San Luis (LaNoticia) 03-08-15. La escritora nacida en El Pedernal ha recorrido Panamá, Ecuador y Colombia. A los 83 años, con 6 hijos, 18 nietos, 18 bisnietos y varios premios, prepara un libro de cuentos. El amor a la naturaleza y los sueños son la savia de su sabia vocación literaria.
“La indiscreta luna/ abre una ventana/ en la cándida nube/ que viene detrás/. Juegan las luciérnagas/ entre los jazmines, /bañan las estrellas/ las olas del mar”. La resonancia borgeana impacta en este poema enclavado en el ahora. Su dueña tiene 83 años, 6 hijos, 18 nietos, 18 bisnietos, terminó el secundario a los 55 y escribe desde la infancia. Ella se presenta mejor: “Al verse preludiar mi adolescencia/ con mirada gélida/ surgió la poligrafía de los sueños/ y con fuego grabó mi nombre ¡Élida!”.
Su historia parece salida de una ficción. “Nací el 4 de junio, en El Pedernal, en el departamento Belgrano, cerca de Villa General Roca y El Médano. Una vez pasó un arriero y sintió llorar a un niño en el corral de las chivas. Se volvió a preguntar por qué tenían al bebé ahí. Y era yo. Mi madre estaba empleada en una casa de familia, yo supongo que me llevaba al corral para que estuviera calentita y lejos de la familia para que no molestara mi llanto. El arriero me pidió y me llevaron a los dos meses. Me crió esa familia hasta los seis años pero quedé con el apellido Vallejo, de mi madre. Era la única nena entre cuatro varones, así que era regalonísima”, se emociona.
El poeta tunecino, Youssef Rzouga le escribió: “todavía no…/ todavía no ha acabado su poema de luz/ un poco más/ para verla venir hacia el Mediterráneo/ un poeta huérfano como ella/ quiere saber el secreto de Élida Vallejo/ y la sabiduría de su río que sigue corriendo”.
Élida pasó su infancia en Lomas Blancas, luego vivió 7 años en San Luis y a los 20 se fue a Villa Mercedes donde estuvo otros 20 abriles. “Mi madre, Dérminda Vallejo, desapareció de mi vida y no la pude encontrar más, hasta casada la seguí buscando. Le pregunté a los vecinos por qué me tenía en el corral y ellos decían que porque me quería mucho, por eso me cuidaba”, agrega.
De pequeña, Élida devoraba los manuales de lectura y garabateaba poemas, pero sostiene que desde 2003, cuando comenzó en el taller literario “Silenciosos Incurables” de Viviana Bonfiglioli, se dio cuenta que podía escribir bien.
Temprano leyó a Amado Nervo, Olegario Andrade, Ricardo Gutiérrez y Almafuerte. “A Bécquer lo conocí después, cuando ya le tomé gusto a la vida”, aclara sonriente. “Por ahí, mis poesías se relacionan con ellos que hablan tanto de la naturaleza, los árboles, el viento. Para que me quede a mí algo palpable, porque eso de hablar del alma, capaz que conozca la mía pero no puedo escribir respecto de lo que usted piensa o desea, porque eso es algo muy privado e íntimo. Así que no me gusta escribir esas cosas del corazón o del alma”, indica. Cada tanto, desde el patio hasta el living, llegan los chillidos de cuatro cotorras y pollitos durante la mañana invernal. Una copita de licor de menta sobre la mesa ratona invita a calmar el frío.
Carlos Rubén Capella
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