A mediados del segundo trimestres de 1940 casi toda Europa, Francia incluida, había caído en manos de los nazis y aproximadamente quinientos mil soldados ingleses quedaron varados en las playas de Dunkerque (Francia) a merced del fuego alemán e imposibilitados de ser rescatados por la Armada Británica.
En la desesperación, el Parlamento inglés designó como Primer Ministro a un señor de aspecto algo desprolijo, medio alcohólico y cascarrabias: Winston Churchill.
Dos años antes, en 1938 Churchill se había opuesto furiosamente al acuerdo que el entonces primer ministro Chamberlain y los franceses habían firmado con Hitler aceptando la anexión de los Sudetes en Checoslovaquia por parte de los nazis a cambio de que estos no se metieran con Inglaterra y Francia.
La frase de Churchill contra la dirigencia inglesa que firmó aquel Acuerdo de Múnich pasó a la historia: “Tuvieron que optar entre el deshonor y la guerra. Eligieron el deshonor, van a tener la guerra”.
Ayer fue el día de la poesía y por cierto hacemos esta humilde salutación con esta frase muy poética, aunque para frase prefiero la de jueces de Cristóbal López, al hacer el cambio de carátula de la causa cuando esta semana, refiriéndose el mismo dijo: “Lean el expediente muchachos, que no es lo mismo un deudor, que un evasor”. Menos shakesperana, menos popular, ya que Discépolo creador de Cambalache dice que el que no afana es un gil… Para esta columna garpa más.
Volviendo al tema, dos años después y con los soldados ingleses rodeados en Dunkerque, los mismos políticos que apoyaron aquel acuerdo, le reclamaban a Churchill que firmara un nuevo acuerdo de paz con Hitler para proteger al Reino Unido y rescatar a los soldados de las playas francesas.
Churchill, con el apoyo del Rey Jorge VI, se opuso tenazmente bajo el argumento de que no había acuerdo posible con Hitler, llamó a defender las Islas Británicas hasta las últimas consecuencias y pergeñó un increíble operativo de rescate: convocó a todos los civiles con embarcaciones propias para cruzar el Canal de la Mancha, llegar hasta las playa de Dunkerque y traer a los soldados.
En botecitos, gomones, lanchas, barcos de pesca y veleritos, la clase media y alta británica rescató… ¡338.226 soldados!
Ahora imaginemos por un momento que nuestras autoridades (que obviamente no son Churchill), apoyado por los distintos operadores judiciales (al que no podemos comparar ni con las pantuflas del Rey Jorge VI) le pidiera a toda la clase media y alta argentina que crucen el Río de la Plata con sus yates, sus veleros, sus lanchitas, sus gomones o sus tablas de windsurf por una cruzada en favor de la educación vial en favor de cuidarnos…
¿Iría nuestra clase acomodada en sus embarcaciones, en favor de una cruzada, por el bien común? Pregunta estreñida de respuesta incierta.
En el medio de la pelea con los industriales, el presidente de la UIA se quejó por los aumentos de luz y gas y explicó que están obligados a trasladarlo a los precios. Faltó que dijera “no van a pretender que resignemos ganancias”.
Sin embargo, grandes cambios requieren grandes gestos.
Por otro lado hay muchos de los que se pasan la vida quejándose por el costo argentino cuando el mayor costo que tienen es el sueldo del dueño de la empresa.
En fin, creo que si Churchill hubiera dependido de los dueños de nuestros botecitos, hoy la presidenta del Fondo Monetario Internacional sería Eva Braun.
Para tener en cuenta. En cuanto terminó la guerra, después de haber defendido al Reino Unido, derrotado a Hitler, salvado a todo el sistema democrático occidental y haberse transformado en la que creo fue la figura política más trascendente del siglo XX, Churchill se presentó en las elecciones de 1945… ¡Y perdió!!