La Organización Mundial de la Salud (OMS), comunicó que por año mueren aproximadamente 1,25 millones de personas como consecuencia de las colisiones en las vías de tránsito. Estas constituyen la principal causa de muerte de la población joven entre los 15 y los 29 años de edad, y la octava a nivel global. De no aplicarse las medidas apropiadas para afrontar lo que ya se considera una verdadera epidemia mundial, el mencionado organismo prevé que de aquí a 2030 los siniestros viales se conviertan en la séptima causa de muerte.
Si bien la Ciudad de San Luis está entre las jurisdicciones del país con mayor índice de mortalidad vial (es la jurisdicción del país con la más alta tasa de muertes cada cien mil habitantes), cuenta con cifras entre 20 y 25 veces más altas que ciudades como Madrid, Barcelona o París.
A pesar de no contar con mediciones fiables, el Gobierno de la Provincia de San Luis reconoce a la siniestralidad vial como problema, puesto que asumió el compromiso pre electoral haciendo sendas gestiones administrativa para tal fin.
Desde Clases de Manejo San José -clic acá para seguirnos en Facebook-, venimos sosteniendo que debemos trabajar en cambiar y despertar conciencia de la no transgresión de las normas, la responsabilidad de respetar las normas salva vidas.
Ya dedicamos una columna de cómo son las teatralizaciones de las políticas públicas y lamentablemente nos quedamos en eso, nuestras autoridades implementan concursos vacíos para niños y adolescentes, dado que sortean kit de seguridad vial y no vemos el meollo de la cuestión, pero antes de continuar querido lector lo invito a reflexionar y a contextualizar sobre ello, y para ello, valga la redundancia, vamos a parafrasear a Hegel:
“Lo cotidiano por ser demasiado conocido es lo desconocido. Lo que se tiene demasiado a la vista deja de verse”. (Goldar. 1980. 7)
Luis Jufré de Loaysa y Meneses, fundó la ciudad y nosotros los barrios, en ellos había cultura, líderes informales, malvivientes con identidad y códigos, era común ver los niños jugando.
Y los niños, no se harán eco de la situación o problemas sociales y económicos del país, o al menos no es lo que nos cuentan, envueltos en los recuerdos de una niñez lejana donde el afecto y el mundo infantil es el centro de sus miradas. Recién cuando nos hablan de su juventud encontraremos referencia al marco social o político. Tampoco manifiestan demasiados problemas o conflictos.
Antes, sería conveniente ver qué dicen los defensores de los estudios de los barrios, la barriología, por ejemplo:
Ángel Prignano, en su libro Barriología realiza la defensa del estudio de los barrios, en tanto ha ido evolucionando y profundizándose, al punto de poder ser ubicado en el plano cercano al de la microhistoria: “…la barriología exhibe la misma rigurosidad en la investigación… y no descarta cualquier tipo de fuentes…no se ocupa únicamente de las clases humildes… [pero] una convergencia fundamental…es el interés en hacer la historia del transeúnte ordinario… los vecinos de a pie”. (Prignano, 2008;31)
Mario Sabugo dice que podemos entender al barrio como una construcción histórica que cuenta con varias generaciones, la antigua, en donde la parroquia es la que lo determina, a la que se suma la organización política y otra, caracterizada por la inmigración y la modernización. (Sabugo. 2004. 42-46)
Podríamos agregar, que es significativa la última etapa, con la presencia de varias nacionalidades además de la argentina, como la italiana, la española y la siria-libanes, (los turcos) que fueron las más numerosas aunque en proporciones diversas, Y destacó la importancia del sentimiento, en donde la casa, la infancia, la vida cotidiana, la familia, la escuela y el mundo de los afectos en general, aparecen fuertemente mezclados.
El barrio puede ser abordado, entonces, desde lo topográfico, lo demográfico, la morfología edilicia, lo histórico, la literatura, lo mítico, pero también desde el sentimiento y el recuerdo. Indudablemente complejo, por estar atravesado por la macro y micro historia y por ser el cruce de distintas memorias.
