La reciente inauguración del Hospital Regional de Merlo, revela nuevamente el alto grado de perversidad que caracteriza la actual gestión del gobierno provincial. Y con absoluta certeza hablo de perversidad, porque ella consiste en “alterar las costumbres que son consideradas como sanas o normales, a partir de desviaciones y conductas que resultan extrañas”, según define la popular Real Academia Española.
Es costumbre considerada como sana o normal, que cuando una obra pública tiene un grado de avance del 60 %, se aceleren los pasos para su entrega y puesta en funcionamiento. Más aún si se trata de un hospital en una región provincial que presenta fuertes demandas en la materia, sobre todo por la distancia que existe respecto de la capital o de Villa Mercedes. Sin embargo, la patología institucional pudo más que la normalidad, pues como la construcción fue iniciada por Poggi, en el esquema de la rara lógica que manejan había que abandonarla y luego de tres años disponer su finalización y entregarla. Siempre apostando a que el transcurso del tiempo borrara a Poggi del imaginario social y presuntuosamente instalara al actual mandatario como el hacedor de las grandes cosas, cuando en rigor de verdad es a la inversa. Tanto así es, que durante las tres gestiones del mismo personaje que anida hoy en Terrazas del Portezuelo, nunca se construyó por iniciativa propia, una sola vivienda.
Igual ocurre con la ya terminada Jefatura de Policía de la Unidad Regional 2 de Villa Mercedes. Terminó la gestión de Poggi y el edificio tenía un avance de obra del 85 %, pero decidieron paralizar los trabajos y retomarlos hace pocos meses para terminarla en estos días y ponerla en funcionamiento más pronto que tarde.
Otro tanto ocurrió con viviendas en Buena Esperanza y en Villa Mercedes. Abandonaron las obras, al tiempo las retomó el gobierno que sigue dominando Saán Luis y las entregó el primer mandatario como un supuesto gran logro de su parte.
El Hospital Regional de Merlo, la Jefatura de Policía de Villa Mercedes y las viviendas en Buena Esperanza revelan la perversidad que distingue a los hombres de la dinastía, quienes no dudan en jugar con las necesidades públicas con tal de sostener algún privilegio y que sus nombres estén incluidos en las protocolares ornamentaciones de las bronceadas placas recordatorias.
El mejor recuerdo que tendrá siempre un pueblo de sus gobernantes será si éstos estuvieron o no a su lado en los momentos de mayores necesidades. Nunca será el caso del actual gobernador. Tampoco de su septuagenario hermano, que solo aparece cuando los temores electorales ponen en duda la continuidad del régimen que los hizo millonarios. Nunca aparecieron por el sempiterno inundado barrio de La Ribera en Villa Mercedes. Llegan cerca, pero solo acuden a las fiestas de La Pedrera, cuya construcción destruyó los desagües del populoso barrio.
¡Pobres hermanos si no fuera por la benévola democracia que tanto les ha dado! Y a la que tanto le han quitado con la perversidad que hace a sus esencias.
Son tan pobres que lo único que tienen es plata.