Es incomprensible para muchos que la sociedad en su mayoría se incline por lo que significa un retroceso, no solo en lo económico, sino en lo que atañe a la condición humana que por siglos implicó una lucha y sacrificio para lograr el reconocimiento de los derechos de los trabajadores, de las mujeres, de los niños, de los viejos. No podemos no asombrarnos por el resultado electoral en Brasil, el asombro no es por el candidato que ganó o el candidato que perdió.
Resulta increíble y obliga a la reflexión, la constante amnesia en la sociedad, la incapacidad de ponerse en el lugar del otro, no reconocernos como los mismos que hemos sufrido por lo que costó tanto y que ahora nos están quitando. Entendernos como parte de la conquista y del ejercicio de los derechos, pero ajenos a la defensa de ellos merece un profundo análisis.
Los mismos pueblos que se levantaron para pelear, hoy se anestesian para permitir un exterminio lento, pero artero. Esto se ve a todo nivel, nos cambian los términos, nos proponen imposibles, nos exigen lo que nunca darían. Se camuflan para parecer que están del lado del pueblo y así convencen, así mienten y atropellan.
Lo vivimos en nuestro municipio, en nuestra provincia, en nuestro país, hoy sumamos la alerta en nuestro país hermano. La propuesta y el plan son claros, sistemáticos y ha demostrado eficiencia.
Cuando se refieren, descalificando, a los representantes de distintas fuerzas políticas, pareciera que lo hacen desde lo personal, sin tener en cuenta que representan a distintos sectores de la sociedad. Asistimos a un momento histórico donde el contrato social está absolutamente roto y la posibilidad de la defensa a través de la representación es prácticamente imposible. Hay una permanente provocación para que el pueblo por sus propios medios resuelva sus diferencias y construya su destino.