Reconstruir la credibilidad
Por Martin Vauthier*
Las restricciones a los movimientos de capitales generan inevitablemente costos e ineficiencias en la asignación de recursos, creando además oportunidades de arbitrajes al mercado que tienden a debilitar la efectividad de los controles. No obstante, en ciertos contextos estas medidas se tornan inevitables. Un ejemplo son las disposiciones anunciadas el domingo 1 de septiembre que, entre otros puntos, introdujeron restricciones a la compra de divisas para atesoramiento frente a una dinámica de las reservas del BCRA que comenzaba a lucir no sostenible.
Las reservas constituyen un seguro para atender tres grandes usos posibles: asegurar la devolución de los depósitos en moneda extranjera ante un episodio de salida masiva, financiar vencimientos de deuda frente al cierre de los mercados de crédito e intervenir en el mercado de cambios para acotar la volatilidad del tipo de cambio frente a un exceso de demanda de cobertura.
Desde las PASO, con un resultado que “adelantó” la incertidumbre del mercado sobre el programa económico a partir de diciembre al “vacío de gobernabilidad con incentivos políticos mal alineados” que quedó planteado hasta las elecciones de octubre, el seguro debió activarse para los tres usos en simultáneo. Si bien las reservas en el punto de partida brindaban margen (66.309 millones de dólares, 47.889 millones netas del swap con China), la velocidad y magnitud de la disrupción financiera inició una dinámica que planteaba un riesgo para la sostenibilidad de las reservas en el “largo” camino a los comicios del 27 de octubre.
El miércoles 28 de agosto, el Gobierno intentó suturar parcialmente una de las tres fuentes de pérdida de reservas anunciando un “reperfilamiento” de los vencimientos de letras de corto plazo para personas jurídicas que en principio postergó a 2020 vencimientos por unos 8.000 millones de dólares (de los cuales casi dos tercios corresponde a dólares y un tercio a pesos). La medida, que en los hechos fue un default selectivo (al cambiarse condiciones contractuales de los títulos en forma compulsiva) generó un aumento en la incertidumbre y una aceleración en la dolarización de portafolios y la salida de depósitos en moneda extranjera. La medida dañó el mercado de deuda corta en pesos, que empresas y familias utilizaban no como ahorro o inversión de largo plazo, sino como medio de alocación de pesos transaccionales y capital de trabajo que difícilmente se hubiera dolarizado, generando un fuerte impacto sobre la industria de Fondos Comunes de Inversión.
La aceleración en la dinámica financiera sobre el cierre de la semana llevó a la introducción de medidas de restricción al acceso al mercado cambiario, derivando en la reaparición de la brecha cambiaria con el dólar MEP y el “contado con liqui”, aunque en niveles inicialmente acotados. En los primeros días tras la implementación de la medida, el mercado de cambios presentó menor presión que en los días previos, aunque restará analizar el ajuste a las nuevas regulaciones y la eventual disponibilidad de la totalidad de los pesos de los fondos comunes de inversión (que en algunos casos no terminaron de normalizarse). En tanto no termine de darse la coordinación requerida entre el Gobierno y la oposición para transitar hacia el “equilibrio bueno” y no al “equilibrio de Nash” (donde todos los jugadores terminan con un menor nivel de bienestar que en el escenario con coordinación), brindando certezas tanto sobre la transición como sobre el programa a partir de 2020, el partido de la estabilidad financiera seguirá estando abierto.
Hacia adelante, la Argentina requiere dejar atrás los péndulos y los extremos en política económica (cepo o liberalización plena) e iniciar de una vez por todas el camino de construcción de una moneda nacional, asegurando la independencia de su política monetaria y recuperando para el peso los roles de reserva de valor y unidad de cuenta como referencia para la formación de precios.
El camino necesita un programa de largo plazo que apunte a asegurar la consistencia fiscal (para no tener que recurrir a la emisión monetaria o al endeudamiento, siempre factores de inestabilidad) y monetaria (con tasas reales positivas para el ahorro sostenidas en el tiempo), como pilares fundamentales de un programa cuyo objetivo sea inaugurar un ciclo de crecimiento basado en la inversión y las exportaciones, única manera de expandir el consumo en el largo plazo sin chocar sistemáticamente con crisis de balance de pagos o inflación crónica. En el inicio de ese sendero, y teniendo en cuenta las condiciones iniciales, probablemente resulte necesario un esquema de administración de la cuenta financiera (ingreso y egreso) diseñado de forma que minimice los inevitables costos sobre la asignación de recursos, que sea acompañado por un programa económico consistente y que tienda a relajarse gradualmente a medida que vaya construyéndose credibilidad.
