La revolución porteña de 1810 pierde gran peso histórico y conceptual si se insiste en demostrar que el Plan de Operaciones que redactó Moreno no le pertenece. Nada de eso. El Plan está dominado y hasta poseído por el espíritu jacobino, extremo de su autor. Se sabe que la versión de la historia que ha sido hegemónica en este país prefiere recordar a Moreno como un abogado librecambista, el autor de ese panfleto unitario que es la llamada Representación de los hacendados, o como el fundador de la Gazeta de Buenos Aires y padre del periodismo argentino, cuyo sector agresivo y dominante no le hace hoy justa memoria, aunque están tramados por un idéntico desdén antipopular, soberbio y clasista. En fin, no vamos a polemizar otra vez sobre el brillante Moreno, pero en la parte económica del Plan propone una serie de medidas que sorprenderá a algunos neoliberales presentes y lamentablemente vigentes. Moreno propone hacer girar 500 millones de pesos en el centro del Estado para dinamizar la obra de la revolución. Propone también el modo de obtenerlos: “confiscando las fortunas parasitarias”. Esto tiene mucha actualidad. El tema de la correlación de fuerzas es central en los días que corren. Alberto F. quiere expropiar a los ultramillonarios y vividores del Estado de la empresa blanqueadora y enemiga del fisco que lleva por nombre Vicentin. Alberto F. es un campeón en eso de evaluar las fuerzas propias y las ajenas. Acaso debería evaluar menos y arriesgar más, ya que en eso consiste la iniciativa política, algo fundamental en ese difícil arte, el de la política. Pero esto se dice fácilmente desde el llano, no desde las asperezas del Estado.
Sigamos con Moreno y su fervoroso Plan. ¿Expropiar las fortunas parasitarias? Suena bien, pero ¿cómo se hace? Ante todo con una gran acumulación de fuerzas de signo popular. Moreno giraba en el vacío. Quería ser Robespierre pero carecía de una burguesía revolucionaria. Aquí había aristócratas terratenientes o mercaderes del Puerto que se enriquecían con el comercio de importación. Lo mismo le pasó a Lenín. Quiso hacer una revolución socialista sin clase obrera industrial. O esperaba cincuenta años o hacía la revolución con los proletarios que tenía y con el gran campesinado ruso. Eso hizo. Dinamizó todo con el Partido Revolucionario de vanguardia y la ideología de los grandes maestros del socialismo. El Plan de Operaciones es el Qué hacer de Moreno. Pero nuestro ilustre jacobino no tenía espíritu popular. Quería un ejecutivo restringido para el que bastaban él y sus ilustrados amigos. Juan Bautista Alberdi, que sigue siendo nuestro mayor pensador político, expone todo esto en el tomo V de sus Escritos póstumos. Moreno estaba lleno de buenas ideas (menos la de entregarle la isla Martín García a Inglaterra) y nunca se planteó la cuestión del apoyo de masas. Fue, por el contrario, la primera que se plantearon Rosas y Perón. Como sea, hay que dejar en claro que en los albores de esta patria que habitamos un ilustre prócer propuso la confiscación de fortunas. El gobierno de Alberto F. sólo propone que las “grandes fortunas” cedan un 1,5 por ciento de su patrimonio para paliar el hambre que dejó de herencia un gobierno que gobernó para favorecerlas. Además quiere (hasta el momento) expropiar la empresa de granos y aceites Vicentin, que está quebrada, que recibió millones cuando ya lo estaba y cuyos dueños pasean en yates millonarios para no hacer la cuarentena. Es posible que lo logre, pero tiene muchas fuerzas en contra. Un periodismo altisonante, burlesco, guerrero, que sólo hereda de Moreno el odio a las clases populares, el desprecio soberbio y brutal. Ese periodismo responde a los intereses de las clases dominantes, que lo poseen y le señalan la línea de la famosa “grieta”. Alberto F. necesitará crear poder para poder enfrentar enemigos tan decididos y poderosos. No alcanza solamente con el poder de las masas, es necesaria la decisión de luchar. Perón no la tuvo. Rosas sí, pero perdió la batalla de Caseros. Acaso Perón quedara intimidado por el luctuoso episodio del que en este mes de junio se cumplen 65 años, el bombardeo a la Plaza de Mayo por aviones de la Marina y la Fuerza Aérea. Fue una catástrofe humanitaria. Durante estos días se lo ha recordado eficazmente (ayer, en este diario, lo hizo Sandra Russo), pero nada será suficiente para seguir llevándolo a primer plano. El odio que desplegó la metralla del 16 de junio sigue vigente hoy. Los que cacerolean tienen cacerolas y no aviones Gloster Meteor, pero tienen el mismo odio. Se puede ser antiperonista. Pero cuando al antiperonismo se le suma el odio clasista aparece el gorila. Hemos visto a un señor manifestarse contra el gobierno de Alberto con una foto de Videla. Debajo de la foto decía, reclamaba: “Se lo necesita”. ¿Eso qué es? ¿Eso no es odio? Si tuvieran aviones y no cacerolas volverían a bombardear la Plaza de Mayo y la Casa de Gobierno. Hubo, el 16 de junio, más de 300 muertos. Hombres, mujeres y niños. Peronistas y no peronistas. En el fuselaje de los aviones se veía una V y una cruz encima. Quería decir: “Cristo Vence”. Era en nombre del mismísimo “hijo de Dios” que asesinaban a ciudadanos sin armas. ¿Así vence Cristo? Así vencía Torquemada. Así vencían los conquistadores españoles, que mataron millones de seres de las civilizaciones de nuestra América. Con la Cruz y con la Espada. Durante estos días presenciamos las manifestaciones populares en EEUU. Esos manifestantes (que son negros y son blancos) destruyeron y tiraron al agua estatuas de Cristóbal Colón. Fue en Boston y fue en Richmond. No quieren a los genocidas, a los de ayer y a los de hoy. Estamos con ellos.