San Luis (LaNoticia) 18-06-15. Al sentarse en el auto, algunos salen a las calles a evadirse de la vorágine diaria, vinculadas a la interacción con el ámbito laboral. Con la bizarra situación de que el placer de conducir nos lleva a disfrutar de la libertad y la autonomía de que habitualmente no se dispone. Y paradójicamente, nos pone en situación de peligro, al no hacerlo correctamente.
Asimismo puede suceder que las prohibiciones impuestas por las señales de tránsito se consideren como limitaciones de la libertad. Algunos conductores se sienten humillados al tener que respetar ciertas normas de prudencia que disminuyen los riesgos y peligros del tránsito.
Un reciente estudio afirma que el 40 % de los conductores se ve alterado por las condiciones diarias y las normas de tránsito vigentes. Y que el 25 % de ellos conducen en forma agresiva, inadecuada e incluso poco humano.
Consideremos que una emoción puede llegar a conseguir una respuesta consciente de un conductor. Una persona que conduce un vehículo potente de alta gama por autopista de manera consciente y premeditada, siente un impulso (una emoción) cuando un vehículo utilitario le adelanta mostrando mayores prestaciones en aquel instante y como consecuencia surge una respuesta consciente de acelerar para dejar constancia de su mayor potencia y recursos.
Parece evidente, por tanto, que las emociones influyen en la conducción. El autocontrol y la calma se convierten en los mejores antídotos contra los nervios al volante, una circunstancia ésta que, llevada al límite, puede terminar en una sanción y, lo que es peor, en un accidente de tránsito.
El automóvil se presta, de manera especial, a que el propietario lo utilice como objeto de ostentación de sí mismo y como medio para eclipsar a los demás y suscitar sentimientos negativos.
Además, la persona se identifica, así, con el auto y proyecta en él, la afirmación del ego. Cuando elogiamos nuestro automóvil, en el fondo, nos elogiamos a nosotros mismos, porque nos pertenece y, sobre todo, porque lo conducimos.
Muchos automovilistas, incluso ya no muy jóvenes, se ufanan con gran gusto de los récords logrados y de las altas velocidades alcanzadas; es fácil constatar cómo es de molesto ser considerados malos conductores, aunque lo reconozcamos.
A tal efecto, los comportamientos poco equilibrados varían según las personas y las circunstancias: falta de cortesía, gestos ofensivos, imprecaciones, blasfemias, pérdida del sentido de responsabilidad, violaciones deliberadas del Código de circulación.
En algunos conductores, el desequilibrio comportamental se manifiesta en formas insignificantes, mientras que en otros produce graves excesos que dependen del carácter, del nivel de educación, de la incapacidad de autocontrol y de la falta del sentido de responsabilidad.
En consecuencia, Manejar y/o conducir un auto significa:
• “Coexistir”, y entenderse en un mismo medio, asumiendo con entereza y responsabilidad cada cual la parte que asume al salir a la calle con su vehículo.
• “Autocontrol”: La capacidad de trabajar y cultivar esta cualidad debe ser premisa a la hora de ponernos en el rol de automovilista.
• Cumplir y respetar las distintas normas viales.
• Y usar más el común de los sentidos, “El sentido Común”.
Este tema tiene un campo inmenso para profundizar, pero nos debe llevar a la reflexión, de que podemos respetarnos, coexistir en este medio responsablemente y no caer en la banalidad que nos impone el ritmo diario de la vida.
Fuente y datos estadísticos: Prevensis