El fenómeno de millones de personas apiñadas y amontonadas unas encima de otras en gigantescos centros urbanos es nuevo. Recordemos que, hace 200 años, una persona normal de la Tierra habría conocido entre 200 y 300 personas en toda su vida. Hoy, un habitante puede vivir y trabajar entre miles y miles de personas en un radio de 10 minutos de su casa u oficina en el radio céntrico de San Luis. Nos ha convertido en el Homo urbanus.
Sólo una ciudad en toda la historia -la Roma antigua- contaba con una población de más de un millón de habitantes antes del siglo XIX. Londres se convirtió en la primera ciudad moderna con una población de más de un millón de personas, en el año 1820. En la actualidad, 414 ciudades poseen una población de un millón de habitantes o más, y no se atisba el fin del proceso de urbanización, ya que nuestra especie está creciendo a una velocidad alarmante. Cada día nacen en el planeta 376.000 personas. Se espera que la población humana alcance los 9.000 millones en 2042, la mayoría de los cuales vivirán en densas zonas urbanas.
Nuestros científicos nos dicen que a lo largo de la vida de los niños de hoy, la naturaleza desaparecerá de la faz de la Tierra tras millones de años de existencia. La autopista transamazónica, que cruza toda la extensión de la selva del Amazonas, está acelerando la devastación del último gran hábitat natural. Otras regiones naturales, desde Borneo hasta la cuenca de Congo, están mermando rápidamente cada día que pasa, y abriendo camino a unas poblaciones humanas cada vez mayores que buscan espacio y recursos para vivir. No es de extrañar que, según el biólogo de Harvard E O Wilson, estemos experimentando la mayor oleada de extinción masiva de especies animales en 65 millones de años. Actualmente perdemos por la extinción entre 50 y 150 especies al día. En 2100, dos terceras partes de las especies restantes de la Tierra probablemente se habrán extinguido.
¿Adónde nos lleva todo esto? Intenten imaginar 1.000 ciudades de casi un millón de habitantes o más dentro de 35 años. Nos deja helados y es insostenible para la Tierra. No quiero ser aguafiestas, pero quizá la conmemoración de la urbanización de la raza humana en 2017 podría ser una oportunidad para replantearse nuestra manera de vivir en este planeta. Sin duda, hay mucho que aplaudir de la vida urbana: su rica diversidad cultural, sus relaciones sociales y la densa actividad comercial. Pero es una cuestión de magnitud y escala. Debemos reflexionar sobre la mejor manera de reducir nuestra población y desarrollar entornos urbanos sostenibles que utilicen con mayor eficacia la energía y los recursos, que sean menos contaminantes y que estén mejor diseñados. Y como siempre decimos la seguridad vial es un hecho social y obviamente está atravesado por todas estas ideas, dado que por ejemplo vemos que se sigue construyendo, como a principios del siglo pasado, y hoy por hoy vemos barrios donde la gente tiene que caminar por la calle, dado que los árboles y las veredas no los dejan transitar libremente… vemos autopistas que no está presente el Estado salvo para cobrar el peaje…
Y por si fuera poco los accidentes infantiles aumentan un 20 %. La presión de la vorágine diaria. La gran cantidad de exposición al riesgo, el aumento de trayectos en automóvil y sobre todo no prevenir situaciones de riesgo en los entornos desconocidos o poco habituales como son los destinos vacacionales, son las causas de este crecimiento.
Los accidentes son la primera causa de mortalidad infantil en países subdesarrollados como el nuestro. A este dato debemos sumar las consecuencias para darnos cuenta de la magnitud del problema: Según el escrito anterior en la columna próxima pasada, muertes evitables, el 50 % de las muertes corresponde a infantes.
El tributo a pagar por los accidentes infantiles no queda aquí, porque además de las cifras resultantes en el gasto sanitario, se deberían añadir otros gastos y daños morales como los años de vida potencialmente perdidos en caso de fallecimientos, las limitaciones, minusvalías, desfiguraciones, amputaciones, afectaciones psicológicas, sufrimientos morales y físicos, tanto de los niños como de los familiares y cuidadores, el absentismo escolar, el absentismo laboral de las familias que de cuidar de su recuperación, etc.
Evitar estas cifras y sus consecuencias es de base un problema cultural que se debe corregir mediante concienciación e incorporando la cultura preventiva de forma natural en nuestras vidas, dejando atrás el “a mí no me va a pasar” por la autoprotección.
Así mismo desde la “Autoescuela San José”, creemos que el punto de partida es generar cultura preventiva en el trabajo como un derecho, hasta tal punto que los trabajadores valoran que sus lugares laborales y puestos sean seguros y por lo tanto saludables.
Por otro las estrictas normativas de tránsito, basadas en penalización económica y de puntos no han impulsado una mayor concienciación de los riesgos al llevar un volante. Con estos dos ejemplos se determina que la responsabilidad es de todos, por parte de los responsables en legislar, se deben promover políticas de salud que generen espacios adecuados a los niños, por parte de las familias debemos concientizarnos de que un accidente infantil no es un hecho fortuito, adquiriendo medidas preventivas son evitables, educando en prevención las futuras generaciones incorporaran esta cultura de forma natural.
Asimismo vemos y observamos que las escuelas de nuestra ciudad no disponen de un entorno seguro, la mayoría de los accesos siguen el mismo patrón que otras ciudades: están hechos por y para adultos, prevaleciendo el automóvil al peatón, por este motivo, mayoritariamente las familias de hoy llevamos a los niños al colegio en este sistema de transporte, es la consecuencia de esta estructura urbanística.
Por suerte cada vez más se intenta pacificar el tránsito creando espacios más habitables, desde la “Autoescuela San José” impulsamos y fomentamos esta transformación, aunque muchas veces topamos con nuevos desafíos estructurales que siguen sin tener en cuenta las necesidades de los menores. Una ciudad sin niños, es una ciudad peligrosa, en el caso contrario toda la sociedad sale ganando (peatones, ancianos, discapacitados, etc).
Remarcamos mucho la importancia de que la seguridad vial infantil es una responsabilidad compartida, de los municipios, de los centros y por supuesto de las familias que desde que bien pequeños los acompañan diariamente en las entradas y salidas. Pensemos en el impacto de un niño que acaba de recibir educación vial cuando a la salida del centro educativo, el adulto lo espera en tercera fila, obstaculizando el tránsito y haciéndole pasar entre automóviles para llegar hasta él.
En conclusión los adultos debemos ser conscientes de la repercusión que nuestro modelo de conducta tiene en nuestros hijos, la coherencia de criterios entre lo que decimos y los que hacemos debe ser la base de la formación en prevención, en cualquiera de los ámbitos en los que se desarrolle el niño.