Entre todos los sanluiseños de bien tenemos que ayudar a los hermanos Rodríguez Saá a superar la patología que los tiene trastornados. Todos podemos hacerlo el 22 de octubre, en una campaña “Más por Menos”. Más los ayudamos si menos los votan.
Arrancaron en los años sesenta liderando las antípodas del Peronismo, desde el Partido Demócrata Liberal, que venía de ser gobierno en San Luis hasta 1966.
La decadencia neoliberal y el fin del exilio de Juan Domingo Perón, los encontró en las filas del Partido Justicialista renegando de su propio pasado en el que despotricaron contra las celebraciones de cada 17 de Octubre o apedreaban el auto de María Estela Martínez de Perón, a la salida del Hotel Dos Venados, cuando en 1965 la esposa del general exiliado viajaba rumbo a Mendoza representando al ex presidente, todavía en España.
La memoria frágil de la política y las creencias de que en un frente electoral hay que mezclar, si es necesario, el agua con el aceite, hicieron que Adolfo Rodríguez Saá fuera diputado provincial por el PJ en tiempos del combativo gobernador Elías Adre, a quien hizo la vida imposible desde su banca y con su bloque “Los Cinco Latinos”, que también integraba el padre de la jueza militante. De allí viene tanta devoción y protección por quien hoy preside la unidad básica judicial.
La dictadura militar lo encontró como apoderado del PJ provincial. Nada hizo frente a la atrocidad del régimen que encarceló, torturó y asesinó a todo aquel que defendiera la libertad. Jamás defendió un preso político y menos aún presentó un hábeas corpus. De haberlo hecho, hubiera sido contradictorio con su hermano Alberto, que era funcionario de la misma dictadura en la Escuela Normal Mixta Juan Pascual Pringles y escribía cartas al genocida almirante Massera, delatando a personas de San Luis que luego sufrieron el rigor dictatorial.
La década de los ochenta los encontró asociados a un abogado de buen vínculo con la dictadura. Así fue que Carlos Sergnese fue designado por los militares como veedor judicial en las internas peronistas que, mágicamente, dieron por ganador al ahora notorio residente del Potrero de los Funes, que por entonces solo tenía una casa a medio construir y un humilde R 12.
Llegaron al poder en serio y llegaron los planes para su perpetuidad. Reformaron la sabia Constitución Provincial de 1962 y establecieron la reelección del gobernador por tiempo indefinido. Cuando vieron que en la provincia de Misiones tuvieron que cortarse las barbas por esa misma sinrazón constitucional, no les quedó más alternativa que poner las suyas en remojo y mediante una silenciosa enmienda, limitaron la reelección a un período. Pero ya habían pasado veinte años en los que los mismos hermanos dominaron San Luis, mientras en Mendoza se habían sucedido cinco gobernadores, como en la mayoría de las provincias normales.
El tiempo y sus ambiciones hicieron que cada elección les resultara más difícil, aun cuando la oposición no diera pie con bola. No obstante, tres veces tuvieron que poner la cara como candidatos a Presidente, solo para retener San Luis.
Seguía la desesperación por el poder, solo por el poder en sí mismo. Los tiempos cambiaron, pero ellos no. Siguen con las mismas prácticas pero las generaciones son otras. Ahora ha llegado el momento de ayudar a Adolfo Rodríguez Saá alejándolo de la causa de sus males. El mejor modo de darle una mano es no votarlo y así permitirle que disfrute de las grandes mansiones que ya pudo terminar de construir y de los nuevos autos, que por gracia del destino, reemplazaron a aquel viejo R 12, que alguna vez ayudamos a empujar para que pudiera hacer campaña.
Hoy, la mejor campaña es hacer fuerza para que ambos superen la enfermedad del poder.