El escritor Marcos Aguinis, nos da un excelente vistazo de cómo era nuestro querido País desde mediados del siglo XIX hasta el siglo XX. La Argentina era un desierto con casi noventa por ciento de analfabetismo, sin agricultura y una ganadería lastimosa. No existía un solo kilómetro de vía férrea, gobernaban caudillos “dueños de vidas y haciendas” y se adoraba a un dictador como Juan Manuel de Rosas, que los revisionistas -malditos sean- tratan de convertir en paradigma. Rosas fue destituido en 1852 y ya cuatro años antes Marx y Engels habían publicado su Manifiesto comunista donde hablaban de que en el último siglo, gracias al vapor, las comunicaciones, la industria, el crecimiento urbano y otras cosas, se había progresado más que en miles de años. No era el caso de Argentina, por supuesto fuera del mapa.
En ese momento ocurrió un milagro. El informado intelectual Juan Bautista Alberdi escribió Las Bases para una Constitución, donde aplicaba duras críticas a otras constituciones latinoamericanas que saboteaban el progreso. Marcaba con estilo claro y punzante el rumbo por seguir. Quien había derrocado a Rosas era también un caudillo provincial, pero dotado de percepción. Leyó el libro de Alberdi, lo reimprimió y presionó para que fuese de veras la base de la Constitución Nacional. Se produjo una fructífera alianza entre la mente lúcida y el brazo fuerte. Significó una bisagra de increíble trascendencia. Se ataron cabos con el breve tiempo en que habían soplado enérgicos los aires de la Ilustración, llenos de polen creativo.
La Argentina cambió su tendencia gracias a la Constitución inspirada, moderna, liberal. Ocurría una nueva fundación. Primero en forma lenta, luego más acelerada.
Recibió inmigrantes de forma aluvial y convirtió la educación en una obsesiva política de Estado hasta el punto de tener un presupuesto educativo tan grande que equivalía a la suma de los presupuestos educativos de toda América Latina.
Fue perfeccionando la democracia. Se puso a la cabeza del arte, la moda y la ciencia en nuestro sub continente. Durante setenta años no sufrimos un solo golpe militar.
Pero teníamos en nuestros genes elementos del absolutismo monárquico y sus infinitas corruptelas. También las castraciones efectuadas por la Inquisición, de la que ni se quería hablar. Por eso hubo lapsos en los que predominó la Ilustración y lapsos en los que predominó la regresión oscurantista. Durante algunos capítulos de nuestra historia se pueden disecar los campos de prevalencia entre esos dos polos, pero luego se mezclaron y confundieron, hasta llegar al punto actual.
Paul Samuelson manifestó hace unas décadas que los países podían ser clasificados en cinco categorías: “Los capitalistas, los socialistas y los del Tercer Mundo; pero además están Japón y la Argentina; no se entiende porqué a Japón le va bien y a la Argentina le van tan mal.”
Cuando aún estábamos en la subida, y era lo mismo para los emigrantes europeos dirigirse al puerto de Nueva York o al de Buenos Aires, ya había encantos atroces. Ya éramos incorregibles. No se hicieron los debidos esfuerzos para erradicar los defectos y ahora pagamos las consecuencias. Por eso -es uno de tantos ejemplos- nos damos el lujo de tolerar una situación tan absurda como que el presidente Kirchner invite al presidente Chávez para que desde aquí agreda al presidente Bush que visita al presidente Tabaré Vázquez en Uruguay, ofenda a otros presidentes de países vecinos que habían decidido hospedarlo y, además, que el presidente de Venezuela invite a Buenos Aires al presidente de Bolivia para que lo acompañe en su show, como si fuese el dueño de casa. Todo esto, mientras se brama “¡La soberanía nacional!” Semejante bodrio sólo está descrito en el tango Cambalache que, por alguna razón, nació en la Argentina.
A principios del siglo XX la Argentina era un fenómeno. Y que nos pasó? Facundo Manes en su obra nos cuenta cómo piensan los argentinos, diciendo:
A pensar cómo somos y a encontrar entre todos los caminos para lograr el desarrollo individual y social. Porque conocer el cerebro argentino es también una manera de construir un país mejor, no en el corto sino en el largo plazo que tal vez no veamos”.
