Como siempre decimos de la autoescuela San José Obrero, vivimos en la polis, y esa vida se ve opacada por la ansiedad del despegue de la economía, y por el tire y afloje de todos los sectores.
Ese tire y afloje nos lleva que nos hayamos puesto más escépticos y todos estamos focalizados en los meteorólogos económicos y las estimaciones preliminares que sostienen que el 2017 será el año de despegue.
Sin embargo, en un país como el nuestro hacer un análisis considerando solamente las variables económicas es pecar de imparcial.
Y como decía San Agustín, la paz está en el orden de las cosas… Y una cosa es nuestra queridísima Provincia, en donde los líderes están claros, y por ende hay una provincia ordenada, avaladas por un montón de evaluadores de riesgo hacen que los números cierren. Pero otra es Argentina que exhibe un problema tan complejo como los desequilibrios macroeconómicos que arrastra desde hace varias décadas, estos son: los valores que la determinan.
A tal efecto, son los factores culturales que limitan o cierran posibilidades, y hoy por hoy el país conlleva algunas raíces ulceradas que lo condicionan a una inestabilidad constante.
Sin embargo, la historia argentina nos muestra que para sacar a un país adelante y poder llegar a ser lo que pretendemos, con buenas intenciones no alcanza. Esa misma historia nos ayuda a entender por qué los argentinos tenemos cualidades formando un caldo de cultivo para demagogos que segregan el veneno de la corrupción y apelan a esos valores para captar votos y mantenerse en el poder.
Para ser un poco más específicos a la hora de hablar de los valores debemos enmarcarnos dentro de un contexto transgresor y para ello vamos a tomar un ejemplo.
Marcos Aguinis, en su libro El Atroz Encanto de Ser Argentino, habla de la famosa ´viveza criolla´ y la define como una costumbre argentina que comporta un efecto antisocial, segrega resentimiento y que envenena el respeto mutuo. Sus consecuencias, a largo plazo, son trágicas, en el campo moral y económico. Además, define a sus dos actores principales: el vivo y el gil (o el zonzo). El primero es quién hace las avivadas y el segundo quien sufre las avivadas del vivo. Para Aguinis, la viveza criolla crece bajo el autoritarismo y se cuela entre los colmillos del poder, al que halaga. Al vivo le excita la corrupción, es un maestro del fraude y trata de obtener el mayor provecho posible. Además, redobla su esplendor a costa de la impotencia del gil, aunque su intención no es destruirlo sino usarlo para beneficiarse.
Esta viveza criolla está más presente de lo que uno puede imaginarse. Se esconde en todos los anales de nuestra historia.
Para ser más concretos, veamos cómo esta versión rudimentaria del inteligente se escabulle en tiempo y espacio de todos los hechos sociales. Pícaro es el que defiende el falso nacionalismo y se pone la bandera del proteccionismo vendiéndole al boludo los bienes o servicios más caros y de peor calidad. Pícaro el dirigente sindical que goza de privilegios irritantes y desproporcionados y explota demagógicamente a sus seguidores para mantener su cuota de poder y el boludo y/o los boludos que cree y se adhiere a él. Pícaro es el que vive prendido de las ubres estatales sin trabajar porque es más seguro y digno y boludo el que paga los impuestos para que eso funcione, pero más sagaz aún es el que encima tiene pretensiones.
Vivarachos los gobernantes que se retiraron del espacio público para que otros más vivos consoliden la cultura del piquete y les compliquen la vida al gil que va a trabajar todos los días. Perspicaz el que defiende el país de la inclusión incrementando los planes sociales cobrándoselo a través del señoreaje, y gil el que cree estar siendo incluido.
Espabilado el que despilfarra los recursos de las arcas públicas en nombre de la redistribución, y hueva el que piensa que existen los almuerzos gratis.
En consecuencia la fiesta del doble discurso, el verso y los boludos que los compramos.
Un vez aclarada esta definición, damos cuenta de que esta actitud desafiante de burlarse de las reglas impide fortalecer un proyecto de largo plazo y nos condena al cortoplacismo, a la improvisación, al desorden, es decir, nos condena al fracaso. Y la seguridad vial al ser un hecho social se nutre de todo lo antes expuesto.
Joan Robinson sostiene que todo sistema necesita normas, una ideología y una conciencia en el individuo de que tiene que cumplir con esas normas.
Parafraseando si esos hechos sociales que sostienen a una comunidad hacen de un comportamiento que viola permanentemente esas normas, la sociedad vive en una desorganización que impide el crecimiento. Por lo tanto, podemos tener normas, podemos tener una ideología, pero sin la conciencia de cada individuo seguiremos condenados en este folklore del estancamiento, al aletargo y al subdesarrollo en todas las áreas que encaremos como sociedad que somos.
En conclusión para que despeguemos la Argentina pueda ser sustentable es necesario madurar; haciendo un cambio de reglas de juego dejando atrás esa cultura transgresora que nos involuciona, y esos disvalores que perturban nuestra mente. Gangrenan el esfuerzo individual, el talento, la creatividad, la legitimidad, el sentido de la responsabilidad y la cultura del trabajo.
Debemos dejar de ser ese -país púber- y trabajar para tener instituciones fuertes, respeto de los derechos y obligaciones, igualdad de oportunidades, división de poderes y la existencia de límites al Poder Ejecutivo. Y como ciudadanos debemos laborar para recuperar ese Estado que está en debacle y que urge rehabilitar, como asimismo trabajar en el verdadero rol que le compete: brindar lo que tan perfecto y claro menciona el preámbulo de nuestra Constitución Nacional:
Nos los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos en Congreso General Constituyente por voluntad y elección de las provincias que la componen, en cumplimiento de pactos prexistentes, con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia: ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución, para la Nación Argentina.