Los mareos según los idóneos la produce la cinetosis -denominación técnica del mareo por movimiento-, es que surge porque, al moverse, el cuerpo experimenta una disonancia entre lo que ve y lo que siente. Es decir, se produce una estimulación excesiva en las estructuras internas del oído, que regulan equilibrio, y por eso aparecen los síntomas del mareo: palidez, sudor frío, agitación o náuseas que, en el peor de los casos, pueden derivar en vómitos.
En el año 1831, cuando el HMS Beagle inicia su famosa travesía marítima alrededor del mundo, viajaba un tal Darwin, este joven inglés de buena familia no era un naturalista stricto sensu, sino un teólogo que tenía la misma idea que todos sus coetáneos con respecto a los orígenes de la vida: los humanos y todas las formas vivas del planeta habían sido diseñados por la divinidad en la gran creación. Y es que el viaje del Beagle tenía una finalidad más de exploración cartográfica que de exploración naturalista, y Darwin -que se acababa de graduar en Teología en la Universidad de Cambridge, pero con conocimientos básicos de Geología y Botánica- había sido seleccionado para ocupar la plaza de naturalista no remunerado a condición de compartir cabina y conversaciones sobre la Biblia con el ferviente creyente y capitán del bergantín, Robert Fitzroy.
Charles R. Darwin no era el prototipo de viajero aventurero cuando zarpó de Davenport (Reino Unido) el 27 de diciembre de 1831. De hecho, y en muchos sentidos, era un joven y delicado gentleman británico acostumbrado a la buena vida y a una de sus grandes aficiones: la caza. Los marineros del Beagle, por ejemplo, a menudo encontraban al pálido Charles arqueado sobre la borda luchando contra los efectos de un perenne mareo que sorprendía y escandalizaba a los viejos lobos de mar. Entonces, ¿Qué impulsó a Darwin a embarcarse? Si el mismo sabía que sufría mareos cuando viajaba en carruajes. Algunos autores especulan con las costumbres de la época victoriana, -reservadas a las clases más acomodadas- de pasar a la posteridad o de hacer fortuna rápida era participar en una aventura: tenemos el caso del aristócratas o hijos de familias adineradas que se alistaban en la academia militar o naval con el fin de participar en misiones (capturas de barcos enemigos, colonización de nuevos territorios en ultramar, etc.) que les podían reportar ascensos -posición social- y riquezas -posición económica-. Pero también tenemos el ejemplo de personajes, como el alemán Alexander von Humboldt (1769-1859), que dilapidó una fantástica herencia viajando como geógrafo y naturalista por muchas regiones del planeta con la única finalidad de satisfacer las ansias de observar e interpretar el mundo; una cosa que quedará reflejada sobre todo en su magna obra Cosmos (1845-1847).
En este sentido, Darwin estaba mucho más cerca del talante de Humboldt que de los aventureros con sentimiento de conquista y triunfo económico.
Así, no nos tendría que sorprender que Darwin fuera capaz de soportar, tanto en el sentido económico (el patrimonio familiar cubría los gastos de un cargo como naturalista no remunerado) como en el personal (espacio vital escaso, enfermedades, mareos, etc.), las incomodidades de un viaje, mitigadas con jengibre, que le ofrecía una oportunidad única de circunnavegar y observar el mundo.
Y observando el mundo en este sentido, hay un nuevo estudio llevado a cabo por especialistas de los países bajos y con la ayuda de expertos en la materia de conducción, comprobó que los pasajeros que miraban pantallas durante un recorrido corto se sintieron mal después de una media de diez minutos. En todos los casos eran adultos. “Los mareos en el coche son un problema complejo; es una reacción natural a un estímulo no natural que no se puede curar como tal pero podemos intentar aliviar los síntomas”, afirma los investigadores de una empresa de Sistemas de Percepción y Cognitivos de Soesterberg, en Holanda.
En las pruebas iniciales, se comprobó que, cuando las pantallas estaban montadas en alto y se podía ver la carretera a ambos lados, los voluntarios eran menos proclives a marearse. Otros experimentos explorarán métodos alternativos en que se puedan mostrar datos en el habitáculo para que se pueda avisar a los pasajeros de baches o trayectos con curvas próximos.
“Para muchos conductores que creen que su hijo tiene un problema con los mareos en coches, podría tratarse simplemente de la manera en que conducen”, aseguramos y damos fe desde nuestra experiencia en la Autoescuela de Manejo San José y el profesor Bos, que también realiza estudios sobre la percepción de movimiento en la Vrije Universiteit de Amsterdam y ha trabajado en un dispositivo que muestra cuándo el comportamiento al volante podría afectar a los pasajeros proclives a marearse. Es más desde nuestro Autoescuela de Manejo San José -hacé clic acá para conocernos en Facebook-, siempre decimos que una conducción agresiva incrementa los costes de combustible.
Hay diversos modos que sugieren y sugerimos para aliviar los mareos en el coche, uno de ellos es colocarse en una posición intermedia en los asientos traseros, o preferiblemente al frente, para poder ver la carretera que hay por delante, distraer a los pasajeros, con una conducción silenciosa para inducirles sueño beber e hidratarse antes y durante el viaje, utilizar una almohada o un reposacabezas para mantener la cabeza lo más inmóvil posible, encender el climatizador para que circule aire fresco o simplemente bajar la ventanilla y estar atento a los bostezos y la sudoración son señales de aviso para una afección causada por desequilibrios entre señales que recibe el cerebro desde los ojos y los órganos responsables del equilibrio en el oído. Los bebés no se marean. A las mascotas sí les afecta e incluso los peces de colores sufren mareos, un fenómeno del que se dieron cuenta los marineros por primera vez.
Como última opción se puede recurrir a los remedios naturales como ingerir una raíz de jengibre -aunque su fuerte sabor es un inconveniente-, como lo hacía el ya citado Charles R. Darwin.
Para ir concluyendo estas son algunas recomendaciones para evitar los molestos mareos que experimentamos al viajar, aunque existen otras opciones que parecen surgir de la ciencia ficción. Por ejemplo, en el año 2006, científicos de la NASA decidieron experimentar con una revolucionaria idea surgida en los ´80 para “engañar” a nuestro cerebro: unas gafas que congelan la imagen en la retina a través de la emisión de destellos de luz.