Finalmente, el Senado Nacional rechazó la legalización del aborto en medio de movilizaciones que nuevamente fueron multitudinarias en todo el país, a pesar de las condiciones climáticas adversas y de que la reaccionaria cámara ya había adelantado cuál sería el resultado.
Como pocas veces en la historia, amplios sectores de la sociedad asistieron el miércoles pasado al lamentable espectáculo que brindó la casta política ante el reclamo de la legalización del aborto, dándole la espalda a una demanda histórica. El rol que desempeñó el Senado Nacional y los partidos políticos que lo integran, con una notoria influencia clerical, fueron una muestra de ello: quedó claro que esa institución tiene como objetivo trabar cualquier medida progresiva que se cuele en la Cámara de Diputados, producto de la movilización popular. Fue la segunda votación parlamentaria más repudiada de los últimos meses si contamos también la Reforma Previsional, rechazada por millones y aprobada con el acuerdo del peronismo.
La composición de la Cámara Alta no respeta siquiera una elemental representación poblacional: los 38 senadores que votaron en contra de la interrupción voluntaria del embarazo, representan a 17 millones de habitantes mientras que los 31 que votaron a favor representan a 21 millones. Además, solo acceden al Senado los dos partidos mayoritarios de cada provincia. No hay lugares siquiera para algunas minorías. De esta manera, las provincias dominadas por las oligarquías de empresarios y terratenientes, estrechamente ligadas a la jerarquía de la Iglesia y profundamente conservadoras -donde se hallan los mayores índices de sometimiento hacia las mujeres- pesan cualitativamente respecto a las provincias que tienen más habitantes y concentran a las mayorías urbanas y con mayor composición de sectores medios y de trabajadores.
Como alertamos siempre desde el “Partido de Trabajadores por el Socialismo” / “Frente de Izquierda y los Trabajadores” (PTS/FIT) y su agrupación de mujeres “Pan y Rosas”, no era simplemente una cuestión de argumentos. A los 72 senadores que se arrogan la representación de millones, les debíamos imponer la ley con la más amplia y masiva movilización: el único lenguaje y los únicos motivos que pueden entender quienes cotidianamente votan leyes a espaldas de las grandes mayorías. Nuestra organización era y sigue siendo la mejor herramienta y la mejor salida junto a los millones que acompañan este reclamo elemental.
El anticipado apoyo de la cúpula de la Iglesia Católica para las futuras elecciones de 2019 cumplió su papel. Ningún gobernador ni senador nacional iba a «quedar mal» con quienes conducen esta institución milenaria. Por eso, entre otras cosas, hubo quiénes hicieron lobby político y clerical en los pasillos del Congreso Nacional contra el derecho al aborto. Tales fueron los casos de los legisladores nacionales de San Luis con Adolfo Rodríguez Saá y Claudio Poggi a la cabeza, adornados hasta la médula con los pañuelos celestes. También contribuyeron a ello los pastores que conducen las iglesias evangélicas, que condicionaron su apoyo a futuras elecciones en base al rechazo o no del proyecto de ley.
Parece que finalmente era verdad que Macri había habilitado el debate de la ley del aborto porque pensaba que no salía. Así lo demostró el comportamiento de los senadores que integran el bloque de “Cambiemos” y los funcionarios de su gobierno que estuvieron al frente de las operaciones y maniobras para impedir la ley.
También jugaron un rol bizarro Cristina Kirchner y su bloque parlamentario, que si bien votó por el sí, pidió a la marea verde juvenil movilizada que “no se enoje” con la Iglesia Católica. Esa misma institución que auspició a grupos reaccionarios y clericales autodenominados “pro-vida” para dedicarse a agredir a cualquier persona que portara pañuelo verde en la vía pública.
Asimismo, las centrales sindicales -que tuvieron la posibilidad de parar el país por el aborto legal- jugaron su clásico rol pasivo y “dominguero no convocando a medida concreta y efectiva alguna (paro general, asueto o al menos, algún pequeño permiso) cuando lo que estaba planteado era llenar las calles por el derecho de las mujeres a decidir. Sin ir más lejos, la misma CTA mantuvo la elección interna de sus autoridades el mismo #8A, mientras se debatía el proyecto por la interrupción voluntaria del embarazo (IVE) en el Senado.
En ese contexto, el resultado de la votación terminó siendo el que todo el mundo conoce: la continuidad del aborto clandestino que en las últimas horas se cobró una nueva vida. Esta vez, de una joven de 34 años (Liz) quien había ingresado el domingo a la guardia de un hospital bonaerense (Hospital Belgrano de San Martín) donde le practicaron una histerectomía de urgencia. Ella tenía un hijo de dos años. Su caso fue dado a conocer por la “Red de Profesionales por el Derecho a Decidir”.
En paralelo a todo lo que ha pasado en la última semana, asistimos a una lección histórica. La que construyen las mujeres con sus aspiraciones de igualdad, la que construyen las jóvenes que se convocaron por centenares de miles en todo el país, que, a pesar de las terribles condiciones climáticas sacudieron las ciudades con una marea verde que fue diez veces más grande que la escuálida celeste, compuesta mayoritariamente por varones movilizados por el aparato de las Iglesias.
Tomar lección de ello es una apuesta para seguir organizándose en los lugares de trabajo y estudio por la separación de la Iglesia del Estado, para que las religiones sean una cuestión del ámbito privado y no se inmiscuyan en la salud y la educación públicas. Y por educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, y aborto legal, seguro y gratuito para no morir.
Redoblar las fuerzas y la lucha contra el patriarcado, contra este sistema capitalista que lo sostiene, y contra el carácter clerical, reaccionario y profundamente antidemocrático de sus Estados (como el argentino) es una tarea de primer orden.
Por Johana Gómez – Referente provincial del PTS – Frente de Izquierda