Por:
Johana Gómez.
Referente provincial del Frente de Izquierda – Unidad.
En el marco de la gran crisis que atraviesa nuestro país, la lucha de clases en Sudamérica se suma al combo de preocupaciones de Alberto Fernández. El Pacto Social, un experimento que ya fracasó en el pasado, buscará un difícil equilibrio entre el pago de la deuda, los intereses empresarios y una dura realidad social tras años de ajuste.
No son pocos los funcionarios y mandatarios preocupados por las olas de protestas que comenzaron en Ecuador y se extendieron por Chile, Bolivia o Colombia. Pero, a diferencia de lo que viene sucediendo en estos países, en Argentina – recientemente – millones votaron al Frente de Todos con grandes expectativas de que la crisis económica y social vigente sea resuelta por un nuevo Presidente. Sin embargo, de la frustración de esas esperanzas, puede surgir a lo largo del próximo Gobierno una experiencia con el peronismo y la necesidad de que las grandes mayorías comiencen a tomar el futuro en sus propias manos.
La realidad es que la situación no será en nada similar a la posterior a 2003, como sugirió Alberto Fernández durante su campaña electoral, evocando aquellos años durante los cuales fue parte del Gobierno de Néstor Kirchner y la economía crecía a “tasas chinas”. Esta vez, el “trabajo sucio” no está terminado, por lo que, el nuevo Presidente asumirá con una gran crisis de deuda y exigencias empresarias de mayores ataques contra las condiciones laborales y ajustes fiscales, mientras que la situación internacional es mucho más adversa (lejos del ciclo favorable de las materias primas de aquellos años), configurando de conjunto una situación mucho más crítica.
Después de una “eterna” transición, en las próximas semanas el mandatario del Frente de Todos comenzará a gobernar, intentando hacer un difícil equilibrio: cumplir (re-negociando) con los pagos de una deuda monumental al capital financiero internacional, así como con otros intereses empresariales (como las patronales del campo que rechazan mayores retenciones) y, a la vez, no explotar una paciencia social que se acerca a su límite, con una pobreza que alcanza a casi el 40 % de la población y un salario golpeado y pulverizado por años de inflación y devaluación, además de la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo.
Cristina Kirchner entendió desde un comienzo que el que empieza en diciembre será un Gobierno que debería lidiar con una gran crisis. Por eso, al resignar su candidatura a la presidencia, lo hizo, señalando que lo difícil no sería tanto ganar las elecciones sino gobernar y, para ello, propuso dos políticas que apuntaban a darle fortaleza al futuro Gobierno: unificar al peronismo y poner en marcha un Pacto Social.
Para lo primero, abrió paso, bajando su candidatura presidencial, a que se conforme el Frente de Todos con muchos de los que habían ayudado a Macri para gobernar. Los “traidores” fueron indultados y así es como Sergio Massa termina siendo Presidente de la Cámara de Diputados, Adolfo Rodríguez Saá vuelve a integrarse al kirchnerismo/peronismo y la cúpula de la CGT premiada con un rol destacado en el futuro Pacto Social junto a los gobernadores peronistas (entre ellos, Alberto Rodríguez Saá).
Y, en referencia a lo segundo, la propuesta de un Pacto Social entre Gobierno, empresarios y burócratas sindicales tiene el objetivo de presentar un acuerdo nacional que evite la conflictividad. Ante una situación de crisis como la actual, buscan ponerle un freno a las expectativas de las grandes mayorías que quieren recuperar lo perdido en los últimos años bajo el macrismo, encorsetar sus demandas dentro de un acuerdo nacional y evitar que las mismas salgan a las calles como en Chile, Ecuador o Colombia.
Sin embargo, la paradoja es que incluso en el hipotético caso de lograr contener por un tiempo la lucha de clases, el acuerdo social – de realizarse – podría incubar una crisis aún mayor para el futuro, aunque haya algún tipo de reactivación económica en el próximo período.
En nuestro país se viene incubando un profundo malestar social no solo con la inflación de los últimos años, sino también con las empresas privatizadas que ningún gobierno cuestionó desde el menemismo y aplican grandes tarifazos a cambio de deficientes servicios; con los altos porcentajes de precarización laboral o pobreza que se mantienen de forma estructural a lo largo de los años; o con el desfinanciamiento y la decadencia de la salud o la educación públicas que son postergadas para destinar grandes presupuestos a los pagos de deuda en beneficio de especuladores o para subsidiar a empresarios que se la siguen llevando en pala.
Hoy son millones los que tienen expectativas de avanzar en sus condiciones de vida con el cambio de Gobierno. Sin embargo, es imposible salir de la decadencia estructural, apostando solamente a un pequeño crecimiento económico sin romper con las ataduras del capital financiero internacional, con el enorme peso de la deuda pública y con la fuga de capitales que saquean el país o con el control capitalista de los principales recursos estratégicos del país. Lo que hoy es ilusión, mañana o pasado puede dar lugar a la lucha de clases, una vez acabada la “luna de miel” con el Gobierno que comienza.
Contra los padecimientos que vienen sufriendo las grandes mayorías, en lo inmediato, es necesario un aumento de salarios, jubilaciones y planes sociales de emergencia como paliativos mínimos, así como también, la reapertura de paritarias en todos los gremios, la anulación de los tarifazos de los servicios públicos que golpearon duro al pueblo trabajador y el cuestionamiento de la deuda pública que Alberto Fernández se compromete a pagar. Estas medidas elementales deberían ser la apertura de un camino de exigencia a la CGT y la CTA de iniciar un camino de lucha para recuperar todo lo perdido bajo el macrismo.
Al calor de estas exigencias y peleas, junto al apoyo a las rebeliones populares que recorren Sudamérica y el mundo, es necesario dar pasos para seguir construyendo una alternativa política de la clase trabajadora, el movimiento de mujeres y estudiantil, con un programa de fondo y anti-capitalista para dar vuelta la historia y poner todos los recursos al servicio de las necesidades de las grandes mayorías.