Científicos del CONICET y tripulantes de Prefectura navegaron 600 kilómetros durante dos días a bordo del motovelero Bernardo Houssay, superando el mal clima, para extraer muestras de la profundidad del océano y analizarlas en el laboratorio de la nave.
Doce científicos del Instituto Argentino de Oceanografía (IADO) recorrieron la semana pasada seis «estaciones» -puntos de muestreo- en la zona del Mar Argentino conocida como El Rincón, que comienza en Bahía Blanca y llega hasta la desembocadura del Río Negro. La travesía fue a bordo de un motovelero oceanográfico tripulado por 24 miembros de la Prefectura Naval Argentina (PNA).
Maniobrar en cubierta las herramientas con que se extraían las muestras, bajo la lluvia y soportando el frío era difícil, pero no tanto como separarlas y analizarlas en el laboratorio: bastaba con fijar la vista para que comiencen los mareos y las náuseas. «¡Vomité cinco veces!», gritaba Ana, una de las investigadoras, durante la navegación hacia la primera estación. El temor generalizado era que el malestar físico no cediera durante los dos días que restaban de campaña.
Pero el cuerpo se acostumbra. A la mañana siguiente los científicos se sentían bien e incluso tenían apetito, aunque ninguno se atrevía a dejar las pastillas de dramamine, el famoso medicamento que todo aquel que no sea un navegante experto debe tomar antes de embarcarse.
«¿Qué hora es?» era una pregunta recurrente. Todos querían saber cuánto faltaba para la próxima pastilla.
La campaña científica a bordo del Houssay, el motovelero oceanográfico con más millas recorridas que aún está a flote, duró dos días y tomó muestras en seis estaciones, en algunas de ellas se trabajó de noche para optimizar los tiempos de navegación. La partida tuvo que postergarse por una fuerte sudestada y el tiempo apremiaba.
Pero aun cuando la sudestada hubiera pasado, los vientos dejarían las aguas del mar muy revueltas. En estas condiciones zarpó el velero de la Prefectura, que a lo largo de toda la travesía no cesó de cabecear y «rollar», los dos movimientos que hacían difícil trabajar, circular, comer y dormir.
Los científicos debían maniobrar dragas, rastras, rosetas, redes y otras herramientas para obtener las muestras de sedimentos, plancton, agua y peces. En la cubierta se extraían de los sedimentos aquellos elementos que serían analizados, mientras que en el laboratorio se filtraba el agua en una bomba de vacío y se separaban las muestras de peces, fito y zooplancton. En otro laboratorio se secaban algunas muestras con una estufa.
El objetivo era conocer más la relación entre los estuarios -zona costera donde desembocan los ríos- y el mar abierto, ya que el agua dulce lleva al océano nutrientes y elementos fundamentales para la vida, pero también contaminantes originados por la industria.
«El Mar Argentino es muy rico y ha sido muy poco estudiado», explicó Emilia Bravo, bióloga e investigadora del IADO, que depende del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), «En él confluyen dos corrientes, una cálida que llega desde Brasil y una fría que viene desde las Malvinas, sus sedimentos están siendo modificados por la pesca con redes de arrastre y aún no se sabe cómo son».
Las actividades más cotidianas, como comer y dormir, tampoco eran sencillas. Durante los almuerzos y cenas había que estar alerta para atajar los platos y los vasos y evitar que la comida volara por los aires, cosa que ocurrió en más de una ocasión. Era una lástima, ya que los cocineros del Houssay solían lucirse.
A la hora de dormir, en los camarotes se escuchaba el ruido de los motores, la bomba hidráulica y la bomba de vacío del desagüe sanitario, que se activaba cada vez que alguien iba al baño, lo que ocurría varias veces durante la noche, ya que varios tripulantes cumplían guardias de cuatro horas para que el motovelero continuara navegando hacia la próxima estación.
Los científicos y prefectos no sólo convivieron en un clima de confianza y alegría, sino que trabajaron como un solo equipo: «notamos una apertura total y mucha colaboración», dijo al respecto Anabella Berazategui, una de las investigadoras. El trabajo conjunto es indispensable para realizar estas campañas científicas, ya que la Prefectura no sólo aporta sus embarcaciones, sino también el conocimiento de sus tripulantes, que no se limita a la navegación: su experiencia también es necesaria para manejar los instrumentos con los que se recolectan los elementos del mar.
El motovelero Bernardo Houssay de la Prefectura Naval Argentina fue construido en 1931 en Dinamarca para un instituto oceanográfico estadounidense financiado por Rockefeller. Vendido al Conicet en 1967, pasó a manos de la prefectura, por cuestiones presupuestarias, en 1996.
Con 43 metros de eslora y 8 de manga, tiene capacidad para un máximo de 50 personas, de los cuales la mitad deben ser tripulantes.