La covid-19 se ha convertido en una despiadada radiografía de nuestras sociedades. Los datos se repiten en el mundo desarrollado y en desarrollo. El virus vino de la mano de los sectores más acomodados, los viajeros, los dueños de la globalización, pero se expande con renovada virulencia entre sus víctimas, los más vulnerables, trabajadores aferrados con las uñas al sistema o los que quedaron directamente expulsados.
El caso de las villas miserias en Argentina o el de las ferias populares en Brasil, Ecuador y Mexico que acaban de retratar los corresponsales del matutino británico “The Guardian”, son ejemplos típicos del impacto social y de clase en la periferia mundial.
El panorama no es tan diferente en el centro donde por recursos y nivel de desarrollo económico debería haber una mayor equidad. Una mirada de Página 12 sobre tres casos de países desarrollados –el Reino Unido, Estados Unidos y España– muestra cómo el origen de clase es determinante en el impacto de la enfermedad, la atención sanitaria que se recibe y las chances de supervivencia.
En el Reino Unido los datos de la Office of National Statistics (ONS) pusieron sobre el tapete el abismo social de la pandemia. El Reino Unido es el primer país europeo en número de muertes, el tercero a nivel mundial, pero las cosas no son iguales para todos. Según la ONS los llamados “blue collar workers”, trabajadores manuales con baja remuneración, son cuatro veces más pasibles de morir por la covid-19 que los “white collar workers”, trabajadores de oficina y sectores profesionales. Estos trabajadores de baja remuneración forman parte de un doble núcleo, los trabajos esenciales –como transporte público, barrido y limpieza, salud– y los que no se adaptan al teletrabajo, como empleos fabriles y construcción.
En la actual fase de relajamiento de la cuarentena dispuesta por el gobierno de Boris Johnson la protección que reciben estos sectores es relativa, escasa o nula. En muchos casos se trata más que nada de un micro-emprendimiento del trabajador que tiene que conseguirse mascarillas, gel y otras armas protectoras. El tema no mejora en el lugar de trabajo. La vigilancia del cumplimiento de normas esenciales como la distancia social es en la práctica una atribución más de la auto-regulación de las empresas en el mercado super-flexibilizado del modelo económico anglosajón.
Una manera distinta de medir el mismo impacto social es poniendo el foco en el análisis étnico. En abril un relevamiento del “The Guardian” concluyó que de los casi 13 mil pacientes fallecidos en hospitales hasta el 19 de ese mes, un 19 por ciento pertenecía al grupo conocido por la sigla BAME (Black, Asian and Minority Ethnic). En mayo un informe del “Institute for Fiscal Studies” confirmó el dato desde un ángulo similar: el porcentaje de muertes entre británicos negros y de origen pakistaní era 2,5 veces mayor al que se reportaba en los hospitales ingleses para la población blanca. Según el Trade Union Congress, equivalente a la CGT en el Reino Unido, el nivel de desempleo de los BAME es doce puntos más alto que el de los blancos y uno de cada trece de los que tienen trabajo están en el sector ultra-flexibilizado y de bajísima remuneración.
En Estados Unidos una exhaustiva investigación publicada en “The American Interest” llegó a una conclusión similar al analizar la distribución de muertes a nivel social, racial y geográfico en Nueva York y otros distritos. “No hay una sola epidemia. Para entender lo que pasa tenemos que construir una narrativa de tres ciudades: la de ricos y pobres, de blancos y negros o latinos y de viejos y jóvenes. Tanto el impacto directo como la atención médica y social han estado determinados por la clase social, la raza y la edad”, señaló a Página 12 Jame Henry, co-autor del estudio, “The distribution of pain, relief and greed in the pandemic”, miembro de Global Justice y ex director de la consultora Mc Kinsey.
