La presidenta necesitaba aplacar el ímpetu desestabilizador de sus enemigos, obcecados en impedir que el Congreso debata el presupuesto. Lo logró negociando con Eduardo Cunha, del PMDB, acusado de recibir coimas en el caso Petrobras.
Por Darío Pignotti para Página/12 desde Brasilia
Dilma alcanzó un armisticio, provisorio. La presidenta recibió en el Palacio del Planalto al titular de la Cámara de Diputados Eduardo Cunha, un golpista que se jacta de serlo, con quien llegó a un acuerdo para que el Congreso dé tratamiento al proyecto de presupuesto general de la Unión para 2016. Cercada por una crisis primero política, dado el virtual aislamiento del Planalto, y después económica, por la incipiente recesión, Dilma necesitaba aplacar el ímpetu desestabilizador de sus enemigos obcecados en impedir que el Congreso debata el presupuesto. Lo logró.
Durante la conversación con Eduardo Cunha, del Partido Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), la mandataria insistió en la necesidad de establecer una convivencia “armónica” entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, una casa donde se arman las trampas para impedir la gobernabilidad de la joven administración petista iniciada en enero, tras la victoria en las presidenciales del año pasado. El diputado Cunha formuló declaraciones en un tono sobrio, distinto al que había empleado en los días previos a la marcha por el impeachment realizada el 16 de agosto.
Cunha sostuvo que “como presidente de la Cámara, no puedo negarme a conversar con la presidenta de la República” que lo había convidado el lunes mientras ajustaba los números del presupuesto gastos e ingresos que prevé un déficit próximo a los 9.000 millones de dólares en 2016. “Tuvimos una conversación institucional que permitió dejar abierto el diálogo con el Ejecutivo, fue una conversación sincera sobre la situación del país, ella (Rousseff) no me hizo ningún pedido concreto, debatimos la situación y me pidió apoyo para que podamos encontrar una solución estructural al proceso”, contó el parlamentario .
A pesar de militar en el PMDB, partido que forma parte de la alianza oficialista, Cunha saltó a la oposición el 17 de julio pasado, mientras Dilma encabezaba la cumbre del Mercosur en la que se habló de los golpes de nuevo tipo y la amenaza desestabilizadora que sobrevuela la región. Ese día, luego del plenario de mandatarios en el Palacio Itamaraty, Dilma habló a solas con Cristina Fernández en la residencia oficial de Alvorada, donde según trascendidos evaluaron la inestabilidad brasileña.
El hecho de haber reconstruido puentes con Eduardo Cunha para que se discuta el presupuesto en el Congreso es un logro político valioso, aunque ese deshielo esté condenado a ser provisorio. Paralelamente el gobierno conquistó el aval del presidente del Senado, Renán Calheiros, otro influyente pemedebista (del PMDB) quien descartó por completo obstruir la tramitación del presupuesto del año próximo.
Algunos sospechan que Cunha aceptó cruzar del Palacio del Congreso al Planalto dado que perdió parte de capacidad de presión y/o chantaje luego de ser imputado en el escándalo en perjuicio de Petrobras, el “Petrolao” que salpica a varios caciques del PMDB, aunque la prensa prefiera noticiar los casos que involucran a miembros del Partido de los Trabajadores, como el ex ministro José Dirceu, que fue imputado formalmente por la Justicia.
La semana pasada la Procuraduría General de la República, basada en pruebas “consistentes”, acusó a Cunha de haber cobrado cinco millones de dólares de sobornos para facilitar contratos en Petrobras, y de utilizar una cuenta bancaria de la evangélica Asamblea de Dios para recibir los dineros paridos por el diablo. Ahora se abre la disputa en el Legislativo, donde el gobierno no tiene mayoría y buscará la aprobación de su proyecto en medio de una recesión técnica. Según reportó la semana pasada el estatal Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas la semana pasada, en el segundo trimestre la actividad económica cayó el 1,9 por ciento. El consumo de las familias, que fue el motor de la expansión económica con inclusión social de los 13 años de gobiernos petitas, se desplomó el 2,1 por ciento. Nadie discute que este año el Producto Interno Bruto caerá en torno del dos por ciento en 2015, pero mientras el mercado pronostica una retracción del 0,4 por ciento para 2016 el gobierno avizora una expansión del 0,2 por ciento.
Por cierto, la presidenta y sus ministros estuvieron reunidos el fin de semana pasado buscando una fórmula para evitar que el presupuesto del año que viene arroje un saldo negativo cercano a los 9.000 millones de dólares porque esto agravará el peso de la deuda. En ese marco de deliberaciones, el ministro de Hacienda, Joaquim Levy, ex ejecutivo del Banco Bradesco y monetarista, propuso recrear el presupuesto al cheque con el cual podría atenuarse ese balance negativo. Pero esta sugerencia de Levy fue frontalmente rechazado por la Federación de Industrias de San Pablo, la Confederación Nacional de la Industria, los principales dirigentes del Congreso y el propio vicepresidente Michel Temer.
Acá otra vez se tocan la política y la economía. Temer, del PMDB aparentemente oficialista, da pasos hacia un golpe blando que obligaría a la salida de Rousseff y lo entronizaría como presidente de un gobierno de coalición. En las últimas semanas Temer recibió homenajes de la Federación de Industrias de San Pablo y de un sector del opositor Partido de la Socialdemocracia Brasileña, cuyo máximo líder Fernando Henrique Cardoso recomendó a Dilma que renuncie. Estos y otros respaldos han robustecido el peso del vicepresidente Temer en desmedro del poder de Dilma, que sabe de su deslealtad, y del ministro Joaquim Levy golpeado por la prolongación de los efectos del ajuste, que él había anticipado que sería un período breve, más la recesión y la suba en la tasa de desempleo.