La última gestión de gobierno del grupo económico que domina Saán Luis marca, sin dudas, la más débil de todas las que han tenido como protagonista a la familia dominante. Al no concebir la discusión democrática, y menos la alternancia, como esencia del sistema republicano de gobierno, necesariamente han utilizado la imposición como herramienta de sus aventuras políticas. Tan así es que por estos días apareció un payasesco virtual lanzamiento electoral que, evidencia una vez más, la única preocupación que tienen: el sostenimiento del poder por el poder mismo.
El crecimiento de una oposición sólida que sigue cosechando voluntades encaminándose en la construcción de una real alternativa de gobierno para el año próximo, o cuando deban ser las próximas elecciones de gobernador, desvela más de lo imaginable a los hermanos que creyeron ser los elegidos por el destino para marcar el rumbo sanluiseño. En el afán de obstaculizar la conformación del Gran Acuerdo Provincial que inexorablemente se viene, continúan con sus típicas maniobras de “alimentación” de presuntuosos candidatos opositores que, como es de público y notorio conocimiento en el mundo de los negocios vinculados al Estado provincial, tienen más coincidencias que diferencias con los todavía inquilinos de Terrazas del Portezuelo.
Patéticas imágenes fotográficas de asados compartidos entre patrones del oficialismo y supuestos dirigentes opositores del departamento Pedernera, revelan la pésima calidad institucional que existe en Saán Luis en materia de ejercicio del poder, tanto desde las esferas oficiales como de parte de quienes dicen poseer autoridad moral y republicana por pertenecer a un viejo partido, que no gobierna la provincia desde las épocas del médico Carlos Alric. Es decir, hace 100 años. Alric fue el último gobernador de la Unión Cívica Radical de San Luis, en el período 1917-1921.
Cien años de gimnasia opositora, no han sido suficientes para que alguno de sus exponentes, quizá el que más cerca estuvo de suceder en la grilla radical a Alric, ejerza con lealtad y patriotismo el rol diferenciado del poder provincial que dice poseer. Estas conductas también son indicativas del grado de corrupción que ha instaurado la familia dominante, pues va de suyo que la corrupción no es solo apropiarse indebidamente de los bienes ajenos, a lo que tanto nos tienen acostumbrados, sino también el demérito de la función política tanto del oficialismo como de la oposición. El daño al conjunto del pueblo sanluiseño es inconmensurable. No tiene medida y tampoco límite. Y su peor consecuencia es la pérdida de confianza que acrecienta el descreimiento de la ciudadanía en quienes hacen todo lo posible para ser sus representantes.
Esa misma pérdida de confianza es la que tiene la mayoría puntana respecto de los actuales gobernantes, la cual ha sido atenuada y más de una vez aniquilada, a fuerza de los dineros más habidos que han repartido para subsanar el propio descrédito que ellos provocaron. Es de una perversidad ilimitada la conducta observada y la que sigue observándose en la continua comisión de delitos electorales, entre de los que el reparto de bienes públicos pasa casi desapercibido como hecho ilícito, al lado del deterioro cultural que han logrado imponer. Rompieron la escala de valores. Relativizaron todos los principios éticos y así se aprestan a dar una nueva batalla, con la diferencia respecto de anteriores contiendas, que ahora la provincia cuenta con un probado liderazgo opositor con claro respaldo popular y dispuesto a la construcción colectiva. Allí radica la molestia de los opositores individualistas, elegidos a dedo por el oficialismo. Por prepotencia de trabajo, diría Roberto Arlt, Saán Luis, más pronto que tarde, volverá a ser San Luis.