La periodista Teresa Bo acaba de llegar a Buenos Aires de la peligrosa selva del Darién, entre Colombia y Panamá, donde registró –como corresponsal de la cadena de TV Al Jazeera– la tragedia que viven miles de personas migrantes haitianas, cubanas y venezolanas, que escapan de la crisis económica generada por la pandemia en Chile y Brasil –donde vivían– y buscan llegar a Estados Unidos, como sea. En el camino, las mujeres son violadas, como parte del paisaje. «Me ponía barro en el cuerpo para que los hombres no me miren, me decían muchas de ellas», cuenta Teresa Bo, vía zoom, desde su casa donde cumple el aislamiento obligatorio al regresar al país. Dice que no puede sacarse de la cabeza esas dolorosas historias, que no están en la tapa de los diarios del mundo. La agenda internacional esta semana se centró en Afganistán, luego de la abrupta retirada de Estados Unidos, tras veinte años de ocupación, y la victoria de los talibanes. El foco informativo –además del humillante fracaso imperialista, uno más– está puesto en el futuro que les puede deparar a las mujeres afganas. «No soy muy optimista. Se vienen situaciones muy difíciles para la población afgana, especialmente para las mujeres y las niñas. Pero ya también era difícil antes: quiero marcar eso. Porque parece que de repente vino la noche y en realidad no es que la noche no estaba antes», enfatiza Bo, en diálogo con Página/12.
Fue corresponsal de guerra y hace 14 años trabaja para la cadena Al Jazzera, principal canal de noticias del mundo árabe. Es tal vez una de las periodistas argentinas que más veces estuvieron en Afganistán. No solo en Kabul, la capital; también en zonas rurales: viajó más de media docena de veces. «He visto a mujeres con su rostro quemado con ácido por salir a estudiar, o encerradas en la cocina sin poder participar de una cena en el salón principal de una casa, donde yo sí podía sentarme con los hombres». Aquellas imágenes regresaron a su memoria también en estos días.
El fracaso de Estados Unidos
«Cuando fue la invasión de Estados Unidos el gran objetivo era democratizar a estas sociedades, que tienen una organización tribal, pero terminó siendo un gran fracaso», opina. Rescata, sin embargo, los cambios que se fueron dando en estos años en relación a la situación de las mujeres en Afganistán.
–He visto bombardeos indiscriminados de parte de los ejércitos de EE.UU. y la OTAN sobre población civil. Todo eso fue caldeando el ambiente, generando mucho rechazo hacia EE.UU. Pero sí lo que tengo que rescatar es que para las mujeres sí hubo un florecimiento en estos años. En la Universidad de Herāt, el 60 por ciento de los estudiantes son mujeres, y tienen las mejores calificaciones; hay abogadas, juezas, médicas. Antes, con el régimen talibán, las mujeres no podían aspirar a un título o a un cargo de ningún tipo.
En estos últimos años, dice, “las mujeres se fueron empoderando” y surgieron “cantidad de organizaciones de mujeres, que antes no existían”.
Recuerda a otra mujer, en uno de sus últimos viajes, luego del 2010, para cubrir elecciones legislativas: «Estaba con un burka y ya no estaban los talibanes en el poder porque hay muchas mujeres –dice– que siguieron usándolo como protección o porque son conservadoras. Se levanta el burka y me muestra su documento y me dice que iba a votar por primera vez en su vida. Como ella, había mucha gente que antes no estaba ni siquiera registrada para participar en el futuro de su país”, dice Bo.
Otra vez entrevistó a una mujer a la que habían mantenido presa alrededor de 15 años por ejercer la prostitución y «en la cárcel había sido golpeada, lastimada, estaba sin dientes, había vivido situaciones de un sufrimiento terrible».
La amenaza para las mujeres y las niñas
–¿Qué sintió al enterarse de que los talibanes habían llegado a Kabul?
–Me dio mucha tristeza porque se me vinieron todas esas caras a la cabeza. Y sé lo difícil que la tienen ahora todos pero sobre todo las niñas y las mujeres. Están intentando mostrar que van a ser más abiertos… El martes veía a una de las periodistas afganas que decía: «Vamos a salir a las calles, vamos a seguir informando». En una rueda de prensa los talibanes le dieron la primera pregunta a una mujer. Pero creo que eso está pasando porque están todos los focos ahí. Hay que ver qué sucede en el futuro.
–¿Cree que los talibanes cambiaron su postura en relación a las niñas y las mujeres o es una pantalla diplomática?
