El viernes pasado, 16 de enero, llegamos con unas amigas a La Lucila, tratábamos de ubicar y recuperar la casa de Enrique Santos Discépolo, cuya memoria parece haberse perdido, incluso en ese barrio de Vicente López. Al principio un dato equivocado de encontrarse ésta sobre la calle Ferreira nos hizo perder algunas horas de entrevistas y sondeos; el día lunes sin embargo con mayores datos que aseguraban estaba el chalet ubicado sobre calle Comandante Franco pudimos avanzar con más seguridad. La renuencia de algunos vecinos nos demoró otro poco hasta que, finalmente, apareció una persona que dijo con toda firmeza, “esta es la casa, mi padre se la compró a Discépolo”. Estábamos en Franco 334, que muy poco había cambiado; sus actuales residentes la mantuvieron igual; en la pieza superior resaltaban las viejas ventanas por donde Discepolín escribía mirando el río marrón. A su lado, en el número 330, algo transformado y semioculto tras unos garajes, nos observaba la señera silueta del Chaira Bar.
Un día después en la municipalidad local confirmamos los datos sobre el nuevo propietario y la transacción. Fue a mediados de 1945 cuando Discépolo y su esposa Tania venden la casa de La Lucila al abogado Emilio Mariano Figueroa -sus descendientes la habitan actualmente- y se trasladan a un departamento del centro porteño.
En La Lucila Discépolo compuso Uno (1943), tango nostálgico y elegíaco, con música de Mariano Mores, y la Canción Desesperada (1944); además, Junto a Julian Centeya escriben: “¿Qué querías ganar con tu traición?”; y también en esa casita puede haber esbozado Cafetín de Buenos Aires.
Acerca del tango Uno manifestó su autor: “Muchos amigos dijeron que la amargura de Uno resultaba tremenda y desoladora… Pero yo estuve mucha veces ‘solo en mi dolor y ciego en mi penar’. Y aquello de ‘punto muerto de las almas’ no es pura invención literaria como tampoco los de `llorar mi propia muerte´” “Quizá sea exagerada-por salvaje, repite- la imagen de `si yo tuviera el corazón´, pero hay que vivir para entender eso y vivir intensamente. Como viven en mi tierra y en otras tierras tantos seres. La gente de nuestro siglo sufre mucho. Es un período terrible y precioso…”.
La casa de Discépolo era recobrada para la memoria de La Lucila, de Vicente López y de los argentinos. Se recuperaba un lugar que deberá ser en el futuro humilde y sencilla referencia cultural. Un solar que fue lugar de encuentro y convivencia de muchos de los más grandes poetas y escritores de nuestro país.
Un lugar que aspiramos ya no se pueda olvidar.
Discépolo y sus amigos en Comandante Franco 334, La Lucila
Enrique Santos Discépolo, Discepolín, músico, autor teatral, cineasta y compositor, e impulsor de SADAIC, es considerado principalmente como uno de los más grandes o el mayor poeta de la tierra de los argentinos. Sus letras de tangos y canciones, trasmisoras de riquísimas situaciones y sentimientos, sus aportes inmensurables a la cultura nacional, lo convierten en una figura de primera magnitud, que brilló con máximo fulgor en los años 20, 30 y 40 del siglo anterior.
Muy pocos conocen, sin embargo, que durante varios años Discépolo vivió radicado en la localidad de La Lucila, partido de Vicente López, a pocos minutos de la entonces Capital Federal; y que durante ese tiempo fue visitado por otros grandes de la música y la poesía porteña, la misma que en esos años se estaba convirtiendo en “nacional”.
Según parece, desde el año 1942, Enrique Santos Discépolo que tuvo una niñez y juventud desafortunada, puede mejorar su situación económica en razón a la mayor regularidad con que cobraba los derechos de autor en SADAIC y decide, junto a su pareja la artista Ana Luciano, de alias Tania, comenzar a construir un chalet en La Lucila, localidad suburbana, muy cercana a Olivos y pegada el Río de la Plata. Era zona utilizada para recreación, de fines de semana, por muchas familias porteñas.
Una vez que estuvo terminada, año 1943, se radican en esa casa, de calle Comandante Ramón Franco, abandonando su departamento de la calle Uruguay en la Capital, que ocuparon hasta ese momento. En la tranquilidad de La Lucila Discépolo repartió sus afanes entre la carpintería, la jardinería y algunas tareas hogareñas, mientras seguía escribiendo y recibiendo amigos, aunque normalmente prefería estar solo.
