La película Joker es sublime en todo sentido. Todd Phillips es un potente ilusionista, no en el sentido de desocultar lo invisible sino de dar a ver una invisibilidad radical. A pesar de la mostración reiterada de la monstruosidad y de las diferentes encarnaciones del mal, deja un lugar vacío para lo indecible, lo imposible de mostrar. De allí que en ese juego de mascaradas la careta carnavalesca no oculta nada, no puede más que replicar la mueca de odio y venganza dibujada con sangre. Pero a su vez señala que lo esencial, lo que subyace a cualquiera de esos semblantes es el gesto de la perplejidad de ese sujeto frente a lo irrepresentable por fuera de cualquier significación.
Es formalmente una obra de arte en el sentido de lo que a partir de Malévich entendemos como arte del Siglo XX. La ausencia de un objeto representable, imaginario, simbólico, ligado al sentido.
Esta película es una obra maestra que ha logrado un consenso en el público pocas veces visto. No me refiero a lo multitudinario de su aceptación con la que Hollywood suele asegurarse un Oscar sino a la fascinación que produce en diversos tipos de espectador.
La belleza formal unida a la majestuosidad de la actuación de Joaquin Phoenix es de una armonía sobrecogedora. Phoenix no representa el horror sólo con su cara sino con cada parte del cuerpo. El director hace de las tomas de su espalda perfectos retratos.
Dicho esto, entiendo que la película conlleva un riesgo que no debe cargarse al director sino a un tipo de interpretación ávida de un sentido moral que resuelva la inquietud que la película genera en cuanto a lo ético. Ello implicaría una interpretación de los acontecimientos narrados en un sentido sociológico o psicológico conductual, que para el caso viene a ser lo mismo. La disolución social y material de la época, el modo en que un sujeto librado al estrago materno es luego rechazado y expulsado de su condición de trabajador y finalmente de todo lazo social, en sí mismos, no alcanzan para determinar el desenlace de esa subjetividad particular. De ser así podría crearse un psicótico asesino en un laboratorio. Bastaría una receta para obtener ese Frankenstein / payaso/ asesino. Sería temerario creer en una determinación de ese orden. Desde ese ángulo, el espectador cree resguardarse en la convicción de que la amenaza proviene de afuera, interpretación complaciente que no alcanza la dimensión existencial. Joker no es un producto de las experiencias vividas sino la elección de una posición en la existencia a la que Freud se refirió como «insondable».
La genialidad del director es mostrar que en cada momento el sujeto elige aun cuando parece encerrado y determinado a realizar un único acto. En primer lugar, (decisión fundamental) elige no matarse, y tampoco matará a algunos otros. De hecho los momentos de ese tipo de elección subjetiva son los más tensos de la película.
En la película de Alan Price Un hombre de suerte una voz en off le ordena al personaje que sonría. A partir del mandato de «Smile», el joven comienza su derrotero por el infierno. Finalmente, el personaje –Malcolm Mc Dowell– se libera de esa orden que lo acosa. No es el caso del Guasón, que queda atrapado en su propia red de significaciones delirantes. En definitiva, como verificamos en los análisis gracias a la puntuación de Jacques Lacan, la injuria no es lo que se dice sino lo que se escucha.
Por último, asistimos a la reverberación social del temor de que las personas se identifiquen con los personajes violentos y sus actos. Ello es suponer que los sujetos son receptáculos inanimados y vacíos, idea que degrada más a la sujetos que a las obras de arte. Habla a las claras de las fantasías insoportables y violentas que acechan a los sujetos desde dentro de su propio ser.
Por el contrario, el arte es una transacción pulsional. La inquietud y angustia frente a las obras apacigua frente a lo peor, oculto tras los fantasmas. El arte «negocia» con el desenfreno de las pulsiones.
Es poderosamente llamativo que algunos espectadores se rían en escenas en las que el personaje intenta desembarazarse de la angustia a través de la crueldad. Se produce en el público una suerte de identificación «humanitaria» que no teme ese desenlace sino que lo desea. En esa risa, no muy alejada de la del Guasón, no hay catarsis porque está muy lejos del principio del placer.
Otra de las interpretaciones subraya el modo con que es acogido Joker por sus seguidores, el potencial advenimiento de un líder fascista, olvidando la raigambre calculadamente política que conlleva el fascismo.
La belleza, decía Lacan tomando a Kant, es el último velo, la última barrera frente al horror.
«¿Hemos pasado la raya? Se pregunta.
¿Hay más allá de esa barrera? Nada sabemos.
El miedo con sus espectros es ya una defensa localizable, una defensa contra lo que está más allá y que es precisamente lo que no sabemos.
En el dominio del arte nos encontramos en una posición que ni siquiera es la de los escolares sino la de recolectores de migajas».