Los peatones son los actores más activos de la seguridad vial en Colombia y junto a ciclistas y motociclistas son los más vulnerables. La población más sensible en relación con los accidentes de tránsito es la de adultos mayores. A pesar de no representar un número tan importante en el total de la población, sí representan un alto número de muertes anuales, especialmente en su condición de peatones.
El impacto que tienen los accidentes de tránsito en la mortalidad de niños y jóvenes en Argentina es preocupante.
Cerca del 30% del total de muertos corresponde al rango entre 0 y 24 años. Para la población infantil, el riesgo de caminar por nuestras venas urbanas y autopistas es considerable, la principal muertes se generan en condición de peatón.
Y en este ángulo del planeta, en estas latitudes, hemos decididos entretejer una ciudad en donde consideramos la no inclusión de los que eligen caminar.
¿Cuándo fue que dejamos de caminar esta ciudad? ¿Qué fue lo que nos asustó? ¿Por qué construimos barrios con veredas simbólicas? Dado que no son pensadas para que la gente camine, todo lo contrario, la gente camina por las calles, tal es el caso del Barrio Los Eucaliptus, sito en Juana Koslay… y muchos más. Sólo basta con observar…
He atravesado esta ciudad a caballo en una peregrinación, en un unimog del Ejército, en tren, en colectivos, en avión, en taxi, en un carro tirado por un caballo, en un camión de la basura, en bicicleta… Sólo se la puede conocer caminando. Digo, sólo se puede ver lo que realmente tiene si uno va sobre sus pies y puede girar la cabeza hacia los costados, y perderse y detenerse, sin temor a estrolarse contra unas heces de canes humanizados y callejeros…
Lamentablemente los excrementos caninos, nos juegan una mala pasada, pero los más vulnerables son nuestros adultos mayores… que lamentablemente se lesionan a diario.
George Steiner, francés, crítico, profesor, dice en su libro La idea de Europa que una de las principales características de su continente es que puede ser caminado. Las ciudades fueron pensadas para caminantes. No para corredores frustrados en varias pistas urbanas como calle Italia o Avenida Héroes de Malvinas.
Ser caminante es una definición. Una postura. Fue caminando que nació la filosofía, que los peripatéticos nos entregaron las ideas de sustancia, acto, potencia. ¿Qué filosofía surgió a 100 kilómetros por hora?
San Luis no es una ciudad para bípedos protegidos con suelas sino para motores con ruedas. Las veredas están rotas (salvo en el microcentro). Son deformes, una colección de remiendos de obras, desniveles improvisadas de cemento para los garaje de autos, tienen bocas abiertas para tragarse a los pies desatentos.
¿De dónde nos vendrá esta obsesión por revestirlas con baldosas, con mosaicos, con losetas, con adoquines? El-mundo-desarrollado que nos gusta tanto mirar no tiene veredas sino solados de triste cemento, como en Nueva York, o de asfalto, como en París. Acá tropezamos con restos de cerámica esmaltada, con pedazos de mosaicos que imitan rugosidades de la piedra y que hace 50 años fueron desgastados diariamente por la escoba de una abuela hacendosa.
Para concluir, caemos en lo mismo, la planificación de las calles está igual que el país, en vía de desarrollo, no todas cuentan con las condiciones ideales para la movilidad sustentable de todos los actores. La infraestructura vial del país ha ido creciendo e implementándose sobre la marcha. El país se construyó al revés, primero se construyeron las casas y luego las vías; ahora nos toca reformar sobre lo ya construido y allí es donde llegan los problemas de movilidad.
Ni que decir de los espacios establecidos para los peatones que cada vez son menores, no hay sendas, ni puentes peatonales, las veredas son cada vez más reducidos y los que son amplios están invadidos por vendedores ambulantes y motociclistas imprudentes.
Si le sumamos a esto la sincronización de los semáforos que no es acorde con el tránsito de automóviles y peatones nos encontramos con un caos total, ¿Quién pasa primero? ¿Quién tiene la prelación? Desafortunadamente les toca a los peatones medir su humanidad con las latas de los automóviles.
Si bien es cierto que los peatones debemos ser muy prudentes y propender por nuestra integridad, estamos ante una sociedad del automóvil que le cuesta deponer su afán sobre la calle y la integridad de las personas.
Hacer un alto en el camino y ceder el paso a una anciana que trata de cruzar la calle o reducir la velocidad de su automotor en una zona residencial es un acto más de personas altruistas que de simple educación ciudadana y de civismo. Por último, “la educación hace la diferencia”.