Este mes Fotini sabe que ella y su familia podrán comer, pero el próximo no sabe: «La ayuda que nos dan es muy importante, si no la tuviéramos tendríamos hambre», asegura esta mujer griega de 56 años, tras llenar su carro de la compra en un «mercado social» de Kallithea, un barrio periférico en el sur de Atenas.
Los griegos se rebelaron contra la receta (o dieta) de austeridad que la Troika prescribió para Grecia en los últimos cinco años, porque conocen muy bien sus efectos. Algunos de los más dramáticos y que dejan secuelas irreversibles, como el hambre y la malnutrición, siguen ahí, unas veces más a la vista que otras.
Mientras el primer ministro heleno, Alexis Tsipras, presentó un programa a los acreedores internacionales a cambio de un tercer rescate a Grecia, hay personas en su país, como Fotini, que están preocupadas porque, quizás, si nadie las ayuda, no podrán hacer algo tan básico y fundamental como es comer.
Según un estudio publicado a principios de este año por el Instituto Prolepsis, realizado en el marco de un programa que proporciona alimentos a los colegios públicos de Grecia, el 21 % de las familias helenas pasó hambre durante el curso escolar 2013-2014, mientras que el 54 % no tuvo una alimentación adecuada.
La razón principal de los problemas alimentarios de los escolares es que los niños pertenecen a familias duramente golpeadas por el desempleo. El problema de malnutrición también lo tienen los adultos.
Este es el legado que recibió Alexis Tsipras y que, por el momento, se intenta paliar con programas, algunos que ya estaban funcionando y que se financian con fondos europeos y con apoyo de la Iglesia Ortodoxa, como el que beneficia a Fotini y su familia, mientras otros griegos dependen de la solidaridad de sus compatriotas.
«Nuestro programa dura cuatro meses y las familias a las que ayudamos deben demostrar que tienen problemas socioeconómicos», explicó Fenia, que trabaja en el «mercado social» situado en el popular barrio de Kallithea.
«Entregamos comida no perecedera, ropa y otros productos de primera necesidad a unas 200 familias que viven en este barrio», añadió la joven trabajadora social. A su lado, con el chango de la compra lleno, Fotini, un poco avergonzada, explicó que «antes pedía ayuda a su hermano, que tenía trabajo, pero ahora él también está desocupado y ya no tiene a quien recurrir para darle de comer a su hijo».
«No tenemos para comer, yo llevo dos años desocupada y mi marido está enfermo, tiene problemas psicológicos causados por los problemas económicos, por la crisis», subrayó.
«Tengo miedo por el futuro, votamos `no´ en el referéndum, pero aquí no hay trabajo. Yo confeccionaba ropa pero muchas fábricas textiles han cerrado», agregó Fotini, quien el próximo mes ya no podrá seguir participando del programa. «Podemos ayudar a un número determinado de personas, entre 150 y 200 familias», apunta Fenia.
Las duras cifras del desempleo de Grecia, que ronda el 26 %, transformó la vida de familias enteras. Pero la ayuda parece no ser suficiente, ya que muchos niños llegan a los colegios hambrientos o mal nutridos.
«En estos momentos la situación es muy dura sobre todo para los niños de unas 7.000 familias a los que estábamos ayudando en las zonas más pobres de Grecia pero que, debido al cierre de las escuelas (por las vacaciones estivales), se quedaron sin comer», alertó la doctora Athena Linos, profesora de Salud Pública en la Facultad de Medicina de la Universidad de Atenas y directora de un programa de ayuda alimentaria en la ONG Prolepsis.
«En el 60 % de los casos de los chicos a los que ayudamos, ambos padres son desempleados. Nadie estaba llevando dinero a casa», subrayó Linos, quien alerta de la dramática situación de «inseguridad alimentaria» -es decir, personas que pasan hambre o tienen peligro de pasarla- que vive Grecia.
«Hay otros países europeos con cifras peores que Grecia, pero aquí el problema irrumpió de forma abrupta y ni la gente ni las organizaciones ni el gobierno estábamos preparados», destacó.
Por otro lado, la doctora cree que la magnitud del problema del hambre y desnutrición en Grecia es incluso mayor de lo que estamos viendo porque está por debajo de las cifras de pobreza.
«Hay voluntad política del Ejecutivo de izquierda de Syriza de hacer algo, pero por ahora lo que existe son programas que estaban pensados para personas con alto riesgo de exclusión y que son limitados», asegura la experta.
Éste es el caso del programa del municipio de Kallithea, con unos 100.000 habitantes, y que brinda ayuda a unas 2.000 familias.
«Antes eran 400 y ahora se multiplicaron. Los vecinos solicitan participar del programa y si cumplen con los requisitos, les damos comida, ropa y medicinas, y hasta pañales y leche para los bebés», explicó Chrysoula Papathanasiou, trabajadora social y directora de este centro de asistencia y que funciona también como banco de alimentos.
En el número 66 de la calle Sofokeaous, en un pequeño parque en pleno corazón de Atenas, funciona un comedor que depende del municipio y da comida dos veces al día a entre 200 y 1.000 personas, según afirma Giorgio, uno de los «guardias» del recinto. Niko, inmigrante ucraniano de 23 años, «no tiene trabajo pero al menos come».
Los griegos con hambre cuentan también con la solidaridad de personas como Constantinos «Costas» Polychoronopulos, quien desde hace cuatro años, cada día, organiza una olla popular en un parque de la ciudad.
«Trabajaba en una empresa de marketing pero en 2009 perdí mi trabajo. Primero me encerré en casa, deprimido, pero un día salí y vi a unos chicos en la plaza Syntagma, que se peleaban por sacar papas podridas de la basura, y les dije que les haría un sandwich, pero se negaron».
«Le ofrecí lo mismo a otro hombre y también se negó; porque la gente no quiere asistencia, quiere trabajo, respeto, dignidad», dice.
«Entonces, pensé que si cocinábamos y comíamos juntos la gente lo aceptaría y este fue el resultado», afirma sonriendo y rodeado de una veintena de personas que, al menos hoy, saben que van a comer.