Milicias chiitas y tropas iraquíes comenzaron a reagruparse a las puertas de la ciudad que quedó en manos del Ejército Islámico y cuya caída generó un cimbronazo en el gobierno del premier Haider Al Abadi. El objetivo es intentar que Ramadi no se convierta en un bastión de la milicia radical, a punto tal que le facilite el avance hacia la capital Bagdad.
Criticado tras la caída de Ramadi el domingo, Al Abadi resolvió apelar a las Unidades de Movilización Popular, una coalición de milicias y voluntarios mayoritariamente chiitas que había sido mantenida al margen en la provincia de Anbar.
Las principales milicias de estas Unidades de Movilización desempeñaron un papel clave en exitosas operaciones contra el EI en diversas zonas al norte de Bagdad, aunque se las acusó de cometer abusos y de llevar a cabo ejecuciones sumarias.
Estos combatientes «comenzaron a llegar a las zonas al este de Ramadi», anunció a AFP el general Ali al Majidi, desde una base al oeste de Bagdad, quien precisó que la prioridad es intentar impedir los ataques que el EI realiza al este de la ciudad antes de lanzar una contraofensiva global.
Actuando rápidamente, las fuerzas gubernamentales quieren evitar que los jihadistas coloquen ingenios explosivos y minas en las principales calles y edificios de Ramadi, como lo habían hecho en Tikrit, frenando la reconquista de esta ciudad al norte de Bagdad por el poder en marzo.
La pérdida de Ramadi, situada a sólo un centenar de kilómetros de Bagdad, representa el más serio revés para el régimen desde la ofensiva que permitió al grupo EI controlar vastos territorios en junio de 2014.
En cambio, su conquista permite al EI, que cuenta con millares de hombres en Irak y Siria, reforzar su influencia en la inmensa provincia de Anbar, fronteriza con Siria y Arabia Saudí, de la cual Ramadi es la capital.