San Luis (LaNoticia) 04-09-15. Convido esta vez la poesía de Mabel “La Negra” Redona, una compañera, porque compañero es quien se hace compañía, quien te acompaña hasta un fin. Y ella es de esas. Siempre dispuesta a gozar cada minuto como si fuera el último.
Poesía Periodística (Parte 24)
Amiga (Poema dedicado a Mabel Redona)
¿Cuánto tiempo nos dedicas?
Es evidente: la alfombra de tu casa
cuesta tanto como cinco mil consultas.
Probablemente dirás que eres inocente.
La mancha de humedad en la pared de nuestra casa
dice lo mismo.
Bertolt Brecht
Amiga
yo no tengo remedios para sanar tus nanas
el sol nace en la mañana y nos calienta el alma
yo te hurgo los ojos para ver si aún lloras
y tus lágrimas caen como agua de vertiente
en mis manos mojadas con tu llanto de lluvia
amiga
me llevo el recuerdo de tus luchas
y pienso: ¡hay que recordar que la esperanza es nuestra!
¡que nunca la perdimos!
¿o sí? yo digo que no
amiga
yo creo que debemos renacernos la ternura
porque nos quieren tristes para vernos hambrientos
nos quieren solos para que no tengamos sed
¡y es cierto carajo!: ¡nadie tiene un mísero centavo!
pero a nosotros mi amor
nos sobran tantas ideas de lucha y dignidad
que te juro querida no podrán con nosotros – yo sé que no podrán
¡ya sé que no hay trabajo – ya lo sé!
y que no hay doctores que nos curen la moral y la deshonra
de ver que nadie tiene para comer mañana mismo un pedazo de pan
a pesar del esfuerzo del trabajo diario
pero amiga – tú siempre me preguntas
ahora pregunto yo:
¿cómo se calienta la barriga?
¿cómo se cura el dolor de la deshonra?
¿cómo te condeno a sobrevivir con mi optimismo?
si no hay – pichonamía – no hay
ya sé – no llores el dolor de los náufragos que aún no naufragaron
mipalomita: ¡veámonos! ¡marchemos con el pueblo a la victoria!
¡camíname un poquito el optimismo!
que hoy nos tomaremos un helado para endulzar la vida
y esta vez, será un bombón de chocolate
Poema extraído del libro “Esperándola”, Colección Libros de la Calle, año 2010, Luis Vilchez
Convido esta vez la poesía de Mabel “La Negra” Redona, una compañera, porque compañero es quien se hace compañía, quien te acompaña hasta un fin. Y ella es de esas. Siempre dispuesta a gozar cada minuto como si fuera el último. Con ganas de decir y de narrar sus historias o las de otros escritores. Mabel entro al corazón de quienes nacemos la revista El Viento como si fuera un huracán, cual torbellino del poema gozador de amares. Si vas por la calle y encontrás en el camino una sonrisa a flor de piel que te dice: ¿Cómo va compadre? Seguro es la Negrita, que en forma de susurro, nace un verso.
Obra de Mabel Redona
Esto es changüí, una propina, una yapa.
Esta es la oportunidad de ser feliz una vez más, de amar y hacer lo que se tenga que hacer. Y hacer lo que no se debe hacer, también.
Pero es un changüí, vida, y así te tomo. Y no te voy a largar así nomás. Primero te disfrutaré tramo a tramo. Primero saboreo el placer de tenerte en mí, sin dolores, sin verdades absolutas, porque esta yapa también me enseñó la inevitable verdad de la caducidad de las cosas, y los amores, y los olores y colores.
Qué lindo cuando iba a lo de don Mustafá, en mi Bagual querido, calle de médano y tamariscos, y al comprarle las galletitas con confites, venía la yapa, el changüí, la caricia, el mimo.
Y allá iba la negrita Redona, y allá va todavía, con el changúi en la mano, y el mejor confite, sabroso, en la boca.
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Que cosa entender, recién ahora que nada, nada, es absoluto.
Ando medio lerda, en la vida…
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Crónica de un viernes de zonda
29 de agosto de 2015 a las 7:07
Ni siquiera se arrimó al mostrador. Tampoco nos miró por un buen rato. Estaba demasiado ocupado haciendo algo con unos papeles que se amontonaban sobre su escritorio como torres inacabables.
Nosotros permanecíamos solos, tan solos entre tanto papel importante. Y esperando, inseguros.
Ya sabíamos el final, pero aun así esperábamos, quietos, el final.
