Por:
Johana Gómez.
Referente provincial del PTS / Frente de Izquierda.
Luego de que Thelma Fardin denunciara públicamente a Juan Darthés desde el Colectivo de Actrices, estallaron las redes sociales en todo el país con miles de denuncias por casos de acoso, abuso y violencia machista, reabriendo importantes debates al interior del movimiento de mujeres, respecto a la lucha por nuestros derechos.
La conclusión es que no todo lo que brilla en cada lugar de trabajo, en cada lugar de estudio, en cada vivienda, en cada relación y en cada espacio de militancia es oro. Este sistema capitalista patriarcal hace agua por todos lados, llenando miseria y opresión nuestras vidas.
Detrás del “Mirá Cómo Nos Ponemos”, una vez apagadas las luces y las cámaras de televisión, una vez perdida la efervescencia en las redes sociales, lo que surge inevitable, es un cuestionamiento profundo e implacable a este orden social, que nos golpea particularmente a las mujeres trabajadoras.
El movimiento “Ni Una Menos” ha ayudado mucho a las mujeres trabajadoras y estudiantes a entendernos, vernos y encontrarnos en el dolor de esa otra mujer, madre, hija, hermana que sufre, soporta y padece, pero que – al mismo tiempo – busca organizarse y luchar, fusionándose a la enorme marea verde que visibiliza muchos de nuestros reclamos y los puede potenciar.
El hartazgo que generan los casos de acoso y abuso, la bronca que generan la violencia de género, pero también el ajuste, los tarifazos, los despidos, las suspensiones, el Presupuesto 2019, el pago de la deuda al FMI y las políticas cada vez más represivas de los gobiernos nos interpelan para hacer mucho más de lo que venimos haciendo, para no quedarnos solamente con la denuncia, para no limitar nuestro activismo al ámbito de las redes sociales.
No callarse más va de la mano con organizarse más y luchar por mucho más. No callarse más no es solamente animarse a denunciar a uno, dos o tres Darthés, no callarse más también es exigirles a los gobiernos nuestros derechos, hacerlos responsables de lo que nos pasa a las mujeres y luchar contra sus políticas que profundizan la opresión y la explotación.
La muy siempre oportunista casta política gobernante.
La dolorosa denuncia de Thelma despertó también a los oportunistas políticos, tanto oficialistas como opositores. Con un cinismo que no tiene límites, salen con carteles, tweets y fotos a expresar su repudio y solidaridad.
Pero, cómo poder borrar de nuestra memoria al Presidente Macri, quien no tuvo ningún reparo en decir que a las mujeres nos gusta que nos digan “que lindo culo tenés”. O a la Gobernadora de la Provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, quien mandó a reprimir a las trabajadoras de Pepsico y de Siam mientras luchaban en defensa de sus puestos de trabajo. O a la misma Patricia Bullrich, quien con su Protocolo represivo habilita y legaliza el gatillo fácil contra cualquier persona que proteste, corte una calle, salga a luchar por sus derechos o viva en las barriadas populares.
Cómo podemos olvidarnos de esos que se dicen opositores y que salieron a poner en sus bancas del Senado Nacional el cartelito de «Mirá Como Nos Ponemos», cuando en su momento se pusieron del lado de la Iglesia Católica para no votar el derecho al aborto.
Mucho menos, de aquellos que nos piden esperar al año que viene y votar a algún candidato del PJ, luego de que este mismo partido le garantizara toda la gobernabilidad necesaria a “Cambiemos” para que pudiera sancionar todas sus leyes, como la reforma previsional y el Presupuesto 2019.
Y, por último, cómo olvidarnos de Cristina Kirchner, quien siendo Presidenta de la Nación y teniendo mayoría propia en el Congreso Nacional, se negó a tratar la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, nos pidió que no nos enojemos con la misógina Iglesia Católica, y como si fuera poco, nos pidió que nos unamos a los reaccionarios pañuelos celestes para sacar el país adelante.
¿Cómo ponernos para derribar este sistema de opresión y explotación?
