El autor del disparo dejó frases contradictorias e intentó negar que tuviera un móvil político o económico. «No soy un sicario ni soy de Revolución Federal», dijo.
Había algo llamativo en el relato de Fernando Sabag Montiel: usaba la palabra «atentado» para referirse a su intento de matar a Cristina Fernández de Kirchner, decía «los copitos» al aludir al grupo de vendedores de copos de azúcar que frecuentaba por esos días con su novia Brenda Uliarte, actividad que usaban para «estudiar –dijo– cómo perpetrar» el crimen. Parecía un cronista de sí mismo. La fiscala Gabriela Baigún le preguntó a qué se refería al hablar de «atentado». «Se contesta sola la pregunta: Matar a Cristina», respondió sin titubear. «Yo la quería matar y ella quería que se muera», resumió «la decisión» que había tomado junto con su pareja «la semana previa» al hecho, lo que dejaba en claro la planificación.
En la primera audiencia del juicio por el intento de magnicidio contra la expresidenta, a Sabag Montiel se lo vio con el pelo crecido, enmarañado, y la barba larga. Era evidente que quería hablar. Ya lo había intentado cuando todavía no era su turno, cerca del mediodía, y trató de subirse a un planteo del abogado del tercer acusado, Gabriel Carrizo –el dueño del negocio del algodón de azúcar–, que reclamaba un jurado popular para el caso. «Ya lo planteé en la Corte», esbozó el principal acusado desde su asiento, en el medio de la sala, todavía enfundado en una gruesa campera bordó, y siguió con frases confusas.
Protagonista del día
Cuando la presidenta del Tribunal Oral Federal 6 (TOF6), Sabrina Namer, lo convocó a pasar al frente para prestar declaración indagatoria, fue decidido y dijo que quería contestar preguntas. Se presentó: 37 años, nacionalidad «brasileña», estudios «terciarios» (luego dijo hizo dos años de ingeniería industrial en la UBA), trabajó de remisero, vendía copitos. Su tono era calmo y monocorde. Tenía puestas las mismas zapatillas blancas con rayas negras que llevaba cuando lo detuvieron la noche del 1 de septiembre de 2022 en medio de la multitud que llevaba once días de movilización en apoyo a CFK alrededor de su casa en Recoleta. Primero lo agarraron entre dos militantes, como recordó la lectura de la acusación de la fiscalía y la querella. Otro lo había visto apuntar y gritó «¡Tiene un fierro!». Recién después quedó en manos de la policía.
Varias veces a lo largo de este miércoles Sabag Montiel habló de las razones que, definió sin pruritos, lo llevaron a acercar una pistola Bersa calibre 32 a muy pocos centímetros «de la cara» de CFK. «Gatillé una vez, no fueron dos. No le volví a dar carga porque fui interceptado», quiso aclarar. Como es conocido, la bala no ingresó a la recámara del arma y por eso el disparo no salió. No tuvo, recapituló el asesino fallido, «escape del plan», una idea que dejaba flotando que habría imaginado huir. «No sé qué pasó con el cargador. Un acto reflejo es descartarse del arma. Nunca maté a una persona, iba a ser la primera vez, pasa todo como un flash», fue explícito. En efecto, tiró el arma al piso y fue hallada después. Reconoció que intentó hacerse pasar por militante kirchnerista para que no lo capturaran, pero no le creyeron.
Su intento de asesinato tuvo, buscó argumentar, «una motivación personal». Lo veía como «un acto de justicia». «No traté de beneficiarme económicamente». «Tiene una connotación mas profunda, mas ética, y mas comprometida con el bien social que otra cosa». «No soy un sicario, ni un psicópata ni conozco a Revolución Federal». A esas afirmaciones sumó una teoría sobre sus compañeros de banquillo, Uliarte y Carrizo: «les pagaron para autoincriminarse». Ellos no llegaron a declarar en la primera jornada, que había comenzado cerca de las 10 y terminó 17.30.