*Director de Eco Go y Profesor de la Maestría en Finanzas de la UTDT.
Manotazo de ahogado
Por Ariel Wilkis **
Al candidato con más chances de ganar en octubre y a sus referentes en temas económicos se les pedía definiciones, se los apuraba para que “pisen el palito” y así se desatasen los fantasmas que giraban en torno a las regulaciones cambiarias. Las implementaciones de los límites para enviar utilidades al exterior y retirar dólares anunciadas en el boletín oficial del 1 de septiembre anula el chantaje que el actual oficialismo producía sobre las futuras decisiones económicas de un muy posible gobierno del Frente para Todos. Este retorno a los controles cambiarios es un manotazo de ahogado, una decisión tomada a regañadientes y anunciada como transitoria. Sin embargo, posee efectos políticos cruciales que abren una oportunidad para el próximo gobierno.
Una de las herencias mayores de los 10 años de convertibilidad había sido producir la creencia en un sector importante de la sociedad que acceder al mercado cambiario -fundamentalmente adquirir dólares- era un derecho fundamental. Las restricciones cambiarias durante la época del kirchnerismo (el denominado “cepo”) al mismo tiempo que enemistaron a ciertos sectores con el gobierno alimentaron las opciones electorales de Cambiemos que le propuso al electorado respetar este derecho fundamental. El 1 de septiembre este pacto se quebró. Una oportunidad política se abre para elaborar y proponer una narrativa diferente sobre el rol del mercado de cambios en la sociedad argentina.
El Frente de Todos tendrá que enfrentar los compromisos de los préstamos con el FMI y superar la restricción externa que traba el desarrollo de nuestra economía. ¿Cómo enfrentar este dilema? Siendo fiel a su propio estilo: saliendo del laberinto por arriba.
En “El dólar. Historia de una moneda argentina (1931-2019)”, libro que acabamos de publicar con mi colega Mariana Luzzi, se encuentran algunas pistas para elaborar esta narrativa. En primer lugar, poner en perspectiva histórica el desafío que enfrenta. Si ha sido un proceso de varias décadas que llevó la instalación del dólar en la economía, la política y la cultura argentina, por lo tanto, las políticas a desplegar deben asumir como horizonte el largo plazo. En segundo lugar, esta decisiones no pueden ser exclusivamente de política monetaria, tiene que ser un compromiso global de diferentes áreas del Estado, convertirse en uno de los pilares centrales del nuevo contrato social que el Frente de Todos le ofrece a la sociedad.
Desde esta perspectiva la narrativa sobre el pasado debe mostrar la imposibilidad de un proyecto de desarrollo inclusivo cuando la dinámica política y económica pone en el centro de la vida colectiva e individual al dólar. Pero esta narrativa no debería ser indiferente a la experiencia de esta centralidad para importantes sectores de la sociedad, para ellos la relación con el dólar es una experiencia de autonomía frente al Estado, es un modo de desacoplar su futuro individual de las decisiones y regulaciones estatales. En manos de los argentinos el dólar se convierte en una moneda contra el Estado. Por este motivo, el conjunto de políticas y acuerdos destinados a restarle centralidad al dólar tienen que ser propuestas orientadas a reemplazar la protección del dólar contra el Estado por la protección de la sociedad por parte del Estado.
Desde esta perspectiva, la desdolarización es un modo de construir la protección de la sociedad redefiniendo el rol del Estado. Así, las regulaciones al mercado cambiario dejan de ser una política aislada y salvadora para ser una decisión integrada a un conjunto de acuerdos que atañen a la seguridad social, el acceso a la vivienda y la educación, la reducción del trabajo y la economía informal, la creación de instrumentos financieros tanto para el desarrollo de las PYMES como para el bienestar de las familias.
Las decisiones de política monetaria que atañen a las regulaciones del mercado cambiario deberían ser acompañadas de esta comprensión histórica y sociológica del rol del dólar para proponer una narrativa inclusiva, global y de largo plazo que sea muy diferente al actual manotazo de ahogado del gobierno en retirada.
** Decano del IDAES-UNSAM.