El impacto de la denuncia de Thelma Fardin reabrió debates en el feminismo y el movimiento de mujeres. Y esto es clave, porque cuando un movimiento político no se hace preguntas y no se cuestiona, deja de existir.
Entonces, ¿cómo lograr que el movimiento no quede en una suma de denuncias individuales? ¿Cómo evitar que nuestro movimiento se despolitice vía la judicialización y el punitivismo? ¿Cuáles son las estrategias para los cambios reales?
Así, empezaba a estar en cuestión el horizonte punitivista: ¿por qué quienes luchamos contra la opresión aceptaríamos esa perspectiva tan impotente? En este sentido, la lucha contra la violencia hacia las mujeres se vuelve impotente por tratarse de una infinita sumatoria de puniciones que, aunque se pretendan ejemplificadoras, está comprobado que no logran eliminar, ni siquiera reducir, el número de víctimas ni los sufrimientos de la opresión.
El debate también se dio alrededor de los escraches. Una de las voces que tuvo mayor repercusión fue la de la antropóloga Rita Segato, quien en una entrevista radial alertó sobre la deriva punitivista que puede tener el movimiento de mujeres en lucha contra la violencia, señalando que no quería un feminismo que duerma con un abogado debajo de la almohada. Y al referirse a los escraches y linchamientos en redes sociales, dijo: “las mujeres siempre fuimos linchadas, siempre fuimos las brujas. Entonces, parece una venganza: ‘ahora nosotras vamos a linchar’. Yo no quiero los vicios de mi antagonista, no quiero los vicios del poder”.
La propia Thelma Fardin declaró que no está de acuerdo con el método del escrache y que veía que cuando no le creen a ella, el mayor problema es que no se le cree a un montón de mujeres, la mayoría, que no tienen los medios para denunciar porque la violencia machista está naturalizada.
La socióloga María Pía López hizo una reflexión interesante en el diario Página/12, en la que confrontaba la acción colectiva con la lógica punitiva de los escraches, y apuntó a las condiciones que hacen tolerables la violencia y los abusos, como la desigualdad y la precariedad.
Señaló también un alerta sobre qué hacer frente a las agresiones y decía: “Como nunca, tenemos que ser capaces de singularizar. Preguntarnos por las diferencias de poder, por la punición y la gradación de las penas, por las imágenes de sociedad deseable que se juegan”.
Por supuesto, en esa idea de sociedad deseable hay diversas perspectivas y estrategias en juego, que también se cuelan en otros debates del movimiento de mujeres, como el del derecho al aborto o el de cómo terminar con la opresión.
La persistencia de la violencia, que se reproduce en un sistema donde una minoría – que tiene todo – vive del trabajo de la mayoría – que no tiene nada – muestra que esa sociedad no tiene mucho para ofrecernos a la mayoría de las mujeres, que engrosamos las filas de la pobreza y la precariedad, y que además, sufrimos la opresión.
Si la sociedad hoy tolera menos las agresiones machistas, es por la movilización y la lucha de las mujeres y nuestros aliados, y no por la evolución de un sistema (capitalista) que nos muestra todos los días que está destinado a perecer.
Cada vez que la voz de las oprimidas se hace oír en las calles, escuchamos que el patriarcado se va a caer. Es tentador pensarlo mientras vemos cómo se multiplican esas voces, pero cada día de sobrevida de esa alianza entre el capitalismo y el patriarcado, nos confirma que nada se cae solo, que tenemos que tirarlo. Y, para ello, hay que organizarse.
Si el movimiento de mujeres se propone la estrategia de abandonar el lugar de la resistencia o las reformas permanentes que nunca terminan de concretar un cambio de raíz, deberá reunir no sólo a las mujeres oprimidas por el patriarcado. Deberá fusionarse con la clase trabajadora que tiene en sus manos el poder de hacer saltar por los aires los resortes del sistema capitalista en el que, dicho sea de paso, las mujeres somos el sector más explotado. Aquélla será un aliado indispensable para las luchas contra el patriarcado como también para acabar con todas las opresiones, divisiones y desigualdades que el capitalismo reproduce y legitima para mantener su dominio, a través de la explotación de las grandes mayorías.