«Me jubilé con Cristina, moriré de hambre con Macri». El cartel le colgaba del cuello a ese argentino de unos setenta años que se sumó a los cientos de miles de trabajadores que se manifestaron el 24 de setiembre en Plaza de Mayo. Por esas horas, el Presidente bailaba, con pasitos cortos, en el escenario donde le entregaron el Global Citizen Award (premio al ciudadano global) que se otorga a quienes son los mejores alumnos del poder financiero internacional, es decir de la timba global, y decía sobre la titular del FMI: «Debo confesar que con Christine (Lagarde) hemos empezado una gran relación, que espero que funcione muy bien y que termine con toda la Argentina enamorada de Christine». Su problema, dicen las encuestas, es que más del 40 por ciento de los argentinos parecen enamorados de otra Cristina porque Macri anunció en un inglés desnaturalizado, como lo pronuncia tipo bochazo en el Cardenal Newman, que quería presentarse a una reelección. A pesar de que el amigo y ex ministro de Finanzas, Luis Caputo, dejó la presidencia del Banco Central –hay que impedir que deje el país para que la Justicia lo investigue–, y el ex homeless (como lo llaman algunos humoristas) Nicolás Dujovne –ya el hombre más rico del gabinete con más de 90 millones de pesos, diz que declarados y guardados en el exterior– concentrará el poder como parte de sus acuerdos financieros con Christine, el paro total convocado por todas las centrales sindicales, fue la contracara exacta de ese derroche de luces neoyorquinas. De la orgía de deuda externa que pesará sobre nosotros y ya llega al 70 por ciento de nuestro PBI. Es el cuarto paro general a Macri en apenas tres años de mandato. Está por alcanzar el rating de CFK que tuvo 5 en 8 años (todos en el segundo mandato). Pero ¿se paró sólo por los salarios? ¿Se trató sólo de plata? No.
Las postales descritas forman parte de la tragicomedia nacional que para unos es la gran comilona y para otros el hambre como destino. La descripción de todos los índices de pobreza, deterioro y negrura del futuro inmediato –que no se miden solo en la cotización del dólar ni del riesgo país– se concentra en el destino de hecatombe al que se somete y someterá día a día a los argentinos. Que a estas alturas y en apenas dos años y unos meses de gobierno amarillo sepamos, por ejemplo, que se pagan 1.100.000 millones de pesos por minuto en intereses de la deuda externa. Que ya se patinaron en malas inversiones, dicen, –y se verá si fueron malas inversiones o remate vil– unos 30 mil millones de dólares del Fondo de Garantía de la Seguridad Social, es decir, de la caja de las jubilaciones de hoy y del futuro de todos los argentinos; que la fuga de capitales de la deuda que nos dejan para nosotros y nuestros hijos y nietos y bisnietos sea casi la totalidad de la deuda externa tomada con el FMI del que nos habíamos librado como se libra un esclavo de sus amos, y si además se reducen al mínimo las partidas de inversión en educación, salud y trabajo; si además se persigue a los opositores montando operaciones serviciales escritas en cuadernos truchos; si se asalta cada tribunal y juzgado que no falle en favor del gobierno; si además se escriben diarios con fecha adelantada como nunca existió en el periodismo del mundo para negar la realidad; y si además hay presos políticos bajo fantochada de juicios; y si además se baila en Nueva York pero se sella una alianza con los ejércitos de los EE.UU para el control territorial sobre los recursos naturales, que son la garantía de la orgía de deuda tomada por el mejor equipo de los últimos 50 años; si se cierran fábricas; si se despiden miles de obreros; si mueren maestros por una explosión de gas y se odia a los maestros que piden un salario digno… Si en verdad se está entrando a una etapa del capitalismo en que –vía el poder financiero– como ocurrió en los años setenta del siglo XX, se marcha a una nueva doctrina de Seguridad Nacional promovida desde los EE.UU. que no da como resultado golpes militares pero sí la dominación vía el uso del poder judicial (Lawfare) y los medios de comunicación concentrados que toman la cabeza de los ciudadanos como un objetivo militar para manipular sus creencias e impedir que elijan en libertad basados en informaciones veraces… Si esto ocurre ¿cómo no parar el país? ¿Cómo no parar el mundo? El ministro del Interior Rogelio Frigerio dijo que el paro no sirve para nada. Y habló de plata…de lo que cuesta. ¿Cuánto cuesta, eh? ¿Cuántos días de pago de intereses de la deuda que contrajeron? ¿Treinta mil… cuarenta mil millones de dólares? Curioso. ¿No es acaso la misma cantidad de dinero fugado por no pagar impuestos en el blanqueo realizado por los miembros del gobierno?
Es inútil hablar de cifras con las que todos los días la prensa nacional nos tortura como la cotización del dólar blue, negro, amarillo, verde o rojo. Soy mujer, madre, periodista y argentina. El paro, contundente, pacífico, total, es un límite que nos devuelve el valor de la libertad; la esperanza de que, como todo saqueo, deberá terminar para que termine el dolor y la angustia de millones. Y en este sentido, los trabajadores organizados y los partidos populares –que en nuestro país siempre demostraron que son la base de cualquier reconstrucción– definieron un paro que dignifica y al que es inútil ponerle precio.