Él mismo tomaba una motosierra para ponerse al frente de su patrulla infernal. «El grupo estaba compuesto por unas 25 o 30 personas. Una persona con una motosierra puede cortar un acre por día», relata Luciano de Meneses Evaristo, director de Protección Ambiental de Brasil. Cuatro mil kilómetros cuadrados, casi media manzana. Imaginarse la desolación resulta sencillo.
A medida que su perseguidor avanza en el relato, Castanha se convertirá en un hombre langosta que intentará engullirse -y lo hará si lo dejan- la Amazonia. Cuenta a ámbito.com: «Lo que me llamó más la atención es su violencia extrema, sospechamos que cometió varios homicidios aunque todavía no lo podemos acusar formalmente. Invadía los terrenos cercanos a la rodovía 163, luego desforestaba, entregaba la madera a los madereros, incendiaba las tierras y se las vendía a empresarios agropecuarios».
La 163 penetra como una aguja en la espesa selva. Nace en Cuibá y se interna por la gigantesca mancha verde hasta el puerto de Santarem. Las carreteras y la deforestación mantienen un perverso romance de orden y progreso y caos: el pavimento representa abaratar de forma sideral los costos para transportar las cosechas, en algunos casos hasta la mitad, lo que hace que las presiones de las grandes empresas por deforestar el camino resulte insostenible.
Eso hace que la tercera parte de la superficie afectada en la Amazonia se encuentre a menos de 30 kilómetros de una ruta. Los terrenos amazónicos son baratos y fáciles de conseguir, la productividad es aceptable, por lo que la zona experimenta desde principios de siglo un auge ganadero y agrícola. El estado de Pará, donde operaba la banda, es uno de los mayores proveedores de madera: más de 10 millones de metros cúbicos al año.
Gatos y grileiros
Para dominar su feudo, Castanha contrataba «gatos», los feroces capataces que se encargaban de reclutar a los «grileiros», usurpadores de tierra que realizaban el trabajo sucio de deforestación para su posterior venta con escrituras de propiedad falsas. Marginales que, a cambio de un puñado de reales, vendían sus largas jornadas de trabajo marginal. «Vivían en estado de semi esclavitud», apunta Evaristo, «hasta que no terminaban con el área pactada no los dejaban en libertad». El funcionario ambiental no recuerda nada parecido. «Castanha y su cuadrilla eran muy poderosos, los mayores deforestadores de la Amazonia de la historia. Calculamos que fueron responsables del 20 % de la deforestación de la región».
Castanha estaba en la mira desde 2006, pero la «Operación Castanheira» se aceleró tras la difusión de imágenes satelitales que mostraron que -en septiembre de 2014- la deforestación en la región de Novo Progresso, al oeste de Pará, había aumentado un 290 % respecto al año anterior. En un mes, se habían esfumado 400 kilómetros cuadrados de vegetación, un área similar al de una tercera parte de Río de Janeiro. Castanha comenzó a sentir a la Policía y fuerzas federales a sus espaldas. Con los días el acoso creció y la selva comenzó a cerrarse de manera hostil sobre su cabeza.
La selva no aprecia a los intrusos. Las crónicas españolas dan cuenta de las penurias que debió soportar Francisco de Orellana al frente de un grupo de 57 hombres, ávidos por hallar oro y canela, en lo que significó el fabuloso descubrimiento de la Amazonia para los conquistadores. Pero el azote de Castanha no fue el hambre ni las tribus que asolaron a los extranjeros, algunas de ellas compuestas por mujeres, lo que dio origen al nombre de la región. Cayó, como en las historias desmedidas, por el peso de su propia ambición. Esposado y subido a un helicóptero, en medio de un descampado que él mismo había ayudado a crear. Evaristo cuenta que desde el mismo momento en que se lanzó la captura, el «desmatamento» cayó un 65 % y desde que fue apresado «mucho más, porque desapareció la sensación de impunidad».
Castanha y sus «grileiros» están acusados de diversos delitos: «apoderarse de bienes públicos, formar una banda para delinquir, robo calificado, deforestación ilegal y lavado de dinero», enumera Evaristo. Podrían recibir hasta 50 años de prisión según la Constitución brasileña (aunque sólo 30 de cumplimiento efectivo). Además deberán pagar por los daños ambientales 540 millones de reales (unos 180 millones de dólares), una parte del costo que insumiría recuperar el área. «Los empresarios que compraron esos terrenos no serán indemnizados y los contratos firmados están cancelados. Es simple: es como comprar droga o un auto robado», señala el funcionario.
En las últimas dos décadas, Brasil declaró áreas protegidas que dejaron el 33 por ciento de la Amazonia bajo esa condición, algunas bajo estrictas legislaciones y otras en las que está permitido el negocio forestal. En 2004 aprobó un plan de prevención y control y en 2010 la floreciente industria de la soja, que había pasado de producir 2,5 millones de toneladas a 31,4 M, declaró una moratoria en la que se comprometía a no comprar producciones provenientes de terrenos desforestados. Poco después, se sumó la industria de la carne. Según un informe publicado por la revista «Science», en ese lapso se protegieron de la tala un espacio equivalente al de 14 millones de canchas de fútbol.
El futuro
Los ecologistas advierten que la mancha marrón se seguirá expandiendo si el futuro ambiental del Amazonas queda a merced de la detención de un hombre. Atarlo a los impredecibles precios de los commodities también supondría un riesgo suicida si el valor de la soja o la carne se dispararan en los mercados mundiales. La Amazonia, por otro lado, no es sólo promesas de negocios relacionados a la soja o la carne. La cuenca fluvial que se expande a través de 8.000.000 de kilómetros cuadrados proporciona cantidades vitales de petróleo a Ecuador, una quinta parte de la energía eléctrica a Perú, y a Bolivia su precioso gas. Abrevan de allí también Colombia, Guyana, Guyana francesa, Surinam y Venezuela.
El relato salvaje de Castanha sólo se explica por la desmesura del entorno, que proporciona la quinta parte de toda el agua dulce mundial, alberga la décima parte de los bosques existentes, un quinto de las especies de pájaros, 2.000 especies de mamíferos y la misma cantidad de variedad de peces. Su tala y quema, además de contribuir fuertemente al cambio climático, sitúa a Brasil entre los principales emisores de CO2 mundiales.
Una investigación financiada por el Instituto Nacional de Investigación Espacial brasileño determinó que, a este ritmo, el calentamiento global y la tala podrían convertir la mitad del bosque tropical en tierra en cuestión de décadas. Otro concluyó que reducir a cero la deforestación ya no es suficiente para preservar las condiciones ambientales. En ese escenario, la cumbre climática que se realizará en París, en diciembre, asoma como un faro: una gran oportunidad de dejar a personajes como Castanha con menor margen de acción.