Las conductas de mal manejo o conducción las hemos diseñado las personas. El primer gran error que se suele cometer al analizar los fenómenos sociales consiste en creer que las cosas suceden porque sí, como si fueran fenómenos naturales. Falso. Somos los hombres y mujeres los que decidimos cómo vivimos, nada de lo que nos pasa nos viene dado de arriba, todo depende de nosotros. Las necesidades de hoy son el sedimento de las decisiones que se tomaron en el pasado.
Estos factores inciden de una manera radical y compleja en las capacidades psicofísicas de los conductores, en su percepción del riesgo, en su análisis de la situación de tránsito y en su toma de decisiones. Nos explican el porqué de esas conductas de riesgo anteriormente descritas y de ahí su importancia.
Respecto a la personalidad, no se puede decir que directamente un determinado tipo de personalidad (no enferma) lleve necesariamente un mayor riesgo a la conducción sino que el problema está en los elementos que aparecen unidos a ella, como podría ser el abuso de alcohol o el menor control de los impulsos de determinados tipos de personalidad. Como ejemplo, se puede afirmar que los sujetos muy extravertidos son más proclives a tener accidentes.
En relación a las actitudes, existen investigaciones que relacionan determinadas actitudes con el riesgo de accidente: atribuir la causalidad de los accidentes a factores que escapan del control personal; utilizar la conducción como medio para reducir la tensión psicológica, o para afirmar la autoeficacia, estatus, poder o confianza en uno mismo; evaluar positivamente la velocidad y la conducción arriesgada; buscar en la conducción sensaciones intensas.
Existen estudios que demuestran que las sociedades con índices globales de más violencia, también suelen tener más accidentes de tránsito. Nos movemos en un ambiente competitivo, agresivo, estresante… y eso se refleja en la manera en como afrontamos la conducción. No hay duda que las sociedades conducen como viven.
Mientras tanto, y sin que esto signifique afirmar que el estrés sienta mejor a las mujeres, ellas mostraron una conducta social más activa y hasta empática, a pesar de estar a merced de los efectos de esta plaga actual.
Hasta ahora se había confirmado que, entre las muchas consecuencias negativas del estrés, el mismo afecta la salud y nuestras relaciones sociales, pero nunca fue corroborado que estos efectos se produjesen mayormente en los hombres. En este sentido, la pregunta obligada y más importante es ¿Por qué?
Desde hace algunos años, se ha bautizado al estrés como la epidemia del mundo desarrollado. Las patologías asociadas o relacionadas con el estrés -sin descartar que él mismo lo es- se han disparado exponencialmente en el mundo occidental. Pero, permitiéndonos un enfoque diferente: ¿El estrés afecta del mismo modo a hombres que a mujeres?
Para un grupo de investigadores mixto de las universidades de Viena, Friburgo y SISSA de Italia, la respuesta a esta pregunta es un rotundo no. Conozcamos el porqué.
¿Qué diferencias hay en el comportamiento social de hombres y mujeres en situaciones de estrés? Las conclusiones más notorias y llamativas mostraron que frente a los efectos del estrés, hombres y mujeres evidencian reacciones contrapuestas, de acuerdo a la investigación llevada a cabo por los científicos. El experimento consistió en someter a condiciones de estrés moderado y en tres instancias situacionales diferentes a un grupo de colaboradores conformado por hombres y mujeres a partes iguales.
Según los resultados, los hombres desarrollan una actitud de menor empatía, y se centran mucho más en su mundo inmediato, lo que genera un enfriamiento de las relaciones sociales. Por el contrario, a las mujeres les sucede exactamente lo contrario.
En conclusión, «Esto es parte del arte del buen manejo también, y, si a eso le sumamos que nos interesamos mucho en todo lo relacionado a seguridad, vemos una conducta al volante positiva. Incluso cada vez más mujeres se interesan en las técnicas avanzadas de manejo».
En definitiva, la seguridad vial recae sobre los propios usuarios de las calles y rutas, quienes con sus decisiones introducen al final el auténtico nivel de riesgo. Si no conducimos con prudencia y responsabilidad, de nada sirve circular por las mejores vías, en las condiciones climáticas óptimas y con el mejor vehículo. De hecho, es en esas buenas condiciones o circunstancias cuando somos más imprudentes: es en las carreteras más seguras donde elevamos la velocidad hasta límites peligrosísimos y es también cuando circulamos con coches que incorporan los últimos avances en seguridad cuando asumimos más riesgo (aumentamos la velocidad, disminuimos la distancia de seguridad, apuramos la frenada…).
Hemos de tener siempre presente que un exceso de confianza puede traducirse en accidente.