Por:
Johana Gómez.
Referente provincial de la agrupación de mujeres Pan y Rosas y del Frente de Izquierda – Unidad.
Ningún 8 de marzo es parecido al anterior. Hace tiempo dejó de ser una fecha formal de calendario para transformarse en un día más parecido a las jornadas que dieron origen al Día Internacional de las Mujeres: organización, lucha, unidad y movilización.
Este año, las protestas empezaron con una movilización que superó el millón de personas en la Plaza de la Dignidad de Santiago de Chile. No es una casualidad: las estudiantes secundarias que invadieron el subte de Santiago en octubre de 2019, se multiplicaron por miles el Día de Lucha contra la Violencia Machista, apuntaron contra los abusos sexuales de las fuerzas represivas, dijeron “El Violador Eres Tú”, y llevaron los pañuelos verdes a la primera línea de la resistencia contra el Gobierno de Piñera y el régimen heredado de la Dictadura Militar de Pinochet.
Hoy intentan canalizar las protestas hacia una Asamblea Constituyente prolijamente limitada, y la movilización de las mujeres en Chile confirma, a su modo y no sin contradicciones, que no hay un muro que separe las demandas llamadas “femeninas” de otras, cuando todo lo que antes parecía inmutable ahora está en cuestión.
De hecho, en cada país se dibujan escenarios políticos y, en muchos, el feminismo y el movimiento de mujeres son actores políticos ineludibles.
Lo sabe el Presidente mexicano López Obrador, interpelado por la pobre respuesta estatal sobre los femicidios. En México, 11 mujeres son asesinadas cada día, haciendo que la bronca se vuelva incendiaria y poniendo en jaque – incluso – a quienes se dicen “progresistas”.
Lo saben los gobiernos y regímenes políticos, como el español, que ensaya la canalización institucional de la movilización de las mujeres, intentando reducirla a leyes y agendas, mientras le quitan los bordes más filosos a la crítica de esa verdadera asociación ilícita que existe entre patriarcado y capitalismo.
En nuestro país, el hecho de que el anuncio de un nuevo debate sobre el aborto legal sea lo más esperado del discurso del Presidente Alberto Fernández en la apertura de sesiones legislativas, es una imagen incontestable de esa relevancia. Es imposible arriesgar un desenlace, pero si estamos más cerca de la legalización es por la persistencia de las calles, el único lenguaje que entiende la casta política gobernante. No fue, no es, ni será regalo de ningún gobierno.
Para nosotras, conquistar el derecho a decidir sobre nuestros propios cuerpos es vital e imprescindible. Porque no queremos ser ciudadanas de segunda, pero sobre todo porque no toleramos que la mayoría de las mujeres que se practican abortos en nuestro país – que son trabajadoras, que son pobres y que son jóvenes – tengan que arriesgar su vida por no poder pagar una clandestinidad segura.
Es un derecho elemental por el que peleamos hace décadas, por el que la marea verde argentina se convirtió en un símbolo más allá de nuestras fronteras y queremos que sea legal ya. Conquistarlo sería un triunfo de todas las personas que agotaron días y noches en esta lucha, de quienes nos acompañaron siempre y de quienes se sumaron ahora, de las que supieron ser pocas para que hoy seamos muchas con la mayoría de la población de nuestro lado.
Queremos ganar esta pelea, pero no es nuestro único round, ni nuestro techo, ya que la conquista del derecho al aborto es un punto de partida, o sea, es lo mínimo que le exigimos a las sociedades de hoy que ostentan el nombre de democráticas. En ese sentido, aún somos asesinadas cada 23 horas por ser mujeres; aún el 55 % de las personas que trabajan en condiciones de precarización laboral extrema son mujeres; aún existe una brecha salarial del 25 % entre nuestros sueldos y el de los varones; aún seguimos siendo nosotras las que más tiempo dedicamos a las tareas de cuidados hogareños, no remuneradas y atadas a nuestro género por prejuicios patriarcales; y aún tan sólo el 10 % de las trabajadoras en edad de jubilarse cumple los requisitos para hacerlo y, la mayoría de ellas, llega solamente a la mínima.
Por ello, exigir todo, no conformarnos, avanzar en nuestra organización, unidad y lucha – tanto en los lugares de trabajo como en los lugares de estudio – y mantener nuestra independencia política de los diversos gobiernos, el empresariado y las iglesias, son tareas esenciales para que logremos vencer y para que logremos ser realmente socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres.