Fíjese usted, como han cambiado los tiempos, diría una joven anciana sentada en el patio de su casa mientras se toma un mate… En el siglo 19, Domingo Faustino Sarmiento nos decía, con sus frases célebres, hay que educar al soberano, mientras se deleitaba de la juventud de la hija de Dalmasio Vélez Sarsfield.
A mediados del siglo XX, los nazis con Hitler a la cabeza mantenían y creaban más campos de concentración para el exterminio de seres humanos… previos de ser numerado y seriados por el Estado Alemán.
Y hay un aspecto de la historia reciente que acaba mostrándose como el paradigma de la sociedad moderna: los campos de concentración, un espacio donde la ley queda suspendida, un perpetuo estado de excepción donde, “todo es posible”. El hombre recluido en ellos es marginado de la sociedad por el propio Estado: es el homo sacer, sagrado. No puede ser sacrificado, pero su muerte no constituye homicidio y puede ser asesinado impunemente.
“El estado de excepción era un dispositivo provisional para situaciones de peligro. Hoy se ha convertido en un instrumento normal de gobierno. Con la excusa de la seguridad frente al terrorismo, se ha generalizado. La excepción, por eso se llamaba estado de excepción, es norma. El terrorismo es inseparable del Estado porque define el sistema de gobierno. Sin el terrorismo, el sistema actual de gobierno no podría funcionar. Hay dispositivos como el control de las huellas digitales, o que te escaneen en los aeropuertos, que se implantaron para controlar a los criminales y ahora se aplican a todos. Desde la perspectiva del Estado, el ciudadano se ha convertido en un terrorista virtual. De lo contrario, no se explica el cúmulo de cámaras que nos vigilan en todas partes. Somos tratados como criminales virtuales. El ciudadano es un sospechoso, numerado, como en Auschwitz, donde cada deportado tenía su número”. Y lo más grave: “Después de Auschwitz, el presente”. Con algo a no perder de vista: el estado de excepción de los campos es el mismo que impera en los que se organizan para los refugiados.
Todo esto conlleva una quiebra de la legitimidad del poder. “Se da en muchos Estados: hay legalidad, porque se cumplen las leyes, pero no hay legitimidad. Como consecuencia los ciudadanos confían menos en las urnas y crece la abstención.
Si no observemos Italia en la última elección al igual que Estado Unidos hubo una abstención del 40 %. Un fenómeno que no se había producido antes y que está relacionado con que la gente se ha dado cuenta de que los Gobiernos no son verdaderamente legítimos. Legales, sí; pero no legítimos”.
Desde esta perspectiva, Agamben se plantea la relación entre ética y política. “La ética moderna, desde Kant, se constituye como una ética del deber, dominada por el imperativo. He intentado criticar la ética del deber y sustituirla por una doctrina, procedente del mundo clásico, que valore la idea de felicidad, la vida buena. En un sentido político. El deber es una idea de origen cristiano. El hombre es un ser en deuda. Eso significa deber: estar en deuda”. (Giorgio Agamben).
Y las seguridad vial como política de Estado no queda fuera de los conceptos antes expuestos dado que podemos ver que en distintos tratados e informes, el Estado asume el rol de que la problemática de inseguridad vial es de extrema gravedad, pero antes la mínima inversión hace mal lo números y termina construyendo autopistas sin las medidas de seguridad que corresponden o hacen que todos los dispositivos de vigilancia sirvan para convertirnos en terroristas virtuales de las calles ya sea caminando, en bici, en automóvil y en motocicleta.
Así mismo este Estado permite y exalta la figura del filántropo, individuos multimillonarios que desean el bien a la humanidad pero engendran violencia con sus inventos haciendo que todos aquellos caigan en la desesperación y se nutran de esto que es la cultura de no saber esperar, llevando a querer conducir un auto o simplemente caminar con el celular inteligente adosado como un parásito, signado con toda una paradoja de que el estado de excepción sea tan vigente pero a su vez todo lo castiga…