Si algo caracteriza al senador nacional Bartolomé Abdala es su capacidad para justificar lo injustificable con una soltura digna de un prestidigitador político. Hace unos meses, confesaba con total naturalidad que tiene «más de 15 asesores» porque su «deseo es ser gobernador». Es decir, que usa el Senado como una agencia de empleo para amigos, operadores y futuras candidatas de su espacio. Pero la historia se pone mejor (o peor, según desde dónde se mire) cuando revisamos algunos nombres en su selecta lista de «colaboradores».

Dos de sus flamantes asesoras, Valentina Villagra y Diora Dadan, son ahora candidatas a diputada provincial y concejal de San Luis, respectivamente. Hasta ahí, podría parecer otro caso de políticos incubando políticos a costa del bolsillo de los contribuyentes. Pero el verdadero delirio está en los detalles: ambas están en categorías salariales altas dentro del Senado. Villagra cobra como asesora con categoría A-12, mientras que Dadan, quien se pasa el día dando cátedras de moral en su streaming político, figura en la categoría A-9.

Diora Dadan es un caso particularmente jugoso, se presenta en redes y en su «medio de comunicación independiente» como una periodista justiciera, denunciante de la «casta» y ferviente defensora de la transparencia. En sus emisiones, llega a afirmar sin pestañear que «ella no cobra del Estado nada». Un pequeño detalle: su nombre está estampado en la nómina del Senado, con sueldo incluido, gracias a la generosidad del senador Abdala.

También es conocida por manejar una red de páginas troll dedicadas a atacar opositores internos y externos de su espacio político. Con un ejército digital de perfiles falsos, se encarga de ensalzar a su jefe y difamar a quienes osen cuestionar el esquema de beneficencia senatorial en el que están inmersos.

La contradicción es tan grosera que hasta la vieja política podría tomar notas. Mientras predican la lucha contra «el curro de la política», viven de los sueldos estatales que tanto dicen detestar. Mientras denuncian los manejos turbios de sus adversarios, hacen lo mismo (o peor) con la ventaja de una doble moral blindada por su discurso antisistema.

Si algo queda claro con este episodio es que en la política argentina el cinismo no tiene límites. Abdala arma su estructura con fondos públicos para allanar su camino a la gobernación, mientras sus alfiles juegan a ser la nueva «política». Pero la farsa es tan burda que cuesta creer que sigan pensando que nadie se dará cuenta. O peor aún, que la gente no les cobrará la factura cuando llegue el momento de las urnas.