Luego se preguntó si la corrupción está marcada en el cerebro. “Sabemos que todas las personas tendemos a llevar agua para nuestro molino. No es que el cerebro de un dinamarqués sea menos corrupto que el de un argentino. Pero el ser humano tiene una predisposición natural a sacar siempre ventaja propia. Entonces, ¿Qué hace que Dinamarca tenga menos corrupción que otros países? El concepto de sanción social. Por otra parte, esa sanción social está acompañada de instituciones fuertes y el respeto a la ley”, disparó.
También recordó a René Favaloro, cardiocirujano que lo inspiró en su carrera. Manes habló de un país con capacidad para producir alimentos para “40 Argentinas” y donde -dice- tener un solo chico con hambre significa una inmoralidad y un fracaso como comunidad.
“Hoy el 30 por ciento de la Argentina es pobre. La pobreza es un impuesto mental. Aunque el Estado provea de comida y techo, nada se puede construir si ese es el entorno.
En ese contexto, nos queremos detener desde Clases de Manejo San José Obrero –clic acá para seguirnos en Facebook-, sin entrar en el concepto de normalidad de Michel Foucoult, y hablamos desde nuestras experiencias, la de muchos de nuestra generación…
Si pasás las horas preocupado para ver qué vas comer o dónde vas a dormir. La apuesta más grande como sociedad es ser solidarios hacia lo que no vamos a ver. Para construir un país mejor. Si la educación es mala no podremos generar riqueza para tener un país inclusivo. El mundo está hiperconectado y es muy competitivo, sobre la base del conocimiento y las ideas. Pero estamos lejos si no formamos cerebros para tener ideas. Así como exportamos soja y somos productivos hay que generar y producir ideas” y además generar las oportunidades, de qué sirve tener todas las figuritas, hasta las difíciles, si no tenés el álbum para compaginarlas y pegarlas…
Por otra lado deseamos retomar el tema de la sanción social, coincidimos que la sanción social, es la clave, dado que es canchero ser transgresor en la Argentina, y sólo vemos normalizado los accidentes e incidentes de tránsito, que están, pero que nunca vamos a fenecer a consecuencia de uno…
Por cierto que también desarrollamos innumerables virtudes. Pero la suma algebraica no parece resultarnos favorable por ahora.
Cierro con una anécdota de Jacinto Benavente, Benavente había venido al país en 1922 y recorría en ferrocarril las ciudades del interior junto a la celebrada actriz Lola Membrives. Cuando se detuvieron en la ciudad de Rufino ella bajó a recoger cartas y telegramas. En uno de los cables le anunciaban a Benavente que acababa de ganar el Premio Nobel de Literatura. Lola Membrives compró una botella de champán y fue a despertar al escritor.
Benavente recibió la noticia con calma y, contra lo que esperaba la actriz, decidió completar su gira antes de retornar a Europa. En cada localidad Jacinto Benavente fue interrogado sobre la Argentina.
Los argentinos somos curiosos e insistentes para enterarnos cómo nos ven los de afuera. Es como recibir la confirmación de una buenaventura que en el fondo de nuestra alma consideramos inmerecida. Pero el español se negaba a contestar. Su recato, lejos de aminorar el acoso, lo estimulaba. Los periodistas, colegas y actores le preguntaban siempre qué opinaba de los argentinos, sin variar la monocorde cuestión.
Cuando llegó la hora de su partida y el carruaje dejó en el muelle al dramaturgo, se redoblaron las demandas. Entonces Jacinto Benavente inspiró hondo y disparó un cañonazo:
“Armen la única palabra posible con las letras que componen la palabra argentino”. El escritor trepó la escalerilla y se introdujo en el barco. Su figura desapareció mientras quienes lo habían escuchado armaban sobre trozos de papel palabras organizadas con las letras de argentino.
La única que encontraron fue “ignorante”.
¡Qué garrotazo señores!
¿Será por eso que hacemos lo que hacemos, nos va como nos va y convertimos un país enorme y hermoso como Argentina en algo muchas veces atroz?
“La educación es el único camino posible para construir una sociedad justa y equilibrada. Eso refleja lo mejor que tenemos: la inteligencia y la generosidad”.