En una de las pocas fotos que se pudieron rescatar del celular de Sabag Montiel –que apareció dañado en las primeras horas pos atentado–, se lo veía con el pelo largo, apuntando con la misma arma que utilizó para el intento de magnicidio. La imagen la tomó un vecino suyo, el mismo que le había dado la pistola ese mismo día de 2021: «César Bruno Herrera, fallecido de Covid». Le había prometido, contó, que la pondría a su nombre, cosa que no sucedió. Le pagó 20.000 pesos. Tenían a la vez un acuerdo y compartieron vivienda. Sabag parecía empecinado en hacer notar que no sabía usar el arma y que en un video solo «emuló» a que la recargaba. Admitió, sí, que la probó una vez. Dijo que era una Bersa que tenía 22 años y no conocía el uso que es le había dado. «No lo hice más porque no es una cosa agradable», aclaró.
La relación con Uliarte
En la historia que ofrece a los presentes en la sala, Sabag Montiel conoció a Uliarte hace siete años, se fueron juntos de una fiesta, y desde entonces tuvieron encuentros eventuales. Recién un mes antes del atentado se fueron a vivir juntos. La diferencia entre ambos, dice Sabag, es que él se considera «apolítico», y ella cultivó simpatía por Javier Milei. Hasta metió en su declaración, sin mencionarlo como tal, el romance que Brenda tuvo con Miguel Prestofelippo, un youtuber libertario conocido como «El Presto» (que hasta tiene una condena por amenazas a CFK). «Eso también nos llevó a interiorizarnos en temas políticos (…) el último tiempo (previo al ataque) fue dedicado a la política (…) yo no creo en Milei, Cristina o Macri».
Sabag buscó darle a Uliarte en la trama un papel de «acompañante». «Ella me escuchó mis ideas, lo que quería hacer y hasta donde quería llegar. Y compartió conmigo. Ella no estaba tan segura de lo que yo podía llegar a hacer. Tal vez lo tomó como juego de niños. No como algo serio, algo profundo. Si bien eso la complicó tampoco hubo un freno para decir no hagamos esto, podemos caer presos, complicarnos la vida. Me hubiera gustado que hubiera salido una palabra de ella para poder frenar. Creo que no midió las consecuencias. Y las consecuencias son graves (…) Quizá pensó que al día siguiente íbamos a estar en casa durmiendo tranquilos». Consideró que ella «es chica, tiene 24». Y coló una frase paradójica: «ante un acto así una persona tiene que tener los pies sobre la tierra y entender las consecuencias de sus actos».
En ese momento, a Brenda, que llevaba un abrigo con estampado escocés rosa y violeta y el pelo amarrado con un gancho, no se la vio gesticular tanto como cuando el secretario del tribunal leyó al comienzo de día los chats previos al intento de asesinato, en los que ella decía que había mandado a matar a Cristina, que se le había «metido el espíritu de San Martín en el cuerpo» y, cuando buscaban con Sabag Montiel un departamento cerca del de la expresidenta y fueron a ver uno en Recoleta, ella decía: «Cristina vive en Recoleta, estamos re cerca de la mina, la podemos hacer pija… hay que ir y pegarle un corchazo». En ese y otros momentos de los diálogos se tentó y se rió.
Carrizo había ido con un camisa y saco, el pelo largo atado muy prolijo. Se mostraba serio. Sabag lo acusó de haber plantado otra arma (una calibre 22 corto, que menciona el jefe de los copitos en mensajes pero jamás apareció). Pero dijo que con él, que más tarde comentó en mensajes con conocidos «recién intentamos matar a Cristina», no tuvo conversaciones «que impliquen un plan criminal». Con Brenda dijo que pensaron el atentado desde al menos una semana antes. Ella tiene fotos con armas desde abril de 2022.