Los relatos de la vida en los `50, en la bibliografía respectiva, nos cuentan de cuadras de casas bajas, dos o tres pisos a lo sumo, con ventanas a la calle. Los vecinos solían mirar pasar los autos, o salir a la puerta a charlar con los vecinos.
Existían leyes no escritas de solidaridad, así como de respeto de la autoridad de los mayores. Los mismos muchachos más grandes controlaban la calle, les ponían prohibiciones a los más chicos pero los cuidaban.
En general, los niños no intervienen en el mundo de los grandes, pero todos manifestaron que compartían algunas actividades con ellos, las visitas o la ida al cine con la familia.
Así como había leyes no escritas que regían los vínculos entre los habitantes del barrio, lo mismo ocurría respecto del cuidado de lo público.
¿Y los juegos?
Actualmente los adultos, para evitar los peligros, deciden mantener a los niños en sus casas con permisos interminables de ver televisión, educarlos en la desconfianza y enviarlos, más horas, a la escuela u otros lugares donde estén controlados. Esto se contrapone a la situación vivida por nuestros entrevistados cuyo ámbito natural y prioritario era la calle; jugaban a la pelota en la vereda, la calle asfaltada o de tierra, el patio de baldosas, con los arcos entre dos piedras, con la pelota de goma, de trapo, o desinflada…lo que se conseguía. Nadie tenía equipo de fútbol ni botines, usaban su ropa común, pero nadie abandonaba el juego por aburrido, por la presión del entorno, por no tener la mejor pelota o por el agobio de las reglas y la competencia. Esto les permitía disfrutar del juego, establecer sus propias reglas, ser creativo, encontrarse con amigos y convertir la vida cotidiana en una aventura interesante de ser vivida. Sabido es que la recreación, la interacción entre pares, el contacto con los espacios y objetos, mejora la calidad de vida, el lenguaje y la convivencia.
Si bien no queremos concluir que todo tiempo pasado fue mejor, en algunos casos podríamos coincidir con Rousseau en que cada cambio que nos trae mejoras también nos produce pérdidas.
“Don Flores, Don Werchasky o Don Cheury, al que le comprábamos por vecindad y conocimiento de años, bajaron la persiana e hicieron mutis por el foro del olvido… El `después vengo y le pago´ al que nuestro proveedor accedía con un movimiento de cabeza, o un `lleve, lleve, nomás´, recibió su defunción en forma de ticket”.
Sin embargo, algo permanece y es la impronta del barrio. Su historia es un imán legítimo, más allá de las iniciativas del turismo, ojalá atraiga propuestas barriales de propios y ajenos, que acercan nuevos vientos para avivar su fuego primigenio, que nunca se apagó, quedó en rescoldo a la espera de que, quiénes hoy se acercan a su calor, lo mantengan con renovados leños.
Retomando al sorteo o al concurso para ganar un kit de seguridad vial, apostaría a la mística barrial adaptándolo a lo que es hoy. Yendo al tuétano, por ejemplo decirles que la importancia del casco es usarlo bien ajustado y darles la información correcta, como por ejemplo que los mismos tienen una homologación de seguridad y que tienen fecha de vencimiento…
Asimismo estaban lejos de los peligros de alienación que nos plantea Galeano:
“Atrapados en las trampas del pánico, los niños de clase media están cada vez más condenados a la humillación del encierro perpetuo. En la ciudad del futuro, que ya está siendo la ciudad del presente, los teleniños vigilados por niñeras electrónicas, contemplarán la calle desde alguna ventana de sus telecasas (…) la calle donde ocurre el siempre peligroso, y a veces prodigioso, espectáculo de la vida”. (Tonucci, 2003)
Desde la Autoescuela apostamos a una educación vial en el barrio, en la cuadra, integrando toda la tecnología habiente… siendo creativos para jugar con extrema libertad pero cuidados a la vera de todos…