Nuestros antepasados estaban cansados, inventaron la rueda, eso llevó a que se inventaran caminos, rutas y autopistas.
Los animales también se cansaban. Por ello se inventó el motor.
La gente realizaba sus viajes a pie o caballo. Por ello se hicieron carros y chatas tirados por animales. A los carruajes se les puso motor. El motor hizo autos, aviones y barcos. Y así fuimos creando los medios de transporte, la Argentinidad al palo, como dice la canción, llevo a que inventáramos el colectivo.
Apretujados, hombres y mujeres se disputan con la caja de carga un espacio en la parte trasera de varios camiones que los lleve desde el punto de encuentro hasta el lugar de la reunión del 21 F.
Conductores, seudo-pasajeros y autoridades conocen los riesgos, de llevar seres humanos en esas condiciones, pero a nadie le importa.
A esto hay que agregar que la práctica de alzar y dejar pasajeros en cualquier lugar, así como que un sindicato se apropie de una esquina cualquiera de la ciudad y la convierta en terminal, ha sido aceptada por las autoridades.
Pero la antropología que estudió cómo conducen los argentinos señala que en seguridad vial «nada cambiará si no se tiene en cuenta el factor humano».
Podría llamarse «cultura de la calle» o más científicamente «antropología vial» el contexto en el que además de los fierros, están quienes los conducen. «Se pueden tener mejores rutas, mejores normativas y más controles, pero si a todo eso no se tiene en cuenta el factor humano nada cambiará» en beneficio de la seguridad vial. A tal efecto, en investigaciones realizadas en el extranjero con un campo vial absolutamente distinto al local, donde «todo está muy señalizado y la gente tiene incorporado seguir las instrucciones.
Nosotros manejamos burlando un sistema opresor con el cual sentimos que no tenemos nada que ver.
Somos transgresores, porque es lo que nos han ido transmitiendo». Es nuestra cultura.
En otra parte del planeta, fue el Estado el que tomó el toro por las astas y, según el país, a veces las corporaciones. Pero no tenemos que esperar y quedarnos con el activismo de sillón o a que nos llamen. Hay que tomar la iniciativa. Esto es un proceso que lleva mucho tiempo, pero industriales y empresarios pueden intervenir. Sucede que estamos en el cortoplacismo, que es malo para la infraestructura y esto ya está estudiado. El mediano plazo no tiene rédito económico inmediato, pero tiene un rédito cultural que levanta la calidad de vida.
El chofer del camión y el propietario tienen que evaluar costo-beneficio, porque a veces es mejor invertir en educación (y después bajará la tasa de siniestralidad); pero no por una cuestión moral, sino por la responsabilidad de mis acciones y la repercusión que tienen en los demás.
Y volviendo a las imágenes donde veíamos que los laburantes, se los llevaba de una forma deplorable, conductas que seguramente no tendríamos con nuestras mascotas.
Lamentablemente todo se aprende y estas conductas se aprenden de un amplio repertorio de posibilidades que ofrece la sociedad, mediada por instituciones esenciales como la familia, la escuela, y/o los organismos públicos encargados de la educación y control vial. Lo que hoy observamos en las calles y veredas no está sujeto al capricho o arbitrio de cada quien, aun cuando haya márgenes de decisión voluntaria en cuanto a trayectorias, destinos o modos de movilidad. Este modo de conducirnos es aprendido de esta biblioteca práctica de acciones y sentidos que es la cultura, que nos llega como un largo producto de la historia, aunque la sintamos inmanente, es decir parte de un presente eterno, o como se suele decir, la argentinidad al palo.
Y para concluir, este humilde aprendiz de escritor piensa que así como aprendemos a caminar, a hablar, a comer, y también a andar en bici, a subir a una moto o a conducir un vehículo y sus normas de etiqueta, todo eso no se da en el aire vacío sino dentro de un horizonte cultural que nos forma y nos define como pequeños, primero, luego como adolescentes, y luego como adultos. También nos modela como sujetos sexuados, o sea cómo actuamos como hombres y como mujeres. Aunque estas polaridades tienen sus matices y posibilidades diversas, en términos de estereotipos, la esfera de lo tecnológico, de las herramientas en aras de lograr una ciudadanía vial más plena y democrática.