–No creo que hayan cambiado. Lo que sí cambió es el mundo. Hoy tenés Twitter, medios de comunicación que antes no había en Afganistán; cambiaron las mujeres afganas, que no son las mismas que hace veinte años, existe una sociedad civil que está lista para presionar, hay una comunidad internacional que, con todos los errores que se cometieron, con todas las falencias enormes que existieron con cualquier tipo de asistencia a Afganistán, sí de alguna manera empoderaron desde organizaciones internacionales a las mujeres y eso sí cambió. Creo que todo eso es lo que hoy está presionando para que no sea lo mismo que antes.
Parte de la cultura
También señala que el sometimiento de las mujeres, en algunas regiones del país, «es parte de la cultura afgana también». «Los talibanes no son extraterrestres que llegaron a la Tierra de repente para imponer una versión del Islam radical: son afganos, representan a los pastunes y a sus costumbres».
Cuenta que en una oportunidad le tocó entrevistar a uno de los llamados señores de la guerra, caudillos del interior del país. «Recuerdo estar en el último lugar de la fila de un séquito que lo seguía, en Kandahar: Mi traductor iba primero, yo le gritaba las preguntas porque hablan pastun, él le contestaba al traductor, mi traductor me gritaba a mí las respuestas y mientras tanto a mí me estrellaban naranjas contra la espalda, en este caso porque no están acostumbrados a ver a una mujer trabajando, en acción».
–¿Quién la agredía con las naranjas?
–Grupos de chicos y adolescentes. Entre los pastunes, en algunas regiones de Afganistán de donde provienen los talibanes, está normalizado insultar a una mujer. La mujer no es parte de una sociedad. En zonas rurales todavía perduran esas creencias. Lo mismo sucede en Argentina de alguna forma, por ejemplo, cuando hablamos del aborto en Tucumán o Salta hay más resistencias y son lugares mucho más tradicionales.
La periodista señala que fue «muy crítica» durante toda la ocupación norteamericana y de la OTAN: «Recuerdo un informe en el que mostramos que construían una estación de policía pero habían roto caños de agua y entonces le traían agua mineral con etiquetas de EE.UU. para darle a la población local, y la gente me decía: ‘A mí los talibanes me ven con esto y yo estoy muerto mañana’. Otro ejemplo, en un territorio en el que tienen que haber diez escuelas, había cinco. ¿Qué pasó con las demás que se tenían que construir? Hay una investigación de una universidad en EE.UU. que dice que de los más de dos trillones de dólares que se invirtieron en Afganistán, un trillón se gastó con contratistas o subcontratistas del Ministerio de Defensa; 500 millones de dólares en deuda que tomó EE.UU. para pagar la guerra, mientras que los afganos siguen viviendo con dos dólares por día. La vida nunca les cambió. No les mejoró».
De Afganistán a Arabia Saudita
–¿No es una trampa enfatizar sobre las condiciones de vida que se vienen para mujeres y niñas, cuando esas mismas condiciones fueron excusa para la invasión norteamericana?
–Obviamente, creo que eso se usó mucho y nunca se habló de la situación de las mujeres en Arabia Saudita, donde hay presas por luchar por los derechos de las mujeres y hasta hace poco no podían manejar un auto. Siempre está en juego el concepto de la libertad. Tengo una amiga en Jordania, abogada brillante, especialista en derechos humanos, que usa hiyab –se tapa la cabeza–. Una vez, en una discusión en torno al uso del velo, me dijo: «¿vos te pensás que sos más libre porque te podés poner un bikini?». Hay un montón de mujeres que eligen usar el velo. Nuestra noción occidental de pretender que la libertad es poder salir a mostrar el culo en la playa también es cuestionable, porque la libertad también es respetar cada cultura. Y siempre viene mucho el mensaje de forzar el cambio. Occidente tiene esta visión de que «yo les voy a llevar la democracia», «yo les voy a llevar el derecho de las mujeres» y en donde se ha intentado todo eso ha fracasado. El gran ejemplo para mí es Irán. Antes de la revolución estaba mal catalogado usar un velo, era un país progresista. Vino la revolución islámica, entre otros motivos, por prohibir el uso del velo. Muchas veces esas imposiciones de Occidente terminan yendo en contra de las mujeres. El cambio tiene que venir de adentro: se debe empoderar a las mujeres, para que ellas tengan las herramientas y puedan dar esa lucha. Les va a resultar difícil y pueden tener costos enormes, pero cualquier mensaje que venga del exterior es contraproducente, porque es entendido como una imposición imperialista.