Para la Justicia de Mendoza, los progenitores fueron en parte responsables por la muerte de un menor de 3 años que cayó en una perforación de 20 metros de profundidad.
La noticia de la caída de un menor de tres años en un pozo de perforación en desuso de la localidad de Maipú, en la provincia de Mendoza, la noche del 2 de marzo de 2011 conmovió al país. Pese a la rápida intervención de bomberos y personal especializado, nada se pudo hacer por rescatarlo con vida. Ahora, cuatro años después, para la Justicia la responsabilidad es tanto de la empresa como de sus padres.
La jueza civil María Paz Gallardo condenó esta semana al establecimiento El Pehual SA a pagar la suma de $ 250.000 más los intereses a los padres de Leonel Cuevas. Sin embargo, dejó en claro que el hecho no es imputable en forma exclusiva a la parte demandada, sino también a los padres del menor, ya que no tomaron las precauciones para cuidarlo.
Los abogados de la familia Cuevas, Ulises Morales y Daniela Margarit, en diálogo con Diario Uno, consideraron que «no hay motivos para que se les atribuya un porcentaje de responsabilidad a los padres del menor. No existe negligencia alguna en la conducta de los padres en dejar a su hijo jugando en un patio de una casa situada en una finca, ¿Qué peligro puede tener tal comportamiento, si el mismo es normal y habitual en una zona rural como también es acorde a los usos y costumbres del lugar? ¿Cuál fue la falta, negligencia o delito que cometió el menor de tres años o sus padres y que derivó en el evento dañoso?».
Además, reforzaron su teoría asegurando que «quedó demostrado a lo largo del juicio que el pozo se encontraba sin las medidas de seguridad adecuadas que impidieran acercarse o aproximarse al sitio, estando además descubierto, sin señalización, vallado ni cierre adecuados».
El 2 de marzo de 2011 Leonel Cuevas estaba jugando junto con otros menores en la finca El Pegual, que queda en el cruce de la calles Las Margaritas y Mitre de Fray Luis Beltrán, en Maipú, en momentos en que sus padres se encontraban dentro de la casa del contratista a quien había ido a visitar. En un instante de la noche, los gritos de los chicos alteraron la tranquilidad de la zona.
Un pozo de más de cien metros de profundidad y sólo 22 centímetros de diámetro tapado con una chapa y algunos ladrillos -una perforación que se utilizaba para sacar agua- había sido destapado por el menor, quien luego cayó en su interior y quedó atascado a los 22 metros. Los gritos del menor eran desgarradores, y en pocos minutos se hicieron presente tres dotaciones de bomberos, policías, rescatistas y médicos.
En un primer momento, se decidió colocarle un arnés a una de sus hermanas -de cinco años- y enviarla hasta donde se encontraba Leonel, pero si bien llegó cerca, no pudo rescatarlo. Al regresar a la superficie, estaba con mucho frío y presa de una crisis nerviosa.
Recién pasadas las 23:10, los rescatistas introdujeron una cámara filmadora con luz, a través de la cual, con un monitor en la superficie, poder ver al pequeño. Un efectivo de la policía se comunicó con el menor y le pedía que moviera los brazos y la cabeza, intentando mantener su cuerpo cálido. El agua comenzaba a subir y las piernas del menor se debilitaban.
En un instante cesó en sus movimientos. Las cámaras registraron el momento en que el menor quedó quieto, con la cara sumergida en el agua que había en el fondo del hoyo. «Estaba boca abajo en el agua sin movimiento, carente de signos vitales», confirmó el jefe de la Policía mendocina, Juan Carlos Calleri.