Sabag Montiel dijo que el arma la había llevado él al lugar, en su campera. Que la bolsa que tenía Brenda en la mano, con la que se la ve en filmaciones, tenía azúcar y palitos para los copos y un paraguas verde. «Estuve una sola vez antes del atentado: fui a vender copitos y estudiar cómo perpetrar el atentado. Si vamos a entrar en detalle, la inteligencia no era tan necesaria se podría prever en el acto mismo; si veo que una persona está en un estado de indefensión puedo actuar pero si atento contra una persona que tiene seguridad ambos podemos salir lastimados», mostró su razonamiento. Cuando sobrevenía un silencio le preguntaba con desparpajo a quien lo estuviera interrogando: «¿Más preguntas?»
Por qué CFK
Tanto la fiscalía como la defensora de Sabag, Fernanda López Puleio, insistieron en que explicara sus razones para un intento de magnicidio. En el plano de «el fin personal», sostuvo que «son cuestiones de incomodidad con lo establecido». «Respecto de la persona de Fernández de Kirchner –agregó– no me gusta, es corrupta, roba, hace daño a la sociedad y demás cuestiones que ya son sabidas. No es necesario que sean aclaradas por mí porque cualquier persona siente lo mismo que yo, o la mayoría. Pensamientos que son bien vistos por la sociedad”. Parecían referencias repetidas en los medios de comunicación, en especial desde la época de macrismo que comenzó la persecución judicial contra la dos veces presidenta.
También la responsabilizó de la «inflación» y de terminar sintiéndose «humillado» porque «de tener un buen pasar a ser vendedor de copitos». José Manuel Ubieira –quien comparte la querella de CFK con Marcos Aldazabal– le preguntó qué lo llevaba de decir que el gobierno de Fernández de Kirchner lo había empobrecido si al comienzo de la audiencia había dicho que él llevaba una buena vida. De hecho, habló de que tenía una propiedad y cinco vehículos, se quejó porque su casa estaba ocupada desde que lo metieron preso y que hasta le sacaron la ropa. El acusado dudó y respondió que «no podía arreglar los autos».
–¿Le genera arrepentimiento (lo que hizo)?– preguntó Ubeira.
–Uno se arrepiente más por sí mismo que por el otro–
Alta tensión
Después del primer tramo de la audiencia, en que se leyó el detalle de las acusaciones, la fiscala Baigún pidió la palabra para anunciar que llegado el momento iba a agravar la acusación para incluir violencia política fundada en razones de género, algo que había sido descartado por el fiscal de instrucción Carlos Rívolo. López Puleio la cruzó, y le dijo que si iba a ampliar la acusación había que suspender todo, porque su defendido tenía derecho a que le expliquen de que se lo acusa. La jueza Namer siguió de largo, dijo que solo era un anuncio de la fiscalía, pese a que a lo largo de toda la audiencia se cruzó varias veces con Baigún.
La fiscala dijo que hablaba de odio de género y de violencia política porque intentar matar a CFK había sido una forma de buscar «en forma definitiva impedirle seguir ejerciendo su cargo en la vida pública».
Sabag Montiel dijo que en algún momento se le había cruzado por la cabeza que el magnicidio podía generar «desestabilización, guerra civil, enojo grande de la sociedad». Lo decía como una idea más, casi de paso. «Fue un acto en contra de mi voluntad. Que no lo quería hacer pero lo tenía que hacer», dijo.
Cuando la fiscalía le pidió que muestre sus tatuajes, explicó uno por uno, incluso los que son símbolos nazis y dijo que había agregado una cruz cristiana porque después de una larga enfermedad (el dice arteriosclerosis), había abandonado otras «prácticas paganas» y se volcó al cristianismo. «Hoy soy cristiano, pese a haber intentado matar a una persona, sin ser hipócrita, soy cristiano», soltó.
Entrada la tarde se notaba la ansiedad en el recinto por terminar un largo día y la presidenta del tribunal trató de apurar a quienes hacían las últimas preguntas.
Sabag Montiel dijo que no tenía problema en seguir: «Estoy regio».