Poesía Periodística (Parte cuatro)
Poema dedicado a Ana María “Loli” Ponce
Poesía
“…en la lucha social también por la semilla
se llega al fruto
al árbol
al infinito bosque que el viento hará cantar…”
Roque Dalton
¿Cómo llegamos a acariciar
la lluvia del enero?
¿cuántos pies se necesitan
para llegar a la cuna de tus pechos de agua?
hoy pongo la semilla
te doy el don que la palabra brota en mi garganta
y llego al fruto
al árbol
como Roque
soy infinito como la mirada de aquel niño que fui
y aun me tiene
camino despacio
por un país insano
busco el poema exacto
que me lleve a ser pájaro
y construyo como un nido del hornero
las palabras que matan al olvido
así
la música camina por los árboles
y el aroma que nace de las flores
penetra en mi
es cierto mi amor:
la poesía es el infinito bosque de palabras
Poema extraído del libro “Como si fuera el fin del mundo”, Luis Vilchez, Ediciones “Libros de la calle”, año 2013.
Ana María Ponce, nació en San Luis en 1952. Comenzó su militancia en la Juventud Peronista y allí conoció a su marido, Godoberto Luis Fernández, quien fue detenido-desaparecido antes que ella. La pareja tuvo un hijo, Luis Andrés. La Loli estudió en la Escuela Normal de su provincia natal, y en la Universidad Nacional de La Plata cursó Historia y Literatura en la Facultad de Humanidades. Detenida en 1977 por fuerzas de la Marina es trasladada a la ESMA. Sus poemas, escritos en cautiverio, se conocen porque la poeta los había entregado a una compañera de detención, sobreviviente de este centro de exterminio. Su verso es llano, de metáfora precisa, como si se pudiera palpar, donde en medio de la angustia que trasuntan, siempre permanece -y pone en valor- la esperanza de la libertad como máxima aspiración humana.
Testimonio
“He surgido muchas veces / desde el fondo de las estrellas derrotadas”
En la pared del cuarto del sótano de la ESMA, la Loli había pegado un poema, al lado tenía la foto de su hijo.
Aún espero
Aún espero que el silencio me devuelva
tu voz,
que la sombra me entregue
tu cuerpo,
que el aire me haga
respirarte,
que esta muerte demorada
me de tu vida.
Que la lluvia enfríe
mi cuerpo
para sentir tu calor
de nuevo.
Que la noche te traiga
para amarme.
Que mis palabras te enciendan
los ojos.
Que mis pensamientos te busquen
donde estuviste
y ya no estás.
Que el tiempo se mude de planeta
para quedarnos los dos
como antes.
Que haya una esperanza,
eso es lo que quiero
en definitiva decir,
que quedó algo para decirme
que estás vivo.
Pero no estás.
Cuando el guardia de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) le dijo que Rubén “Delfín” Chamorro la quería ver, Ana María Ponce (“la Loli”) supo que la iban a matar. Se las arregló para encontrarse en el sótano con Graciela Daleo y sacar del armario un sobre naranja. “Guárdalos”, le dijo. Eran los poemas que había escrito durante su cautiverio. Quince años después, Luis Andrés Macagno Fernández se decidió a pedirle a su abuela que le mostrara aquellos papeles que conservaba como un tesoro. La mujer siempre le había dicho que estaban allí para él, para cuando se sintiera preparado para verlos. Luis no encuentra las palabras para explicar lo que le pasó en el momento en que leyó por primera vez esos versos. Pero cada vez que los repasa se sacude por dentro.
En la pared del cuartito del sótano de la ESMA la Loli había pegado un poema. “He resurgido muchas veces/ desde el fondo de las estrellas derrotadas”. Al lado tenía la foto de su hijo. La atormentaba no saber qué había pasado con él. Luis (Piri, por Pirincho, apodo que debe a los rulos que lo caracterizaron desde chico) estaba con ella cuando la secuestraron en el zoológico. Fue el 18 de julio de 1977 y Luis, que cumplía dos años ese día, había logrado pasar poco antes a manos de otra compañera. Su papá, Godoberto Luis Fernández, había desaparecido el 11 de enero de ese año y el Piri fue a vivir a una casa en Las Flores, con amigos de sus padres, y después a San Luis, con su abuela Elba.
Mientras estuvo cautiva en la ESMA, La Loli buscó un escape, una forma de resistir al horror que la rodeaba. Y escribió.