Solamente levanto la vista de sus papeles, haciendo un gran y fastidioso esfuerzo. Entonces miró. No a nosotros, sino entre medio de nosotros. Como a la nada de nosotros que dejaba un espacio por donde mirar.
Tenia unos ojos chiquitos y verdes. Unos rulitos de nene mimado por su mamá hasta el extremo de crucificarlo para siempre entre papeles protectores.
Miro y hablando al espacio dejado por nosotros dijo, levantando un papel al que no llegábamos a distinguir, mostrador de por medio y tres metros ocupado por sillas y su escritorio.
-Vino el ministro de hacienda y acaba de anular el pago.
Siempre pensé que llamar ministro de hacienda a quien maneja los dineros públicos, era una obscenidad absurda y desprolija. Esta vez lo estaba comprobando.
Era viernes y ya las tres de la tarde. Todos queríamos volver a casa y regar las plantas porque zondeaba el viento norte y nos ahogaba de veras.
Pero nosotros, los invisibles, hacía meses que estábamos tras los pasajes que trajera a los pagos al amigo escritor, el que tanto queríamos escuchar, el que era amigo de tantos amigos, el que no se había cayado cuando tantos…
Y ahora, mientras el viernes empezaba a derretirse por las cortinas inmundas, también se nos escurría la posibilidad de traerlo.
Porque no teníamos la plata para hacerlo, porque habíamos confiado en que una institución con ojitos claros y rulitos incapaces fuera capaz de darnos, tirarnos un centro, ayudarnos, entregarnos, regalarnos, ofrecernos.
Pero no.
Y el señor de los papeles blandió en el aire unas hojas cruzadas con un NO en birome azul. Y qué íbamos a hacer nosotros dos con ese vacío creado por los ojos que no nos miraban.
Creo que intentamos algún argumento sabiéndolo absolutamente inútil. La burocracia es una férrea protectora del poder, pero más aun, es una torturadora de la gente común, a la que enreda con promesas que se pierden por pasillos casi siempre alterados por el movimiento de cortinas inmundas.
Cuando salimos al pasillo, alcancé a sentir la mano del amigo diciéndome, vamos negra!, pero me quebré como siempre, flojera de corazón, y antes de empezar a bajar la escalera de hierro, solté unos lagrimones que espantaron a la señora que limpiaba el pasillo, y el escritorio de rulitos saltones y de la inexistente asesora que cierto, estaba al costado de rulitos, rubio oxigenado sobre nácar rojo en las uñas en punta. Despalabrada y miradora, nomás.
Bajamos las escaleras y pasamos por el patio interior, íbamos derecho a hablar con la secretaria del que tiene el chpetín por el palito. Había en el patio un run run de chicas tan jóvenes que daban miedo y envidia. Entre ellas no había vacíos hormonales, sintácticos, ni vacíos de ningún tipo. Solamente había risas. Bonitas risas. Esperanzadas risas de casi adolescentes risas.
Una de ellas me abrazo y me dijo, negra, qué haces? y yo la abracé porque la quiero y le dije, nada, acá estoy redescubriendo la perversidad institucional. Se rió pero como para hacer algo y me abrazó de nuevo. Dale negra, ya va a pasar. Y me amigo que me dice, vamos.
Pero subimos, obstinados y cabezones, a buscar lo prometido, a pelear, a discutir, a pedir y renegar, aprometer que nunca más creeríamos en lo que ya sabíamos que no era creíble.
A pesar de todo nos abrieron las puertas, después de un tiemble, algunas alarmas y teléfonos sonando, nos abrieron.
Y a nosotros, que nada sabemos de la burocracia solamente que es mala y perversa, nos tranquilizaron de verdad y nos solucionaron la llegada del amigo.
Con datos, con certeza de lunes a la mañana, con papelitos que tienen números de expedientes largos como la noche más larga.
Y firmas. Muchas firmas.
Y nos fuimos del lugar, no sin antes espantar a la señorita que cuida la entrada de la entrada de la entrada porque quisimos, pobres ingenuos, pasar por el molinete custodiado por experta señorita que, blandiendo tarjeta en mano me miró como diciendo: señora, si será ignorante y negra.
Y yo la miré y le dije sí a todo.
Si, soy ignorante y negra.
Y también de una generación casi perdida que no entraba a las casas con tarjeta, aunque las puertas de ellos hubieran sido derribadas a patadas.
Si, somos ignorantes. Y creemos también que escritores y poetas.
Y somos también ingenuos, y pelotudos en grado sumo. La pelotudez elevada a la enésima potencia astral y desarrollada como para volar en cohetes a alturas siderales. Todo junto, todo eso somos.
