La vida y la muerte están en la dialéctica de los seres que tienen existencia orgánica y que los condiciona inexorablemente para existir como sistemas biológico, psicológico y social a través de sus relaciones con el medio físico natural y con los demás seres vivos.
La necesidad de vivir y proyectarse ha generado todos los procesos en base a los cuales los seres humanos y las sociedades han producido su existencia y su historia, han construido sus relaciones y su mundo social, y también han condicionado su vitalidad frente a las reacciones del entorno; allí emergen las amenazas, los peligros y los atentados contra su vida y existencia, como también las reacciones y maneras de enfrentarlos, las que tienen una base biológica, la lucha por la sobrevivencia, y una base social constituida colectivamente en largos procesos de tiempo y en contextos diversos y complejos. Desde los tiempos de la colonización y conquista, la segregación racial, la eliminación de los indios hasta el apartheid, las formas de violencia simbólica se han ido afianzando y naturalizando, en unos casos y en otros casos, se presenta de manera brutal como el caso de los navegantes migrantes que salen de las costas del norte de África y recalan en islas y territorios europeos como el caso de Lampedusa (Italia) Ceuta y Melilla (España), o la intervención militar de la OTAN sobre Libia o las torturas en la base militar de Guantánamo (Estados Unidos), o la invasión inglesa a las Islas Malvinas argentinas o el enfrentamiento entre nigerianos y gitanos, ambos grupos migrantes, en Palma de Mallorca, en 2009 y 2011, o la aplicación de leyes antiinmigratorias en Estados Unidos con su secuela de asesinatos en la frontera con México o, en la Unión Europea, con la expulsión de extranjeros.
La universalidad del miedo, la inseguridad y la violencia, así como de las políticas de seguridad se ha convertido en un aspecto fundamental para la comprensión de las tendencias sociales en todas las sociedades de las regiones del mundo. Como hemos señalado, desde la acción organizada de grandes mafias y corporaciones delincuenciales internacionales (droga, armas, tráfico de personas, prostitución, lavado de dinero, guerra) pasando por los terrorismos de distinto cariz, o por la acción de Estados preparados para controlar y someter a la sociedad, hasta las amenazas en las calles de La Paz, Londres, El Cairo, Hanoi o Estambul, donde se producen hechos de violencia y ratería cotidianos. También se ubican en esta categoría de situaciones las migraciones dentro los mismos países, el miedo a los extraños, a los diferentes, que emergen en las ciudades y en la vida pública ante la necesidad de sobrevivir (Gorza, 2011). Se encuentran en lucha por su existencia misma, por el consumo y ante esto las distancias y desigualdades sociales y culturales se amplían, se construyen muros de hormigón o mallas metálicas entre países, entre regiones, entre ciudades y entre barrios e incluso entre familias.
Y nos sorprende ver los distintos síntomas de una sociedad enferma, en donde los hechos de violencia se suscitan en el área vial con el vandalismo como algo central… Pero si a diario, vemos cómo sacamos ventajas de nuestros conciudadanos desde la mínima expresión en la ventaja alpargata hasta los grandes vándalos que tiraron piedras y pusieron en riesgos a todos… Y es notorio cómo los hechos sociales se van vinculando a los actores viales… qué diría el mejor equipo político de los últimos 50 años, al ser vandalizado el chofer del micro de boca, se hubiera ido hacia la gente…
Los riesgos de distinto tipo que acechan a las colectividades sociales y el miedo que caracteriza hoy a los seres humanos están ligados a la negación de la vida y la sobrevivencia físico-biológica, a la fractura o imposibilidad del bienestar, a las amenazas ciertas o supuestas sobre las personas, a los peligros que acechan cotidianamente, a la violencia real o potencial que se siente en todos los ámbitos de actividad y a la inseguridad que se establece en relaciones sociales complejas, intrincadas y diversas. El miedo como temor a sufrir, a sentir dolor, a ser vulnerable.
Además, inmediatamente, es decir simultáneamente, las fuerzas amenazantes han sido los propios congéneres, los que por el control, el uso y la administración de los recursos y medios de vida, necesarios primero y después generales, han pugnado, han luchado y se han enfrentado, construyendo social e históricamente un complejo de amenazas, peligros y temores naturales, sobrenaturales, culturales y humanos que acompañan a todas las sociedades.
El miedo innato, el miedo que surge ante el desequilibrio o peligro biológico o psicológico ha desarrollado genéticamente en el organismo las reacciones que permitan evitar, enfrentar o controlar las amenazas y los riesgos mediante procesos fisiológicos de alerta y reacción vital como defensa propia del organismo, el mismo que va a evolucionar conjuntamente a la formación de miedos socialmente construidos, de sentimientos y emociones compartidos, de miedos establecidos de manera conjunta entre los seres humanos en su propio desenvolvimiento y proyección. Dado que el Propio Tévez, dijese que se vio afectado psicológicamente por el infortunio de ir viajando en el colectivo a la hora de ser agredido…
En conclusión, la constitución, administración y manipulación de los miedos sociales e individuales se convierten en recursos de la política, del Estado, de las instituciones, para vigilar, controlar y castigar a la sociedad o a aquellos segmentos de la misma que se considera son un peligro para determinado orden establecido, forjando así un esquema cada vez más sofisticado de dominación, domesticación y subordinación de la colectividad al poder.
Las dimensiones de la inseguridad, el peligro y la violencia se las puede ubicar de acuerdo a la extensión social, temporal y espacial en la que se presenta y sobre la cual influye en distintas intensidades en relación a los alcances que presenta.
Asimismo, es posible que los tipos de inseguridad y miedo respondan a una combinación de aspectos que intervienen, desde los generados por los poderes institucionales establecidos o por los poderes criminales ilegales, hasta los vinculados a la delincuencia común, a la mafia, a la acción policial o a la agresión doméstica y personal por la omisión de las instituciones del estado…
Bauman marca los rasgos de los tiempos actuales en términos de una modernidad que ha perdido la fortaleza institucional e ideológica, provocando así la emergencia de una modernidad difusa en la que el miedo ocupa un lugar central en la vida social como «el más siniestro demonio de nuestros tiempos» (Bauman 2010: 42). Este pensador señala que en la actualidad «los miedos se han instalado dentro y saturan nuestros hábitos diarios» (Bauman 2010: 19) y añade que la modernidad nos ha llevado del miedo a la naturaleza al miedo al hombre, al semejante en la medida en que la sociedad ya no está protegida por el Estado.
De allí que Bauman incorpora la tesis de la «gestión de los miedos», la que considera que al reducir la política en la sociedad, avanza la creación y gestión del miedo para legitimar el poder político en términos de inseguridad del presente e incertidumbre sobre el futuro (Bauman 2010: 42), de donde nace la sensación de impotencia latente frente a los peligros y riesgos.
El bucle acción-miedo-acción se convierte en la dialéctica que gobierna prácticamente todos los intersticios de las sociedades en el presente. A tiempo de describir los miedos a la maldad humana y el miedo a la inadecuación Bauman (2010: 84) destaca que en Estados Unidos la gestión del miedo ha sido administrada desde el poder político primero y ahora privatizada y recuerda que «los miedos específicamente modernos surgieron durante la primera oleada de liberalización más individualización, cuando se aflojaron y se rompieron los lazos de parentesco y de vecindad que se habían unido a nudos comunitarios y corporativos» (Bauman 2010: 97).