nos hundió. De que no fueron los errores, sino los aciertos del “populismo”, aquello que unificó a la derecha para reconfigurarse como modosita, y llegar a ganar las elecciones para ejecutar la tragedia endeudadora.
Todavía queda algún resto para que esa memoria se active.
Pero quienes están contribuyendo a desactivarla son más los propios que los ajenos.
En otras palabras, lamentablemente asimilables al indignacionismo berreta de lo que se vomita en las redes, en la televisión, en las radios: basta de deprimirse, de comentar, de inmovilizarse.