“Quiero saber cómo se ve el mundo/ me olvidé de su forma/ de su insaciable boca/ de sus destructoras manos/ me olvidé de la noche y el día/ me olvidé de las calles recorridas” (…) “y estoy, a pesar de todo esto/ a pesar de no creerlo/ estoy juntando unas palabras/ unas infieles palabras/ que me dejen recordar/ cómo podría verse el mundo”, dice uno de sus poemas.
Daleo conoció a la Loli en la ESMA. Cuando a ella la secuestraron, Ana María ya estaba allí y ya escribía. Ambas trabajaban en el sótano tipeando papeles en las viejas máquinas Lexington Olivetti o en una Composer, antecesora de la computadora.
El lunes de carnaval de 1978 Daleo recibió un mensaje de su compañera: que inventara una excusa para encontrarse con ella en el sótano. Era urgente. “No recuerdo cómo, pero logré que me bajaran. Me contó que Federico -el represor oficial de la policía Roberto González- le había dicho que la iban a llevar con Chamorro, el director de la ESMA, quien, en última instancia, levantaba o bajaba el pulgar de la muerte y la vida. Esa vida que en los planteles del grupo de tareas debía ser una forma de muerte, sólo que leída en un espejo”, recordó Daleo.
Según el policía, Chamorro quería que Loli diera una conferencia de prensa en la que dijera que estaba arrepentida de haber sido montonera. Para ambas era raro que el mensaje llegara a través de un simple “operativo”. “Se abrió la puerta del sótano, siempre su ruido de cerrojo. El Pedro Cacho anunció Loli, prepárese que va para La Plata”. Ya no era ver al Delfín. No hubo palabras que dijeran lo que había que decir. La Loli abrió el armario del cuartito del sótano, sacó un canasto y se lo colgó al hombro. Antes, agarró un sobre color naranja. ‘Guárdalos’, me dijo. El Pedro Cacho se la llevó”, relató su compañera.
Parte de esta historia apareció en 1998 en el diario Pagina 12, en una contratapa escrita por Juan Gelman. El relato contribuyó a que Piri se animara a saber más sobre sus padres. Para Luis no fue fácil crecer en San Luis. Lo envolvía el clima de pueblo chico y las miradas de los otros, que a veces lo hacían sentir diferente, raro o depositario de lástima. En el jardín tuvo que convivir con los nietos del dictador Jorge Rafael Videla. En una ocasión, el amigo de su abuela que lo pasaba a buscar todos los días por el lugar se demoró. Frente a la casa de Elba estacionó un Falcon Verde y la mujer se sintió descubierta. Pero no era más (ni menos) que la familia Videla y su custodia trayendo al niño.
Saldar una deuda
A pesar de que Ana María escribía desde chica, los poemas rescatados por Daleo de la ESMA son los únicos que sobrevivieron. El resto fue quemado junto con libros y documentos por miedo a los militares. La edición de los versos de Piri fue publicada en Buenos Aires, el 24 de marzo de 2004.
Dice su hijo: “fue como saldar una deuda”: “Que estén publicados me hace sentir orgulloso, porque más allá de que los haya escrito mi mamá, son muy buenos y hablan de la esperanza y las ganas de vivir”.
Narrativa
Empecé a caminar despacio. Moviendo mis piernas lentamente. Primero una, luego la otra, tratando de perder ese ritmo cansado y de pasos cortos que adquirí con tanto tiempo de llevar cadenas. Me sentía liviana, pero cuando quise caminar rápido un mareo me obligó a descansar hasta que mi pulso se normalizó.
Qué grande me parecían los espacios. Que anchas las calles. Los automóviles se movían rítmicamente: rojo detenerse; verde en marcha, yo como una sonámbula los veía pasar y una especie de temor me invadía; tanto tiempo sin verlos, sin sentir el hermoso ruido de los motores, sin respirar el penetrante olor de los gases de los escapes. Era como una fascinación. Respiraba profundo, una, dos, tres veces, para que ese aire (que dicen contaminado y sucio) me llenara los pulmones, y me sofocara.
La tarde iba haciéndose muy lentamente noche. El cielo se pintaba con colores que ya había olvidado. No había nubes, Buenos Aires vivía un hermoso día de primavera en pleno otoño. Los árboles ya casi no tenían hojas, las pocas que quedaban tenían un tinte rojizo y se balanceaban desafiando el viento suave que empezó a soplar desde el río.
Santa Fe empezaba a llenarse de luces de colores que se prendían y apagaban, titilantes, invitando a mirarlas, a enamorarse de ellas.
