Angustia y desesperación. Esos son los sentimientos que priman entre empresarios pymes de la Argentina. La foto de hoy es trágica: la producción industrial lleva 14 meses consecutivos en caída y la última devaluación fue un golpe de knock out. Aumentaron los costos de producción un 20 por ciento por los insumos importados y las ventas se frenaron ante la incertidumbre por el nuevo valor del dólar. Hasta 2020 el plan es “aguantar”, según contaron empresarios de distintos sectores. No hay objetivos para realizar inversiones ni contratar personal, al menos hasta el primer trimestre del año que viene. La expectativa más optimista es no despedir más trabajadores y “desenfundar” aquellas máquinas que están apagadas. En caso de que haya un cambio de Gobierno, esperan que la reactivación del consumo llegue recién a mediados del año que viene.
“Estos 4 meses que quedan hasta diciembre van a ser muy difíciles. El plan es aguantar”, afirmó Ariel Aguilar, vicepresidente de la Confederación General Empresaria Argentina (Cgera), entidad que agrupa 40 cámaras sectoriales de todo el país. Recién hoy, 15 días después de la megadevaluación, en la que el dólar pasó de 46 a 58 pesos, pudo sentarse a establecer los nuevos costos de su empresa, relacionada a la industria del cuero. Los primeros días no había precios, envíos ni facturación y a la semana llegaron las listas con los nuevos precios. “Todos mis insumos, en los que están el cuero, los cerrajes y los químicos, aumentaron 20 por ciento. Pero la mercadería la tuve que entregar igual. Perdimos esos 20 puntos en los cheques para cobrar, que hoy en día representan toda nuestra rentabilidad”, contó Aguilar.
A pesar del contexto, la fábrica no puede parar. En un mes, deberán hacer entrega de la temporada de verano de manufacturas de cuero. Hasta fin de año, el panorama es desolador. “Con el resultado de las elecciones primarias, se abrió un abanico de expectativas: si cambia el Gobierno y hay una pequeña reactivación del consumo, a nosotros ya nos mueve la aguja”, agregó el empresario. Sin embargo, esto no se traducirá ni en un aumento en la contratación de trabajadores ni en inversión de capital. Antes que eso, tiene 8 máquinas que prender en su fábrica de Morón, con trabajo ocioso. La utilización de la capacidad instalada está en el 59,1 por ciento y cayó casi 3 por ciento con respecto al año pasado. “Hasta diciembre vamos a aguantar, después sentiremos un cierto alivio si bajan un poco las tasas de interés y la reactivación vendría a mediados del año que viene”, estimó Aguilar.
Segundo semestre
En la misma línea opinó Román Queiroz, propietaria de Coama Sudamérica, una empresa con 70 años de historia del rubro maderero, con una fábrica en Misiones y un centro de distribución en la localidad bonaerense de Tigre. “Los que pueden exportar están en un momento bueno, pero quienes producimos para el mercado interno veníamos con una situación complicada y ahora estamos peor”, contó Queiroz, quien además es secretario general de la Federación de la Industria Maderera (Faima). Durante los últimos 15 días post devaluación le suspendieron la entrega de insumos. La resina, las herramientas y los repuestos que utilizan para la producción aumentaron un 15 por ciento, y eso se trasladó al precio de venta de los tableros. Además, sus compradores le frenaron los envíos “ante la incertidumbre de no saber si va a haber ventas”.
La fábrica, ubicada en El Dorado, Misiones, con 13 mil metros cuadrados no tiene más lugar por la cantidad de stock. “Las ventas cayeron un 50 por ciento, entonces, para no despedir gente, seguimos fabricando y hoy tenemos un stock elevado. En este rubro es difícil despedir un empleado porque la experiencia es muy valiosa. No esperamos despedir, pero si sabemos que no vamos a tomar nuevos”. En 2016, con la apertura de importaciones, había tenido que despedir a 50 personas. Con líneas que no operan, turnos reducidos y la fábrica trabajando al 50 por ciento de su capacidad, el panorama de hoy es desolador: “Estamos desesperados por el momento actual y el año que viene también va a estar complicado por el pago de la deuda. Con estas tasas es imposible pensar en invertir, estamos en punto muerto”, opinó Queiroz. Estima que la reactivación llegaría a mediados del año que viene, en caso de bajar las tasas de interés y reactivarse el consumo interno. “Tratamos de tener un poco de sentimientos optimistas porque esto en algún momento se tiene que revertir”, concluyó.
«Desesperación y tristeza»
En otros casos, la crisis generó que los fabricantes comenzaran a trabajar “a pedido”. Es lo que le sucedió a Daniel Rosato, dueño de una industria papelera y metalúrgica. Tras la devaluación, las ventas cayeron 50 por ciento por no haber precios de compra ni de venta y tuvieron que frenar una línea de producción. “No podemos trabajar con stock porque no tenemos capital para comprar materia prima y encima los comercios no nos compran por la incertidumbre”, explicó Rosato, quien además es presidente de Industriales Pymes Argentinos (IPA). Otro de los efectos devastadores de la devaluación fue la suba de las tarifas, ya que compran la energía en dólares en boca de pozo. Además, aumentaron el polietileno, la celulosa y los productos químicos que utiliza para producir.
“Sentimos desesperación, tristeza y preocupación por la caída en las ventas. Y encima hay miedo a perder nuestras empresas, es muy grave lo que está pasando”, agregó Rosato. Desde la entidad que preside registró que las compañías intentan sostener el empleo, pero muchas veces tienen que reducir el personal. Considera que la situación va a seguir como está, salvo que el próximo Gobierno introduzca líneas de financiamiento y saque las retenciones a las exportaciones.
Por otro lado, un empresario del rubro automotor que prefirió no ser mencionado aseguró que la última devaluación fue el «empujón al abismo». Las pocas ventas que tenían se frenaron después de las elecciones. Y comenzaron los despidos. Los recortes arrancan por empleados gerenciales y se vuelven más pronunciados en los operarios fabriles. Los empleados que corren con mejor suerte son aquellos que se encuentran sindicalizados, o quienes tienen muchos años de experiencia en las empresas, y despedirlos resulta «muy caro». El objetivo es «resistir» hasta marzo y luego «barajar y dar de nuevo».