La Argentina ha ingresado en un período donde lo único que parece transcurrir es el tiempo. Los vaivenes con el dólar, los niveles de inflación, las protestas sociales, los problemas sindicales y la caída permanente del salario real se transformaron en una realidad a la que nos hemos acostumbrado y nadie parece querer cambiar.
Es difícil que alguien sepa qué es lo que nos espera por delante. No hay persona que pueda arriesgar –dejando de lado el deseo y el fanatismo- un resultado electoral con cierta seguridad. Sin embargo, la única incertidumbre no parece limitarse a cuestiones electorales.
Independientemente de quién ocupe el Sillón de Rivadavia a partir del 10 de diciembre próximo, las dudas recaen en cuáles serán las chances de éxito tendrá un Presidente de la Nación en modificar cuestiones que gran parte de la sociedad está de acuerdo en que deben ser modificadas pero pocos están dispuestos a pagar el costo a corto plazo que puedan traer las medidas que corrijan el gran desaguisado argentino.
Nadie puede vivir con tres dígitos de inflación anual, ni en un país donde prácticamente la mitad de su población se encuentra por debajo de la línea de pobreza ni menos aún con un gobierno empecinado en echar todas las culpas de sus propios errores al sector privado.
El pequeño paso que se ha dado con el FMI para lograr alguno de los desembolsos previstos para lo que queda del año no es más que una pequeña muestra de una política agotada y sin ideas. La idea de creer que la escalada del dólar libre hasta superar una vez más su récord nominal es parte de una decisión de algunos “anti patrias” es al menos infantil, tanto como pensar que en la Argentina no hay hambre –según los propios dichos de Gabriela Cerruti-.
La portavoz de la Nación es la mejor demostración de un Gobierno perdido. Las innecesarias declaraciones sobre el hambre en la Argentina muestra la más absoluta impunidad al representar la voz del Presidente. Comunicar oficialmente que en Argentina no hay hambre cuando las cifras oficiales indican que hay cerca de 4 millones de personas que no logran alcanzar la canasta básica alimentaria (o sea, que viven en la indigencia) tiene dos lecturas, o el relato es lo único que creen relevante en tiempos electorales o realmente creen lo que dicen: esto es lo más grave y peligroso ya que gobiernan bajo supuestos inexistentes.
No importa quién gane las elecciones, todo lo que venga será un cambio de época en una realidad que marca que la sociedad pide a gritos menos relato, y más sentido de la realidad. Escrito por Manuel Adorni