La crisis y un sinuoso camino hacia la presidencia
Por:
Johana Gómez.
Referente provincial del PTS/Frente de Izquierda.
La crisis se agudiza y las coaliciones políticas se rearman. Los dueños del país y de las provincias del interior se preparan para un macrismo agónico o, directamente, para el pos-macrismo. Varias son las figuras presidenciables que van tanteando el panorama electoral, las encuestas y sus posibles aliados con la única finalidad de ser quienes mejor expresen las ilusiones y los intereses del empresariado nacional, multinacional y de los organismos de crédito internacionales, como el Fondo Monetario Internacional.
El país va camino al colapso. Los tiempos precisos no se pueden predecir, pero el rumbo está más que claro y el desenlace es inevitable. La debacle tomará la forma de un default impuesto o negociado. En la coyuntura, el persistente ascenso del dólar no puede ser contenido ni con las tasas asesinas del Banco Central que rozan el 70% ni con el aporte módico de 60 millones de dólares diarios que habilitó a ofrecer el FMI.
La persistencia inflacionaria, el derrumbe del consumo, el hundimiento industrial y la recesión económica son coronados por una pobreza que ya alcanzó el 32% y el deterioro general del salario. El malestar se va transformando en bronca y de la bronca al odio hay un solo paso.
La crisis económica fogonea una crisis política y esta detona aún más la economía. Ambas llevan al agravamiento de todos los indicadores sociales. La síntesis es una crisis orgánica con todas las letras. Ante esta evidencia irrefutable, se postulan distintas coaliciones político electorales para administrar la debacle y, sobre todo, para evitar el estallido.
Por un lado, la coalición oficial encabezada por Mauricio Macri pierde cada vez más apoyos entre los empresarios, sosteniéndose solamente con un núcleo duro de bancos, empresas privatizadas, el capital financiero (FMI) y con cierto respaldo desconfiado de la patria sojera.
Por otro lado, el llamado empresariado nacional (AEA, Techint, Clarín, la Unión Industrial, etc.) alienta la candidatura del economista Roberto Lavagna. No sólo por la disminución vertiginosa del capital político del macrismo y la eventualidad probable de que pierda las elecciones, sino también por la posibilidad de que gane, continúe con el mismo plan, pero más rápido, y los arrastre al abismo de un gobierno agónico.
Lavagna se propone como la cabeza de una gran coalición para un gobierno de “unidad nacional” con peronistas, radicales, socialistas, progresistas y cambiemitas desilusionados. Aunque la propuesta es – en sí misma – un reconocimiento de la magnitud dramática de la crisis, cuenta también con algunos problemas: todavía le falta el favor popular de los votos y superar la competencia, sobre todo, de Sergio Massa.
La figura presidenciable de Lavagna desató esperanzas e ilusiones no sólo en cierto círculo rojo empresarial, sino también en algunos ámbitos intelectuales y progresistas. Pero, con la crisis y las condiciones estructurales marcando el paso de la política, el ex ministro de Néstor Kirchner sólo puede ofrecer más volumen político para un ajuste negociado. Como mucho, de llegar a la Casa Rosada, el lavagnismo será macrismo con sensibilidad social.
Por último, está el kirchnerismo. Como tendencia de centroizquierda dentro del peronismo, comparte la esencia del programa de Lavagna, de ahí, los acuerdos alcanzados con los “Lavagnitas” provinciales en Córdoba, Tierra del Fuego o Tucumán. Pero, su máxima ilusión es la candidatura presidencial de Cristina Kirchner, bajo los discursos del “vamos a volver” a los tiempos de bonanza y del “mal menor” frente a la situación actual. En esta lógica, la unidad del peronismo les sienta bien, al igual que una interna entre la “jefa” y el “hombre de la figura triste”. ,
Durante todo este tiempo, la ausencia de mayor conflictividad o, dicho en términos clásicos, de lucha de clases ante un ajuste salvaje, es el enigma que vienen tratando de descifrar analistas, politólogos, sociólogos, periodistas e intelectuales.
El fenómeno tiene varias causas: los frenos que tuvo que aplicar el mismo gobierno nacional – sobre todo después de las jornadas de diciembre de 2017 contra la reforma previsional – que implicaron bajarse del programa de máxima del “reformismo permanente” y avanzar sólo parcialmente en sus objetivos; el rol de la dirigencia de la CGT que se la pasó tres años levantando los paros que nunca llegó a convocar o congelando la continuidad de los que efectivamente se llevaron a cabo; la recesión que golpea como factor disgregador y de disciplinamiento; y la “institucionalización” de los sectores más bajos de la clase trabajadora con el surgimiento de una especie de “burocracia plebeya” que, además, actúa bajo la pacificadoras órdenes del santo padre que vive en Roma.
A toda esa maquinaria de pasivización y contención se agrega un factor político alimentado por todas las alas del peronismo: las calles no fueron la prioridad porque el centro de gravedad estuvo puesto desde el inicio en el objetivo de enfrentar a Macri exclusivamente en el terreno electoral («Hay 2019»).
Mientras tanto, Cambiemos y su banda rompieron todo lo que la relación de fuerzas les permitió romper y, por supuesto, esos platos destrozados los pagan las mayorías populares. Si todo este ajuste se hizo sin que (aún) haya caído el gobierno macrista, la hazaña tiene muchos responsables más allá y más acá del oficialismo de los globos amarillos.