Pero el aire que respiramos cuando salimos.
El viento zonda que nos dio en la cara
El cambio de vereda por la de más sombra, mientras hacíamos planes para la reunión de la tarde, rogando que los sachet de leche que mi amigo había comprado antes de las tres horas de plantón no se hubieran echado a perder a pesar de las malas ondas de rulitos ensortijados y el mismísimo ministro de hacienda.
Esa libertad, ese regocijo inapropiado nadie nos lo quitó.
Ni aun la espera del cole, ni el chofer cabeceando una breve siesta en la terminal, ni cuando nos separamos, él esperando llegar a su amor, yo a descansar la vida después de tanto ajetreo.
Y todos prometiéndonos que la próxima no nos vamos a equivocar. Lo vamos a hacer mejor. Seguro que si.
A pesar de las lágrimas y las cortinas mugrientas.
A pesar de las promesas cumplidas tras el ruego
A pesar de los pedidos de perdón.
Creemos, porque es nuestro destino. Creer para seguir adelante. Como un legado, como una vieja y siempre presente alegría.
A tú oído
A tú oído
yo
susurraría palabras obscenas
dulces, suaves
Para que tus labios se curven
En una sonrisa cómplice.
A tu cuello
yo
Llenaría de besos
húmedos, cálidos
Para que tu piel
se erice de placer
A tu espalda
Yo
la recorrería de cabo a rabo
con una caricia de
mi mano
caliente
expectante
deseosa.
Para que finalmente
en el colmo del deseo
me cubras
para siempre.
Mayo, junio 09
Amor después de la muerte
El rayo fue fulminante, lo partió en dos, y lo que menos que se puede decir es que Furibundo Valle quedó seco.
No señor. Quedó todo mojado. En su propia sangre empapado y pegajoso para siempre jamás.
El hacha, a un costado de su dividido cuerpo y sostenida por esa mano fuerte como pocas, a duras penas pudo serle arrancada. Ella fue parte de ese cuerpo durante su vida de hachero y parecía querer seguir siéndolo ahora, en este tiempo desolado.
Tan feliz fue Furibundo el día que se la regalaron, que hasta nombre le puso. Serena Luna la llamó.
La noche de su séptimo cumpleaños, tapado con las colchas marrones hasta la barbilla y mientras miraba la helada noche de julio por el agujero del rancho que hacía de ventana, descubrió la redondez de la luna como telón de fondo y sintió que ella alumbraba sólo para él.
En su honor y en recuerdo de ese mágico momento, la llamó Serena Luna.
Nunca la consideró una herramienta de trabajo, nunca verdugo de esos orgullosos árboles que terminaban inclinados ante su voraz golpe.
Nunca la tradujo.
Para Furibundo Valle, Serena Luna fue el mejor regalo que le dio la vida, nunca el patrón que lo esclavizó. Y con ella vivió una historia de amor, de trabajo embrutecedor y embrutecido, que recordaría aún después de su muerte.
Por ahí está la magia, la continuidad de los bosques partidos, los ríos con troncos, los pájaros sin ramas.
Cuentan sus compañeros de jornal que luego de enterrarlo, dividido, dejaron suavemente depositada sobre el montón de tierra a Serena Luna, como identificación inequívoca del lugar de su reposo final. Y ellos cuentan, dicen y juran a quién quiere oírlo, que aún hoy la sangre brota desde el interior de la tierra marrón. Y dicen también que ella, Serena Luna, como una novia fiel, bebe de cada gota hasta saciarse.
Yo todavía no fui a verlo. Pero lo creo todo.
Llegó la muerte y tenía tu rostro
Si la muerte llega
como dicen en el barrio que ha llegado
quiere decir que alguno la espera
o la busca
o la piensa
o le teme
Quiere decir que
en algún momento de triste desesperación
cuando esas lágrimas ni siquiera corren,
cuando esos hombros ya no se sacuden…
Fue deseada profundamente
Como un amor,
como alguna soledad.
Como otras alegrías siempre cortas.
Si la muerte llega
y además tiene el relieve de tu cara,
la sombra de tu cuerpo
recortado al final de estos álamos recién brotados,
quiere decir inequívocamente
que yo me expuse a ella y la busqué
por estas calles tan desiertas de pasiones y vacías
de esperanzas concretas
Si la muerte llega
como siento que se acerca ahorita mismo
a cerrarme los ojos,
quitarme el aliento,
secarme la piel, crecerme el pelo, las uñas,
y dejarme tan inmóvil
Es porque no te supe buscar a vos
Y la encontré sólo a ella.
Siempre existente.