A mediados de los ochenta mi viejo me regaló un libro `El shock del futuro´, de Alvin Toffler, el futurólogo que predijo la forma en cómo vivimos.
Por aquellas adolescencias había quedado impresionado al ver una computadora -un cubículo de cristal albergaba paneles con luces y discos que giraban- entre escritorios de una empresa trasnacional. Cuando leí que en el futuro las personas trabajarían desde sus casas, conectadas con computadoras personales a una red informática, fui incapaz de imaginar cómo un aparato gigantesco entraría por la puerta de la casa.
Ese futuro nos alcanzó y nos rebasa. Toffler no sólo describía el internet, también predijo que pasaríamos de una economía basada en la manufactura a una cimentada en el conocimiento y la información, avizoró avances en ingeniería genética y clonación, y fue particularmente preciso al dibujar una sociedad consumista cuyo problema sería el exceso de opciones y la «sobrecarga informativa», expresión para advertir el exceso de datos al que actualmente estamos expuestos.
Hoy, un físico investigador me comentaba sobre las bondades del grafeno, en donde una batería de este material, con una recarga de 7 minutos, le bastaría para dar a un automóvil eléctrico una autonomía de más de 900 km… Superando así a las baterías de litio, que tanto se enorgullecen nuestras autoridades políticas sobre la fantasía de extraer y manufacturar este material, depende la plata que se ponga al grafeno, depende la perdurabilidad de la vida del litio…
Sin embargo, la globalización ya está entre nosotros. Pero quien más razón tenía era un académico napolitano, Giovanbattista Vico, nacido en 1668.
Vico enseñaba que la historia nunca es lineal. En Principios de una ciencia nueva, su obra maestra, se lee que el progreso continuo no existe. Las sociedades avanzan y en algún momento retroceden. Es el corsi i ricorsi: el ida y vuelta, el flujo y reflujo. El progreso consiste, en todo caso, que en el retroceso no se pierda todo lo ganado.
A Vico no le habría asombrado que Gran Bretaña se retirase de la Unión Europea, que Cataluña estuviera al borde de la secesión o que hubiese, en gran número de países, movimientos ansiosos por convertir un retazo geográfico en nación.
Y con la globalización y siendo atravesados por la tecnología, la informática, llegó a la industria automotriz, seguramente ha colaborado muchísimo para que todo este desarrollo, salve nuestra vida en caso de un incidente vial.
Y para ello como siempre decimos y queremos poner desde la autoescuela es formar conciencia de una educación vial, que nos lleve a todos los actores viales, desplazarnos con responsabilidad.
Días pasados se conoció una nueva encuesta vinculada con la educación. Esta vez se trató de un relevamiento internacional con padres de veintinueve países que totalizó 27.361 entrevistas, fue llevada adelante por la consultora Ipsos y financiada por la Fundación Varkey. En la Argentina participaron mil personas de todo el país, de 18 a 55 años, entre diciembre y enero últimos.
Del relevamiento surgió que el 56 % cree que la educación, en el país, está peor que diez años atrás. No obstante, ocho de cada diez (84 %) consideran que la escuela a la que concurren sus hijos tiene un nivel con el que se sienten satisfechos: para 48 % la educación que allí se imparte es buena, mientras que un 36 % la cataloga como muy buena. No deja de llamar la atención la diferencia de percepción entre el panorama general y el que cada uno aprecia en su caso. Del mismo modo, a pesar de que más de la mitad opina que la situación ha empeorado en la última década, la educación no aparece entre las principales preocupaciones de los argentinos en los rankings que las relevan: en un sondeo privado dado a conocer a fines del pasado enero, se ubicaba en quinto lugar, detrás de la inseguridad, la inflación, la pobreza y la desocupación, registros similares a los obtenidos en investigaciones similares y también en los observados en años previos.
En tanto, otra medición, la del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, determinó que para un 45 % de los argentinos la educación era el principal derecho infantil vulnerado, seguido por la alimentación, en opinión de un 36,8 % de los encuestados. No parece casual la cercanía de estas dos apreciaciones. Y lo dejaba muy claro Abel Albino en un reportaje publicado en revista Viva un tiempo atrás. “Un país se hace con miles de niños leyendo. Pero para leer y escribir hace falta tener un cerebro sano. Por buena que sea la semilla de la educación, la pregunta es: ¿Dónde siembro? Mejor en un cerebro intacto, que es el que ha sido bien alimentado y bien estimulado”, explicaba el médico pediatra, fundador de CONIN (Cooperadora de la Nutrición Infantil), desde la que, a partir de 1993, lucha contra el flagelo de la desnutrición y sus secuelas. Y agregaba a sus palabras un concepto muy importante: insistir en que lo antedicho sea una política de Estado.
Ahora tratemos de contextualizar las dos mediciones, si en un contexto donde no figura la educación como política de Estado, mucho menos pretender que la cultura vial se incremente, con una mayor educación vial.
En conclusión, en donde la tecnoinformática, la tecnología y los distintos desarrollos innovadores que están viendo la luz, no lleva a hacer esfuerzos para no volvernos paranoicos de la privacidad, y veremos al Estado cada vez más dependientes de la información, pero no para mejorar nuestra seguridad en la urbe vial, sino que vemos un esfuerzo para vigilar castigar y cobrar.
Se trata de un futuro esperanzador y amenazante, como han sido todos los cambios de tendencia en la humanidad, pero a diferencia de otras épocas, estamos ante el empoderamiento de un individuo que sabrá más, podrá hacer más con menos y tendrá un aumento de control sobre su mundo y su entorno como nunca antes lo han tenido sus predecesores.
Y como una frase que leí por ahí, en donde decía: Antes los libros se quemaban, ahora se digitalizan, ¿Qué será peor? ¿Veremos?