Por Daniel Poder

La sociedad ya dio vuelta el reloj de arena, ahora es sólo cuestión de tiempo.

La frase en boca de Sergio Massa, y que cita Carlos Pagni en su libro “El Nudo”, viene a cuenta de un fenómeno que en el terreno de San Luis parece profundizarse desde hace tiempo en relación al desgranamiento de poder que sufre Alberto Rodríguez Saá.

Los signos de ese deterioro son parte de un diagnóstico que se hizo evidente desde hace un par de años y que se agudizan a la par del final de su vida política como gobernador de San Luis.

La pérdida de poder es evidente. Como evidentes las etapas que su figura política fue atravesando.

Del encantamiento inicial, aquel disruptivo, innovador, pasó al rutinario y gris ejercicio de un gobierno carente de ideas que se mantuvo por inercia; de allí descendió varios escalones hasta tener que disciplinar voluntades ya sin más factores de cohesión que el interés por la supervivencia o los negocios; hasta llegar a este preámbulo de desbande, vergonzante, del que se da cuenta en las charlas de café. El próximo escalón, el de la historia, es el cruel olvido.

No menos de cinco hechos puntuales apuntalan esta idea y reflejan la pérdida de poder de su figura.

Quizá, el más reciente, sea representativo no sólo por la “derrota política” que significó que La Pedrera no fuera elegida como sede del Mundial de Futbol Sub20 que se disputará en Argentina y cuya final se jugará precisamente el día que en San Luis se elija un nuevo gobernador el 11 de junio, sino también porque la “derrota” en manos de la propuesta de la provincia de ¡Santiago del Estero! reveló la falta de concepto integral alrededor de muchas obras que se ejecutan en San Luis, como es el caso del Estadio La Pedrera.

Esa falta de marco conceptual antes era disimulada por el mismo ejercicio del poder. Hoy en día se revela como una idea de Club Atlético El Capricho & Amigos.

A decir verdad, Rodríguez Saá le ponía muchas fichas a esta candidatura como sede mundialista interesado en la imagen que San Luis pudiera proyectar al país a costa de las millonarias transmisiones televisivas. Nadie se engañará con esa imagen.

Ya un par de años atrás, en pleno proceso electoral 2021, la Justicia le paralizó la ejecución de un paquete de medidas económicas, conocidas como “Plan Platita” con el que pretendía comprar voluntades electorales, fallo que fue ratificado por la Cámara Electoral Nacional un año después. Quién hubiera imaginado tal desafío a su poder y en un tema decisivo que podía influir en un resultado electoral.

También podríamos seguir con su frustrado intento por jubilar al actual vicegobernador, Eduardo Mones Ruiz a quien quiso hacer renunciar para que pasara a ser juez de la Corte. Ni una cosa ni la otra.

El dirigente de Villa Mercedes se plantó y se negó a esa humillación política que Rodríguez Saá -acostumbrado a poner y sacar, nombrar y borrar a su antojo-, le reservaba culpándolo de la estruendosa derrota electoral en Villa Mercedes en manos de Claudio Poggi, terreno que era responsabilidad política de su hijo.  Fue esa una enorme desautorización que Rodríguez Saá tuvo que asimilar en público tragando saliva.

Esta semana, otra vez la Justicia Federal devalúa el poder de Rodríguez Saá al hacer caer más de 400 registros domiciliarios truchos con los que el oficialismo estaba inflando el padrón electoral de Fortín El Patria.

Que se trata de una práctica habitual, que no era ninguna novedad, que habilitaba al jaraneo de los dirigentes oficialistas, todo eso es posible y tal vez cierto; pero también es otra señal de que el acelerado goteo en la pérdida de poder de Rodríguez Saá es incontrolable e irreversible.

Antes sufrió dos golpes rotundos en las urnas con su rival innombrable, al que cada vez que torpemente agreden, empoderan. En solo 60 días perdió las últimas dos elecciones en las cuales puso el rostro pidiendo el voto y diciendo que a él no le daba lo mismo el resultado de esa elección. Perdió en setiembre, volvió a perder en noviembre, y algo más grave: se derrumbó el mito y dejó de ser invencible.

Incluso perdió poder de injerencia en los armados opositores en cuya conformación siempre se pudo leer alguna señal de su presencia. De cara a la elección de junio próximo no pudo dividir a la oposición y esta vez enfrentará el mayor volumen político jamás reunido en 40 años de democracia.

La pérdida de poder ejercido al estilo Alberto Rodríguez Saá conlleva inexorablemente la pérdida del miedo de la contraparte. Y eso también es evidente en las redes sociales.

Es la gente la que le ha perdido el miedo. Esa definición no corre por cuenta de un sociólogo o especialista en conductas sociales, es apenas la interpretación que se le puede dar a los miles de mensajes que se multiplican en las redes sociales -docentes, empleados públicos, trabajadores del Plan, policías, comerciantes, etc.- en los que no sólo se critica la gestión de gobierno, sino que también se exhibe una suerte de hartazgo por su sola imagen, de por sí desangelada. El fin de ciclo también se refleja en el diálogo social en las redes.

Todo este recorrido lo ubica al final de camino con el de otro Alberto, el que acaba de resignar el poder -en potencia- al bajar su candidatura a presidente. Cosa juzgada.

Dirigentes, jueces y empresarios -razas de buen olfato político- y ciudadanos que expresan una altísima voluntad de cambio, tienen ante sus ojos la figura de un Alberto Rodríguez Saá que les resulta desconocido. Es el mismo Alberto Rodríguez Saá de siempre, pero sin poder.