Grandes figuras del tango y las letras argentinas lo visitaban; entre otros llegaban -con sus novias y esposas-, Homero Manzi, poeta excepcional, Francisco Canaro y Francisco Lomuto, compositores de fuste y directores orquestales que participaron también en la creación y sostenimiento de SADAIC junto a Discépolo; y poetas y escritores notables como Enrique Cadícamo y Julián Centeya, también cantantes de nombradía como José Razzano –que formara el famoso dúo con Gardel- y Osvaldo Fresedo. Llegaba asimismo a menudo el jovencito Mariano Mores, que declaró una vez: “Uno se sentía tan seguro al lado de Enrique; yo lo escuchaba religiosamente, me enseñó todo lo que soy”. En el chalet y el bar de al lado estas figuras principales de la cultura nacional, ejecutaban o explicaban sus canciones, o desgranaban en charlas interminables, la situación de la época, la música y la poética, los sentimientos encontrados, los proyectos personales.
Decía Tania: “A veces se aparecía con varios amigos, sin avisar nada, pero no me permitía que pusiera mala cara. Imagínese usted a la chiquilina caprichosa que era yo, acostumbrada a hacer lo que quiere, frente a tales circunstancias. Yo tengo que haberlo querido mucho porque si no, cómo resigné mis idas a bailar a Olivos, mis farras, por un tipo que era todo lo contrario a mí. ¿Cómo pude pasar del gran jolgorio a las charlas intelectuales? Sí, lo quería mucho”.
La pareja atravesó períodos críticos, desapegos y turbulencias, que muchos creyeron ver reflejados en letras de Discépolo como las de los tangos Sin Palabras o Uno. En una época que la autoría y la composición estaban claramente diferenciadas, Discépolo escribía letra y música, aunque esta última era imaginada con apenas dos dedos sobre el piano, para luego ser llevada al pentagrama por algún músico amigo, generalmente Lalo Scalise. Esta capacidad doble le permitió a Discepolín trabajar cada tango como una unidad perfecta de letra y música. Su piano (hoy en el museo de SADAIC), que lo acompañó hasta sus últimos días, fue reparado en sus maderos por el propio compositor, que lo pintó de blanco con una laca especial para que hiciera juego con las paredes y los adornos de su casita de La Lucila; aunque años más tarde por el deterioro recobró su color original.
Allí junto a sus amigos, pasaban la noche conversando o recreando canciones, o bien se trasladaban al boliche de al lado, el Chaira Bar; pero normalmente el poeta pasaba largas horas de soledad, paseaba largamente por su habitación, escribía mirando el río; muchas veces destruía de inmediato lo que había escrito en largas horas. “Los únicos tangos que escribió rápidamente fueron Cafetín de Buenos Aires y Uno -recuerda Tania-, porque íbamos a debutar en el teatro Casino y no teníamos tangos”.
Las temáticas de Discépolo reúnen a nuestro modesto entender un millonésimo grado superior al resto de los mayores poetas argentinos, Lugones, Manzi, Borges, Cátulo Castillo y algunos pocos más; superan lo tradicional del barrio, los amigos, los cuchilleros, o la temática machacona de la mujer que traiciona o abandona; coinciden con Borges y algún otro en internarse por los caminos profundos de la vida y de la muerte, pero sobrepasa a éste cuando recorre las sendas más oscuras del sufrimiento humano, los padecimientos de la conciencia social y cuando describe las maldades y la desesperanza de la primera mitad del siglo XX, los años que Eric Hobsbawm identificara como La era de las catástrofes. Por unos pocos centímetros el pequeño gran autor de Yira, Yira y Cambalache se perfila como el más notable.
Y allí en La Lucila, en su piecita elevada junto al río, fue donde su alma llegó a la plenitud.-
Bibliografía
Galasso, Norberto. Discépolo y su época. Buenos Aires, 1973.
Gobello, José y Bossio, Jorge Alberto. Tangos y letristas tomo 1. Buenos Aires. 1975.
Hobsbawm, Eric. Historia del siglo XX. Barcelona, 1995.
Pujol, Sergio A. Discépolo. Una biografía argentina. Emecé, 1997.
Salas, Horacio. El tango. Buenos Aires, 1986.
Tania. Discepolín y yo. Bs. Aires, 1973.
La Opinión Cultural. Discepolín por Tania. 17 de diciembre de 1972
* Néstor Menéndez es profesor e historiador de San Luis