La cabeza empezó a dolerme. No podía distinguir las figuras, mis ojos no me respondían, era tanto el tiempo, el tiempo de estar mirando nada más que las paredes de las celdas, de los corredores, todo cercano, todo blanco, todo monótono, todo repentinamente igual durante días.
Muchas veces pensé en este día. Imaginé, traté de imaginar el olor, el sabor de la libertad, la sensación de caminar sin pedir permiso, de dormir sin pedir permiso, de mirar sin pedir permiso, de orinar sin pedir permiso.
Me di cuenta que sentía ganas de ir al baño. Entré en un bar. Damas, decía una puerta que además como para que uno no se pueda equivocar tenía una primorosa damisela dibujada sobre la madera.
Salí del baño y me senté en una mesa. El reloj de la pared marcaba las 19.30, era temprano. Pedí un café. Lo tomé lentamente. Pensé en comer algo. Pero no tenía apetito. Quise recordar lo que sentía antes, cuando me sentaba en las mesas de los bares a tomar café. Me resultó imposible. Había pasado mucho tiempo. El pasado era una nebulosa, o tal vez yo lo había reducido a eso. Dolía mucho. Durante mucho tiempo dolió mucho, hasta que al final logré que fuera un inmenso fantasma borroneado, que se quedaba muy quieto escondido donde yo no pudiera verlo.
Salí del bar para tomar un colectivo hasta Plaza Once. Caminé hasta encontrarme indiferente, sin darme cuenta del placer que me producía ese leve contacto, esos roces rápidos, incluso algunos se volvían a mirarme con enojosa expresión y a reprocharme mi distracción. Yo sonreía feliz. Ellos seguían su camino cansados, tratando de colgarse de algún colectivo para volver a sus casas.
Mi casa. De nuevo el pasado tomando por asalto mi cerebro. ¿Cuál era mi casa? Hace tanto tiempo… Mi casa, ya no existía. Fue tan efímero. Mi casa. Mi familia. Eso es, la casa de mi familia. Mi madre, la casa de mi madre con sus árboles frutales, con su parral, con esa serena atmósfera de las casas provincianas. ¿Cómo estaría mi madre?
Bajé del 68 en Once, sentí unas repentinas ganas de correr, pero tuve vergüenza, y acomodé mi paso al de los demás. En mi cartera tenía un pasaje. San Luis, 13 horas de viaje, casi 900 Km. Pensé cómo me recibirían. Mi familia, mi madre, mis hermanos, mi hijo…
Mi hijo. Exactamente 10 años sin verlo. Tiene 12. Sé que le hablaron de mí. Qué vieja me siento, tengo miedo ¿Cómo será? ¿Cómo me esperará? Me han dado ganas de llorar, lloro, hacía mucho tiempo que no lo hacía. Camino hasta la plataforma 4 donde espera el ómnibus. Hago un esfuerzo para no gritar que yo viajo cuando llaman a los pasajeros del coche 112 con destino a Mendoza, con paradas en Pergamino, Venado Tuerto, La Carlota, Río Cuarto, Villa Mercedes, San Luis…
Me siento. Trato de que mis ojos no se vean hinchados y los cierro fuerte. Un gran cansancio empieza a invadirme. El cuerpo se me va ablandando, es la gratificante sensación que precede al sueño.
Cuando abrí los ojos, sentí que una luz me encandilaba. Los cerré de nuevo. Los abrí y miré por segunda vez la luz. Era la bombita que colgaba arriba de mi cucheta. Todo seguía igual. Las paredes de la celda, los corredores, todo cercano, todo blanco, todo monótono, todo repetidamente igual. Sentí deseos de ir al baño y tuve que llamar al guardia…
Fuente:
– Libro Las Hojas, Compilación de Testimonios, notas, poemas, cuentos, crónicas varias, de escritores de la década del 60 y 70 que publicaron en la Editorial Papeles de Buenos Aires, Ediciones La Pluma y La Palabra dirigida por el poeta Roberto Santoro y escritores que han publicado en la Revista Cultural Latinoamericana (Guturalmente hablando) El Viento dirigida por la escritora Mónica Algarbe y el poeta Luis Vilchez. Libro número 12 de las Ediciones Libros de la Calle (Ver: www.revistaculturalelviento.blogspot.com)
– Libro, Ana María Ponce: Poemas, año 2004
– Blog Decidor. Lugar de poetas argentinos comprometidos con su tiempo. (No apto para los que versifican con la pretensión de hacer de la poesía el secreto de unos pocos «elegidos», cuando es la herramienta para forjar la voz de todos: social, política e identitaria). decidor.blogspot.com/2008