El estudio se enfocó inicialmente en los cinco barrios de Nueva York que representa casi el cuarenta por ciento de las muertes en Estados Unidos y cerca de una décima parte de los decesos a nivel mundial. En un análisis pormenorizado de los 183 códigos postales de la ciudad, el estudio halló que de las cinco municipalidades, Queens, la más pobre y popular, tenía el número más alto de fallecimientos. El contraste con la Manhattan de Woody Allen, el municipio menos afectado, es notable.
El barrio más rico, Lower Manhattan. registra 3,52 infectados por mil. El epicentro del epicentro de la crisis, East Elmhurst de Queens, muy cerca de la casa del célebre Louis Amstrong, tiene una proporción casi 10 veces más alta: 31,95 por mil. Según el Centro del Coronavirus del John Hopkins al cierre de esta nota el total de la ciudad de Nueva York rondaba las 29 mil muertes. El de Estados Unidos trepaba a alrededor de 94 mil.
El estudio de James Henry y David Lighton halla un panorama similar en otras grandes localidades, desde Alabama hasta Washington DC. En uno de los estados más pobres del país, Misisipi, un 60 por ciento de las muertes y un 52 por ciento de los casos, corresponde a la minoría afroamericana que solo representa el 37 por ciento de la población. Illinois, Luisiana, Massachussets, Arizona y Maryland muestran el mismo desajuste entre representación porcentual de una minoría e impacto sanitario. “Los pobres, la gente de color, los indocumentados, los sin techo, muestran niveles de infección mucho mayores que las clases medias y las altas. Esto es especialmente cierto en zonas urbanas densamente pobladas como Nueva York, Detroit, Chelsea, Boston y Chicago. El tipo de empleo es también fundamental. Los pobres son los que hacen la mayoría de servicios esenciales que siguen haciendo funcionar el país”, señaló a Pagina 12 Henry.
Este impacto se profundiza en Estados Unidos por el tipo de atención sanitaria al que tienen acceso distintos sectores en un país con la medicina privatizada. El informe cita el testimonio d de una enfermera en Nueva York. “Es increíble lo que está pasando. No hay suministros, no tenemos nada con lo que trabajar. Hay respiradores, pero no personal especializado para manejarlo. Si hay un paro cardíaco, se le realiza una reanimación suave, luego un resucitación cardiopulmonar y ya. Se los mete en una bolsa y al camión”
La ayuda fiscal a los distintos sectores de la sociedad completa este nudo gordiano de la inequidad. Mientras que el gobierno ha puesto en marcha programas fiscales por billones de dólares, los ha concentrado mucho más en las grandes corporaciones que en los que más lo necesitan. “En 1966 fue un escándalo descubrir que un veinte por ciento de los combatientes en Vietnam eran afroamericanos, el doble de su presencia en la población total. A mayo de 2020 el número total de afroamericanos y latinos que ha muerto en la guerra de la pandemia solo en el estado de Nueva York, es ya el doble de lo que murieron en Vietnam. Y también el doble de su representación proporcional en el estado”, señala Henry.
Esta relación entre origen social e indicadores de salud preexiste al coronavirus. En Estados Unidos la diferencia de esperanza de vida entre los sectores más ricos y los de clase trabajadora es de quince años. En la Unión Europea es de siete años. España está a mitad de camino: diez años. Pero es más que probable que el coronavirus aumente esta brecha.
Un mapa interactivo producido por el gobierno catalán muestra que los residentes de barrios pobres de Barcelona tienen seis o siete veces más probabilidades de contraer el Covid-19 que los de barrios acomodados. La situación es similar en la capital, Madrid. Barrios como Carabanchel, Latina, Vallecas o Fuencarral tienen muchos más casos que Salamanca o Arganzuela.
