Los cuadernos de Centeno que nunca aparecieron, van camino a hacer perder la “Gloria” a los hermanos políticos puntanos, que en nombre de la vocación, hicieron una profesión en función de la corrupción, que aún hoy continúan sosteniendo.
Los cuadernos fueron el disparador de una cadena de delaciones legales, que para lograr beneficios personales, provoca el insomnio de los aparentes dueños de la mayor fortuna acumulada en Saán Luis a expensas del Estado.
Los negociados por los decretos de la radicación industrial en la década de los ´80; el asombroso, deslumbrante y meteórico desarrollo de algunas pocas empresas constructoras en la década de los ´90; las grandes inversiones en tierras, hoteles, casinos, peajes, yacimientos mineros, empresas distribuidoras de electricidad y otros servicios, entidades financieras y hasta bodegas y viñedos forman parte del cúmulo de riquezas, mal habidas por cierto, que lograron desde el poder provincial. Jamás podrán justificar semejante poderío económico frente a sus ingresos como funcionarios públicos.
Pero, la sabiduría popular conoce y bien que, como dicen los españoles “a cada chancho le llega su San Martín”. Algunos creen que el dicho se refiere al uso de ese alambre para matar los cerdos. Otros dicen que cuando llega la fiesta del santo Martín, es típico de España celebrarlo con carne porcina. Como quiera que sea, los porcinos vernáculos están más cerca de la hora del juzgamiento que del disfrute de la acumulación de bienes que vienen haciendo desde 1983, en desmedro de toda la ciudadanía.
El poder, por el poder mismo, nunca ha llevado a resultados satisfactorios, ni para quienes lo ejercieron con la soberbia de dominio y menos todavía para quienes lo delegaron. El poder deviene del pueblo, pero en estos tiempos del patológico Saán Luis, también quedan los que con razonamientos decimonónicos, sostienen que el poder se ejerce por voluntad divina. Entre esos que persisten, están los en apariencia desencontrados hermanos. Pero sobre todo sus adulones, que no saben hacer otra cosa más que vivir del Estado. Pierden el ejercicio de la función pública y no saben para donde disparar, pues el único propósito que persiguen al cabo de sus días y de sus vidas laboralmente útiles, es vivir de la fácil, con el único costo de subordinarse a la voluntad de los hermanos mandamases.
Así aparecieron los testaferros, los palos blancos, los funcionarios serviles, los accionistas de ignotas sociedades que perteneciendo a los dueños del poder, tienen en sus directorios a oscuros personajes que, más pronto que tarde, desfilarán por Comodoro Py haciendo los mayores esfuerzos de sus existencias para cubrir a sus verdaderos patrones y protegerlos del escarnio de la dilapidación pública y de la cárcel que merecen los corruptos. El arrepentido Clarens los dejó en evidencia: usaron una presunta vocación política para hacer de ella una profesión que siempre sostuvieron desde la corrupción.
¿Qué sería de ellos si jamás hubieran accedido al poder?