Por:
Johana Gómez.
Referente provincial del Frente de Izquierda – Unidad.
En un mundo marcado por masivas movilizaciones internacionales, el pasado 25 de noviembre se conmemoró el Día de Lucha Contra la Violencia Patriarcal. El repudio a la violencia machista, el reclamo de aprobación del proyecto de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, el rechazo al golpe en Bolivia, la exigencia de «Fuera Piñera» y la denuncia al rol del imperialismo en la región, estuvieron presentes con mucho peso en todas las convocatorias que se dieron a nivel nacional.
A las hermanas Mirabal (Minerva, María Teresa y Patria) se las conoció en la historia como “las mariposas”. Por pelear contra la dictadura en República Dominicana, fueron asesinadas en 1960 por el gobierno de Rafael Trujillo. En 1981, durante el primer Encuentro Feminista de Latinoamérica y el Caribe, se definió que el 25 de noviembre fuera el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, en homenaje a ellas.
Este año, la fecha se enmarcó en un convulsionado escenario internacional, que hoy tiene en el centro a América Latina, con miles de mujeres, trabajadores y jóvenes siendo protagonistas de los principales procesos de lucha.
El Golpe de Estado cívico, eclesiástico, policial y militar en Bolivia; la rebelión del pueblo pobre y trabajador de Chile contra el gobierno de Piñera y el régimen de Pinochet; las masivas movilizaciones en Colombia en rechazo a las contrarreformas laboral y previsional, reprimidas duramente por el gobierno de Iván Duque; las también recientes y masivas movilizaciones de Ecuador, que dieron una primer derrota al paquetazo de Lenin Moreno y a los planes del FMI para el país, son los ejemplos más actuales de ese proceso que arrancó con los chalecos amarillos en Francia y hoy tiene su expresión en la región.
Del otro lado de la cordillera, las mujeres juegan un rol muy importante. Por eso, así como las vemos ser protagonistas de las evasiones masivas en el subte, las asambleas estudiantiles, los encuentros regionales, los bloqueos y la resistencia en las calles, vemos desplegarse también una saña particular que intenta amedrentarlas, imponiendo el terror.
Pero, ha sido tanto lo que los diversos gobiernos chilenos les sacaron, que hasta les sacaron el miedo. Ante cada avasallamiento, las mujeres chilenas están a la cabeza de las denuncias y nada las detiene para ser protagonistas de una revuelta que ya lleva más de un mes, luego de tantos años de abusos, explotación y precarización de la vida; de pensiones y sueldos de hambre; de una educación para ricos y otra para pobres; de la desigualdad social; y de la salud precaria.
En Bolivia, la misoginia y el racismo contra las mujeres de pollera, que salieron a denunciar la quema de sus wiphalas, puso al descubierto los “valores” que caracterizan al gobierno de facto de Jeanine Áñez, que con una cruz, con la biblia en la mano, con una banda presidencial que le pusieron literalmente las fuerzas represivas y con un Parlamento vacío, se autoproclamó presidenta del “gobierno de transición” que ahora quieren hacer pasar de «democrático» con el llamando a elecciones pactadas, después de una masacre brutal y de un rechazo popular masivo con cabildos abiertos y resistencia en las calles.
Las mujeres bolivianas, que en su mayoría cargan con más de una opresión (por ser mujeres, indígenas, obreras y campesinas), tienen también una enorme y combativa tradición contra la violencia que impone, de distintas maneras, este sistema capitalista y patriarcal. Con esta tradición se han convertido en un símbolo de la resistencia al golpe.
Para Argentina, en un horizonte atravesado por la coyuntura pos electoral, las declaraciones de Alberto Fernández a favor de la negociación con el Fondo Monetario Internacional y su búsqueda permanente de un «acuerdo social» con gobernadores, empresarios, conducciones sindicales y cúpulas de las Iglesias, muestran un camino nada favorable para resolver las penurias de las amplias mayorías, aunque se hable de la incorporación de las mujeres a los ámbitos de poder. Nada puede ocultar que el FMI vino para quedarse.
Lo que anticipan justamente los procesos de la región, con sus revueltas y manifestaciones en las calles, es que por ahí va el camino para derrotar a los planes del imperialismo, los gobiernos ajustadores y las derechas reaccionarias. Ese es el único lenguaje que pueden entender estos sectores.
Las mujeres, que ya son las más pobres entre los pobres, las más precarizadas entre los trabajadores precarios, las más golpeadas por las crisis ante el rol que les asigna este sistema (de sostenes de hogar, cuidadoras y hacedoras de las tareas domésticas y la crianza de las hijas y los hijos) llevarán las de perder, de profundizarse aquellos planes.
Los años de desarrollo del movimiento por Ni Una Menos y por el aborto legal – que se convirtieron en una referencia fenomenal en todo el planeta – se ponen en juego en este marco y muestran la potencialidad que tendría ese movimiento de fusionarse con lo más avanzado de estos procesos. La alianza de la clase trabajadora, la juventud rebelde y las mujeres está a la orden del día.
La violencia en números.
Un informe de La Casa del Encuentro señala que, desde el 1º de enero al 20 de noviembre de 2019, hubo al menos 1 feminicidio cada 31 horas en Argentina. Como resultado, 282 niñas y niños se quedaron sin madre. El 71% (201 niñas y niños) son menores de edad.
A pesar de las diversas legislaciones contra la violencia hacia las mujeres, los escasos programas creados para atender este flagelo siguen sin contar con el presupuesto necesario. En pleno siglo XXI, no sólo no hay estadísticas oficiales precisas, sino que se estima que el Estado – gracias al Presupuesto que votan en el Congreso Nacional oficialistas y opositores de los partidos mayoritarios – destina un promedio de $11,50 por mujer.
Quienes denuncian, en tanto, siguen sin contar con la protección (siquiera) de las leyes sancionadas, como la Ley Micaela García, la Ley de Educación Sexual Integral, la Ley que crea un cuerpo de abogadas y abogados para víctimas de violencia, entre otras. Y ni hablar de la inclusión de la licencia por violencia de género en la Ley de Contrato de Trabajo que no existe. Por más que existan Comisarías de la Mujer, nosotras seguimos siendo re-victimizadas y reprimidas cuando salimos a exigir nuestras reivindicaciones, como el derecho a acceder al trabajo o el derecho a defenderlo.
Nuestros desafíos.
Esta realidad habla sin dudas de los desafíos y tareas que tiene por delante el movimiento de mujeres, para estar a la altura de este complejo panorama internacional, donde las mujeres, los trabajadores y la juventud no tienen para perder nada más que sus cadenas.
Para el movimiento que unió pañuelos blancos, verdes, naranjas y violetas; que hizo temblar la tierra para exigir que no haya una sola muerta más, la conclusión de un nuevo 25 de noviembre tiene que ser también un llamado a la reflexión: la fuerza para conquistar los derechos que nos niegan y para comenzar a pensar en un nuevo orden social está en esa alianza, en esa unidas, y en la confianza en nuestra propia organización y en nuestras propias fuerzas.