Según le señaló al sitio ConSalud.es, Manuel Franco, especialista en epidemiología de la Universidad de Alcalá y la Escuela de Salud Pública John Hopkins, esta situación se extiende por toda España. “El virus no conoce de clases sociales, pero la situación es muy distinta entre unos y otros. Si tenemos en cuenta los datos oficiales, hay tres veces más posibilidades de estar infectado por el coronavirus en municipios o barrios de nivel socioeconómico bajo que en barrios y municipios de nivel socioeconómico alto. Llega a haber diferencias de 4 o 5 veces”, explica Franco.
El especialista coincide en que indicadores sociales típicos como la vivienda y el tipo de trabajo son clave en este diferencial de clase.»Las personas que por sus empleos están obligadas a acudir a trabajar, y por tanto, están más expuestas al coronavirus, son las que más se están infectando. Las viviendas en Barcelona, de media miden unos 60 metros cuadrados. Si te infectas, ¿cómo puedes hacer la cuarentena con tu familia?», dice Franco.
Según el Instituto Nacional de Estadística de España un 35 por ciento de la población laboral del país está compuesta por diversos sectores de la clase trabajadora: transporte, salud, seguridad, servicios públicos y sociales, comercio, energía y agua, domiciliarios y de dependencia, el sector agrícola. Un 45 por ciento de estos trabajadores son mujeres con baja remuneración y en condiciones de trabajo precarias. En estos sectores, las posibilidades del teletrabajo son escasas o nulas. El catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas de la Universitat Pompeu Fabra, Vicenç Navarro, puntualiza que la escasa protección laboral de estos sectores intensifica su exposición al virus. “A la mayoría no se les ha proveído del equipamiento necesario para su protección contra la pandemia. En realidad, ni siquiera los trabajadores de los sectores sanitarios y de atención social han tenido la protección suficiente que necesitaban para protegerse contra la pandemia. No es el virus el que causa la enfermedad y la muerte, sino la falta de protección frente a él lo que explica la elevada tasa de infección y la mayor mortalidad entre el personal sanitario. El 16 por ciento de personas diagnosticadas de covid-19 son trabajadores y profesionales de este sector”, señala Navarro en un artículo en el diario de internet español “Público”.
Navarro considera que el coronavirus ha puesto otra vez sobre la mesa el tema de las clases sociales difuminado con la larga noche neoliberal iniciada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los 80. “Una interpretación de la estructura social de España muy generalizada en los establishments político-mediáticos del país es que la mayoría de la población en los países desarrollados pertenece a la clase media, a la que sitúan entre los “ricos”, por arriba, y los “pobres”, por abajo. Esta categorización social se inició en EEUU, sobre todo a partir de los años ochenta, cuando se inició, con el presidente Reagan, el gran cambio político conocido como la “revolución neoliberal”. El neoliberalismo se extendió ampliamente también en la Europa occidental, siendo adaptado incluso por las formaciones de izquierdas gobernantes, lo que provocó posteriormente su declive electoral como resultado de la abstención de la clase trabajadora o del cambio de su intención de voto”, escribe Navarro.
La pandemia está desnudando los huecos de este análisis y de la inducida auto-percepción de muchos sectores desplazados que, a pesar de todo, se consideran como clase media. “Ha mostrado claramente que existe una clase trabajadora que es esencial para el mantenimiento y supervivencia de todas las demás, así como para la sostenibilidad de la economía del país”, dice Navarro.
Al mismo tiempo, el virus ha rozado lo suficiente a las clases acomodadas como para que haya un cambio al menos parcial de la percepción social sobre desigualdad, meritocracia y pobreza. “Muchos han tenido que reconocer que la pandemia es un problema que afecta a todos. A fin de cuenta primeros ministros, reyes y managers de fondos de inversión están expuestos a ella. Todavía no nos hemos vistos reducidos como Sociedad a un archipiélago de islotes separados que apenas se conectan unos con otros. Si bien algunos billonarios dueños de yates e islas se han convertido en reductos aparentemente impenetrables, la pandemia es un recordatorio que, a pesar de todo, vivimos en una comunidad”, señaló a Pagina 12 Henry.