La detección temprana por estudios de imágenes, es una evolución que salva vidas.
El cáncer de mama es una de las pocas enfermedades cancerosas que se pueden diagnosticar precozmente; es decir, antes de que se note algún síntoma.
En las notas que voy escribiendo, respecto a la Prevención del Cáncer, desde mi visión como paciente oncológica y comunicadora, me ha llevado a trazar naturalmente, sin una estructura previa, una correlación de lo que quiero ir compartiendo con quienes me lean.
Anterior a esta nota, hice especial mención a la importancia de la detección precoz a través de la autoexploración mamaria –hacé clic acá para ver archivo-. Esto en relación a la importancia que tiene aprender a conocer nuestro cuerpo y sentirnos capaces de encontrar el interruptor, antes de que se encienda cualquier luz roja sobre nuestra salud.
Pero sin dudas, a esta detección precoz se suma de modo innegable, necesario y obligatorio, el hacernos controles médicos clínicos y con estudios de imágenes. Aquí es donde la atención temprana ginecológica y las ecografías y mamografías comienzan a ser parte del inicio de la historia. -Hablando literariamente donde toda historia tiene un comienzo o introducción, nudo o desarrollo y un desenlace o fin-.
Por lo que aprendí durante mi tratamiento, es que existen lesiones mamarias no palpables y que una mamografía y una ecografía, son herramientas fundamentales, ya que permiten la detección temprana en etapas subclínicas de los tumores mamarios; suponiendo si se encuentran, la realización de un tratamiento menos invasivo para atacar la patología.
Sobre mi situación personal; sucedió que tenía 38 años cuando me hice, la primera mamografía, y no porque me sintiera mal, sino por los antecedentes familiares. En esa oportunidad, recuerdo que me dijo la médica que esperara a los 40 para hacerla, pero insistí tanto que me dio la orden.
Me salió bien. Pero transcurrido seis meses soñé que me dolía la mama derecha. Porque nunca me dolió en situación real. Y me dejó tan preocupada el sueño, que mi esposo fue con esas mamografías a nuestro médico de cabecera y me pidió otra mamografía. A los cuatro días me enteraba que tenía un tumor más grande de lo pensado para seis meses de aparecer, en referencia a la primera mamografía, donde no se veía nada. De ahí en más, comenzó el nudo de la historia, el desarrollo de lo que venía. Preguntar qué hacer y ponerme en acción junto a mi familia. Y acá estoy.
Hoy palpar mis mamas, hacerme una mamografía anual y ecografía cada seis meses, son parte de la rutina. Mis manos y los estudios por imágenes, imprescindibles para la detección a tiempo, y los interruptores que me permiten actuar antes que la luz roja se encienda.
Viviana Antonucci
Periodista de San Luis y Paciente Oncológica
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