Por Johana Gómez Referente provincial del PTS / Frente de Izquierda.

En los tiempos actuales, la gran mayoría de la gente – cuando lee los diarios y los portales digitales o escucha los noticieros – simplemente siente que se está informando, es decir, que hay alguien en algún lugar que se encarga de saber lo que pasa, de analizarlo y de contárselo al resto de las personas.
Pero, vivimos en una sociedad donde una clase minoritaria tiene todo en su poder y donde una enorme mayoría no tiene más que la posibilidad de ser explotada a cambio de su subsistencia. Es en esta sociedad, dividida entre quienes explotan y quienes sufren la explotación, donde unas pocas personas ocupan ese lugar privilegiado de “saber qué pasa y contarlo”, auto-catalogándose de personajes / periodistas “neutrales” u “objetivos” que, cuales dioses del Olimpo, ven todo lo que pasa en la tierra, lo analizan y después dictan sentencia sobre lo que es bueno y lo que es malo.
Vivimos en un mundo en el que la palabra del periodista tiene un valor mucho mayor que la del albañil, que la de la enfermera, que la del obrero de fábrica, que la de la docente, que la del estudiante, que la de la empleada de comercio o que la del empleado público. Tanto es así que hasta el mismo o la misma periodista se lo y se la cree, asumiendo el rol y encabezando hasta la más vil mentira si es necesario para que “la gente sepa lo que hay que saber”.
Con esto, yo me pregunto: ¿Debe existir el periodismo? La pregunta es válida, toda vez que el periodismo nos demuestra día a día que se puede obtener mucho poder vendiendo la palabra a quien mejor pague por ella. Si toda la tarea periodística se va a basar en recibir las órdenes, decorarlas y producirlas para entregarlas acríticamente todos los días a la misma hora y por el mismo canal, es legítimo pensar si realmente sirve para algo sostener al periodismo y a sus periodistas, comprarles sus diarios, interactuar en sus portales digitales, sintonizar sus emisiones y consumir sus supuestas verdades.
Y entonces… ¿Por qué hay personas que se dedican al periodismo? Simplemente, porque hay periodistas (no todas ni todos) que ven la sociedad dividida en clases y no les gusta. Porque son parte de ese sector social que, en aquélla división, se llevó la peor parte. Porque, de a poco, fueron entendiendo que entre lo que se hace y lo que se dice hay una relación dialéctica.
Porque les mintieron muchas veces. Porque las y los acallaron. Porque cuando gritaron les dieron con el fierro en la cabeza. Porque saben que, si todas y todos supieran la verdad (la posta – posta) estarían en mejores condiciones para pelear por recuperar todo lo que les pertenece. Y porque se permiten imaginar un mundo radicalmente opuesto a la miseria que ofrece el capitalismo y sus gobiernos.
Así, se convirtieron y se convierten en responsables de contar. Porque ven la verdad delante de sus ojos (que no son tan distintos a los del albañil, de la enfermera, del obrero de fábrica, de la docente, del estudiante, de la empleada de comercio o del empleado público) después de masticar tanta mentira, y mientras miles y miles no la terminan de ver porque siguen padeciendo el bombardeo maloliente que impide creer que es posible otra historia. Es decir, una historia propia, donde las grandes mayorías sean protagonistas y donde a quien explota y a quien reprime a su servicio se los confine al más merecido inframundo.
Eso sí, la verdad (la posta – posta) tiene que ser bien contada, con las mejores palabras, con las más bellas expresiones, con lujos de detalles, porque no se puede caer en acostumbramientos ni rutinas propias del periodismo. Si bien es cierto que la explotación no va terminar porque se digan las cosas más bonitas, a las y los millones de explotadas y explotados sí les interesa luchar por algo que valga la pena, y es esto lo que hay que contar.
En fin, ¿Qué periodistas para qué periodismo? Atentas y atentos, para que no se les pase de largo la verdad. Curiosas y curiosos, para que cuando la encuentren le saquen hasta la última gota de sentidos. Fuertes, por si hay que correrla. Desconfiadas y desconfiados, por si se entrega sin resistencia. Abiertas y abiertos, para enamorarse de ella si es preciso. Locas y locos, para animarse a contar hasta aquello que las y los lastima o lastime.
Hace falta ese periodismo. Un periodismo que no piense en sí mismo sino en las mayorías. Un periodismo que no se crea imprescindible. Un periodismo que se nutra del sufrimiento y las penurias de las masas. Un periodismo convencido de dar la batalla por dar vuelta la historia, aportando lo que sabe. Que cuente lo mejor posible, cada vez a más personas, la verdad que va construyendo el pueblo trabajador en su lucha cotidiana por dejar de, solamente, subsistir.
Un periodismo asociado estratégicamente a las mayorías acalladas. Un periodismo que, en la inevitable hora de elegir y tomar partido, lo haga por la clase trabajadora y los sectores populares.
Quien ejerza el periodismo tendrá que asumirse como una trabajadora o un trabajador de la prensa, es decir, una compañera o un compañero del albañil, de la enfermera, del obrero de fábrica, de la docente, del estudiante, de la empleada de comercio o del empleado público, ocupando un lugar con más peligros y violencias que privilegios.
Si no se asume así, aunque adquiera la maestría de la palabra, aunque tenga todos los títulos y posgrados universitarios que existan, su destino será el de la triste tarea (muy bien remunerada) de defender al sistema de opresión y explotación que contrató sus servicios, escondiendo, encubriendo, tergiversando u ocultando la posta – posta de la verdad.
Carlos Rubén Capella, quien supo otorgarme y otorgarle al “Partido de Trabajadores por el Socialismo” / “Frente de Izquierda y los Trabajadores” (PTS / FIT) un espacio editorial con columna propia (“Pateando el Tablero”) en el presente portal digital sin restricciones ni limitaciones, fue un periodista del periodismo que HACE FALTA.
Por ello, estas palabras que resumen un profundo agradecimiento y una enorme solidaridad para su familia y para sus colegas, esas y esos que como Carlos Rubén, siguen resignándose a ser un gatillo más en el pelotón de fusilamiento de la verdad.